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¿Dos iglesias?

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¿Dos iglesias?

 

 

No se trata de una reforma como la de los protestantes, ni nada parecido. Ningún Lutero amenaza la autoridad papal, ni un rey quiere salir del seno de la Iglesia porque se quiere casar. Nada de eso, pero ciertas distancias se han establecido en el seno de la fe mayoritaria en relación con el tema venezolano. No habrá cismas, por lo tanto, pero es evidente la existencia de diferencias de la jerarquía episcopal sobre la política de esta feligresía cada vez más borrascosa.

 

 

 

La Conferencia Episcopal Venezolana no ha manifestado observaciones dignas de atención frente a la actitud tomada por el Papa en relación con el diálogo que se intenta aquí para tratar de superar la crisis causada por el mal gobierno, pero sus documentos se diferencian rotundamente de la conducta asumida por el Vaticano.

 

 

 

Mientras Francisco se muestra paciente y escucha con calma bíblica las novedades sobre nuestros padecimientos, los obispos venezolanos, porque las viven de cerca y porque observan el sufrimiento de los fieles, prefieren pronunciamientos más enfáticos. El pontífice recibe las noticias desde la distancia de su despacho, pero los prelados nuestros las viven todos los días en todas sus parroquias.

 

 

 

De allí la abismal interpretación que hacen de la vida venezolana y la búsqueda que hacen de desenlaces capaces de sentirse en plazo breve. El calendario papal es más lento, más parsimonioso, no solo porque los papas generalmente toman las cosas con calma y después de largo examen, sino también porque deben mirar hacia muchos horizontes antes de llegar a decisiones de envergadura.

 

 

 

Los pasos vaticanos dependen de numerosas alcabalas, de repetidas consultas, de una lista casi interminable de consejos que obligan a esperar. En cambio, los pasos de los obispos nuestros deben ajustarse a la urgencia de los acontecimientos porque los tienen encima, porque los acompañan todos los días.

 

 

 

No estamos ante la proximidad de un cisma, por lo tanto, no hay necesidad de convocar un concilio urgente para evitar rupturas profundas en la madre iglesia, pero es evidente la conveniencia de acoplar la mirada romana con las miradas de los pastores nacionales antes de que la observación pontifical sobre el paisaje venezolano se vuelva más remota e imprecisa, más vaga y menos efectiva.

 

 

 

Quizá no sea tan grande la diferencia, debido a que constantemente llegan mensajes desde Venezuela al despacho de Francisco que lo obligan a reflexionar cada vez con mayor preocupación, pero conviene que no se sienta tan diferente.

 

 

 

En este sentido es mucho lo que la iglesia local puede ayudar a la iglesia universal, a cuya autoridad escapan los detalles de obligatoria consideración que solo manejan con propiedad quienes los sufren de cerca.

 

 

 

La iglesia local es el cayado capaz de permitir pasos más vigorosos al trayecto de un Papa que no se ha proclamado como infalible y que, por lo tanto, escuchará y podrá asumir conductas diferentes en breve ante una crisis que clama por salidas de emergencia.

 

 

Editorial de El Nacional

 

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