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Prensa sin cesar

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Prensa sin cesar



 
Venezuela se debe a la libertad de prensa. Su vida como república es el producto de una guerra de papeles, gracias a la cual mantuvo las prerrogativas de la ciudadanía y llegó hasta la segunda mitad del siglo XX sin darle tregua a una sucesión de tiranías que trataron de jugar con la Constitución y contra los códigos reclamados por el avance de una trabajosa convivencia. Desde esta perspectiva se deben juzgar las batallas que hoy libran los medios de comunicación contra el usurpador y contra su empeño en dominarlos.

 

 

Lo que hace hoy la prensa para mantener informados a los ciudadanos tiene estrecha relación con lo que se hizo en el pasado para evitar la manipulación de la opinión pública y, desde luego, para impedir el establecimiento de ominosas hegemonías. Contra esas dominaciones se luchó a partir de 1810, y para la reconstrucción de la civilidad de orientación liberal después de las guerras de Independencia se acudió a otra vez a las armas de la imprenta, del papel y de la tinta de combativos vehículos gracias a cuya actividad se estableció una tradición de heroísmo que nos debe enorgullecer y edificar.

 

 

A esa tradición se debe acudir en estas horas oscuras, cuando otra vez la insolencia del autoritarismo quiere imponer una sola versión de la realidad, la que conviene a sus intereses; pretende ocultar la verdad de sus desmanes, sus arbitrariedades y sus infinitas corruptelas. Lo que hace la prensa en la actualidad se ajusta a los reclamos de la actualidad, pero encuentra origen en la valentía de las plumas que la precedieron, en el coraje de quienes se jugaron la vida desde principios del siglo XIX para que Venezuela no cesara en su afán de establecer una república que fomentara y resguardara los frutos de la libertad y la democracia.

 

 

Cuando se ataca hoy a los periodistas, cuando se persigue a los medios en sus diversas facetas y presentaciones, cuando se cierra el cerco de los que antes escribían mediante pluma y ahora se expresan a través de la computación y de flamantes auxilios radioeléctricos, continúa un antiguo y venerable pugilato en el cual han brillado los antecesores de uno de los ejercicios periodísticos más denodados del continente latinoamericano. Estamos ante el capítulo más cercano y palpitante de una hazaña que ha permanecido a través del tiempo gracias al coraje y al talento de quienes la ejercen, y que está llamada a terminar triunfante.

 
 

Por eso continúa la batalla. Por eso perderán la partida los detentadores de la usurpación, pese a la arbitrariedad que los distingue y a los recursos económicos que manejan. No podrán con la historia, de la cual la prensa de nuestros días es apenas un botón de muestra. La heroica pugna alrededor de la opinión pública que comenzó en 1810 no se perderá en los planes oscuros de la opresión de turno. Está escrito desde las raíces, y probado en centenares de escaramuzas en las cuales las tiranías han mordido el polvo.

 

 

Editorial de El Nacional

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