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La necesidad de cambiar los planes

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La necesidad de cambiar los planes


 
 
 Se hacen planes para las acciones políticas, especialmente cuando se trata de operaciones de envergadura, como salir de un régimen usurpador para restaurar la democracia. Obvio. Mientras mayor es el escollo, se requiere la seriedad de un pensamiento que se desarrolla de acuerdo con una racionalidad capaz de lograr el cometido. Así debe ser cuando se toman las cosas en serio, pero no se trata de decisiones inamovibles.

 

 

Lo que está en la cabeza de los líderes, lo que piensan con seriedad en sus reuniones y escriben en sus documentos para la toma del poder, no es ni puede ser un designio petrificado. El pensamiento pretende el cambio de la realidad, pero la realidad no depende necesariamente de ese pensamiento y, en consecuencia, debe someterse a las modificaciones que convengan. Habitualmente, el cazador no persigue una pieza quieta y mansa, sino especímenes escurridizos y taimados.

 

 

No se trata de una mudanza sencilla, porque se propuso como solución infalible y se divulgó con énfasis, hasta el punto de provocar entusiasmos generalizados a los que se aferran los destinatarios del proyecto, es decir, los miembros de la sociedad que claman por la necesidad de una metamorfosis perentoria de las situaciones que padecen.

 

 

Cambiar los planes de la acción política puede significar el alejamiento del pueblo que los recibió con esperanza, y, desde luego, un descrédito de los dirigentes que aparecen con nuevos itinerarios, con instrucciones inesperadas, con sugerencias que no estaban en el repertorio de las promesas.

 
 

Pero, si no han rendido los frutos esperados, ¿deben permanecer en una lucha que, sin duda, no parece capaz de llegar a la tierra prometida?

 

 

La oferta de cambios divulgada por el presidente Guaidó y por los amplios sectores que lo apoyan, respaldada por la Asamblea Nacional, bien vista por factores extranjeros de importancia, acogida con júbilo por el pueblo y susceptible de crear el aliciente de un desenlace cercano y accesible, no ha logrado su cometido. Pese a su precariedad, el usurpador permanece en el poder y no parece dispuesto a dejarse desplazar por el designio de la otra orilla. Pese a los esfuerzos que  ha hecho la oposición partiendo del plan original, estamos frente a una laboriosa labranza que no promete cosecha inminente. De allí la necesidad de modificarlo, de mirarlo con otros ojos, de hacerlo nuevo y distinto sin cambiar el objetivo primordial de deshacerse de una dictadura que no solo apuesta por su permanencia, sino también por su continuismo.

 

 

No hablamos de un trance sencillo. Nos referimos a una operación de envergadura que pone en riesgo el prestigio del presidente Guaidó y de quienes propusieron el plan original desde el Parlamento y desde el seno de los partidos políticos más importantes de la oposición; que puede convocar sorpresas desagradables y notable molestia popular, pero que es imprescindible. Pero que es urgente: no es para mañana, es para hoy. Así como sobrarán los descontentos con la mudanza, no faltarán quienes la apoyemos como muestra de sensatez y como prenda de entendimiento de una labor que, después de reconocer sus valladares, los quiere superar con empeño y con altura de miras.

 

Editorial de El Nacional

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