Las palabras de Shakespeare determinan hace siglos el problema. Problema, dilema, humano, filosófico. Al punto de que sirve de base a buena parte del existencialismo. Camus lo enuncia como la pregunta filosófica principal, apuntando al suicidio. Al pensar si la vida vale la pena o no vivirla.
El devaneo filosófico es el sustrato de la actualidad venezolana, también. ¿Ser venezolano? ¿No? Irse, quedarse. Irse o no del mundo. Validar una existencia que por todos los medios nos es negada, mientras en otros lares se permite, o más, se propicia. Existir no es permanentemente sobrevivir al naufragio impuesto. ¿Medio comer y dormir dan cuenta del ser? ¿No es esa la existencia de los seres que consideramos no pensantes?
La libertad, inherente a la existencia y al ser más profundo, en consustancial con lo humano y la humanidad. Los límites extensos a la libertad agreden la existencia y el ser, hondamente. De allí la respuesta desenfrenada de la ciudadanía al acoso permanente del ser y su desarrollo.
La respuesta es la huida en busca de libertad, de libertades; el desahogo que se le impide. Porque manifestar, opinar, expresarse, pensar, asociarse o afiliarse, disentir, reunirse, son derechos humanos establecidos no por deporte. Forman parte de los fundamentos que nos diferencian de los seres que consideramos no pensantes, o en todo caso, no humanos.
Un país donde ni siquiera existe la libertad sexual, donde comer es un exceso, donde trabajo y educación carecen de sentido e importancia alguna para quienes detentan el poder, es un país acosado, sometido a todo trance. De allí el escape, la huida de la población, aunque no hay una guerra declarada que no sea la del poder contra la ciudadanía y todos los métodos establecidos para su defensa. Incluyendo los internacionales. Los casi 9 millones de refugiados no son cuento de camino. El aumento de los suicidios tampoco.
Ser o no sigue siendo un dilema válido, una pregunta válida, un problema válido, mientras existamos. Los excesos en Venezuela hacen que las respuestas se conviertan y luzcan ante el mundo como excesivas también. La existencia volverá a valer la pena aquí, con nuestro gentilicio, en nuestro país. Pero no pueden ser solo deseos. Corresponde actuar firmemente en consecuencia.
William Anseume