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Una “revolución cultural” que se tradujo en venganza y resentimiento

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Una “revolución cultural” que se tradujo en venganza y resentimiento

 

Aunque hablan desde distintos lugares, la experiencia es compartida y los calificativos que utilizan son sinónimos: desastre, devastación, destrucción, catástrofe. Todos se refieren a la llamada “revolución cultural” que, con el argumento de garantizarle al pueblo acceso a la cultura que se consideraba entonces para las élites, desmontó las instituciones culturales y solo quedan vagos recuerdos de resplandecientes teatros, variopintas agrupaciones, reconocidas editoriales y museos que había en Venezuela.

 

El cambio se decretó, por televisión y en jerga beisbolera, con las destituciones y nombramientos de nuevos directores de museos, galerías, teatros, editoriales, también en los sectores del cine, la danza y las orquestas sinfónicas. Para Héctor Manrique, quien para ese entonces estaba al frente de la Compañía Nacional de Teatro “fue un cambio para peor”, dice. “En el sector teatral había más de 600 instituciones en el país apoyadas desde el Estado, en este momento yo creo que no existe ninguna. Solo en Caracas había más de 40 salas teatrales. En este momento, aparte del Centro Cultural Chacao, Trasnocho Cultural, Centro Cultural BOD, Celarg, aquí no se llega a más de seis salas de teatro. Lograron disolver todo cuando se les quitó el presupuesto”, agrega.

 

Y como entró al cargo, salió. En 2003 renunció a su cargo y finalmente un año después fue aceptada. “Desde el principio dejé claro que no tenía ningún tipo de militancia y cada día que pasaba yo estaba divorciado de la acción del gobierno central. La mejor forma de combatir eso que ellos consideraban una ‘élite‘ era dándole acceso a la gente y eso no es lo que pasó. Todos esos entes se disolvieron”.

 

Manrique considera que lo único camino es cambiar la administración. “Lo que hay que hacer es cambiar al gobierno, porque ya ha dejado claro un absoluto desprecio por el sector cultura. A veces la gente dice que son unos ineficaces, que no tienen una política, pero si la tienen y es acabar con eso y lo lograron. La cultura ha procurado que la gente tenga su propio pensamiento, que tenga su propio criterio y nada de eso le puede interesar a un gobierno como este”.

 

En el anuncio, el poeta Alfredo Chacón fue nombrado presidente de la Fundación Biblioteca Ayacucho, que para ese entonces tenía un vasto catálogo de clásicos latinoamericanos, en sustitución de su fundador, José Ramón Medina. “Mi permanencia en ese equipo de trabajo nacional se debió a dos realidades que vale la pena recalcar: la calidad profesional y vocacional de sus participantes, y la inquebrantable amplitud política e ideológica con que Manuel Espinoza lo concibió y dirigió hasta el momento en que el Gobierno tomó la decisión de apartar todo eso de su camino”, indica en un correo electrónico.

 

“La diferencia comenzó a ponerse en evidencia desde el momento mismo en que Chávez ejerció su estilo despectivo y bravucón para anunciar los nuevos directores de los organismos culturales del Estado. Pero esa fue apenas una señal que pudo haber quedado como simplemente anecdótica y confirmadora de una manera de ser jefe supremo. Luego fue quedando claro que a Chávez y su gente no le interesaba para nada una política cultural. A esta propuesta solo se le prestó atención para deshacerse de ella”, agrega Chacón. En abril 2003 renunció a su cargo, después de que Manuel Espinoza saliera del Viceministerio de Cultura y dejando listo un texto que no trascendió el orden interno: “Documento de Reestructuración de la Fundación Biblioteca Ayacucho”.

 

El fotógrafo Vasco Szinetar duró menos en el cargo, apenas un año. De una labor de seis años en el Museo Alejandro Otero pasó a darle forma al Centro Nacional de la Fotografía, que no existía en ese entonces. “Tenía mucha ilusión de poder construir una institución que permitiera estudiar, divulgar, difundir la fotografía en Venezuela, pero la misma estructura del proyecto chavista hacía imposible desarrollar un proyecto independiente, importante, cultural”, cuenta. “Cuando yo renuncié ya había entendido que era un proyecto totalitario, que no se podía trabajar en una institución sin estar sujeto a la adscripción de un discurso ideológico”, recuerda.

 

Como director del Museo Alejandro Otero contribuyó a la construcción y resguardo de una colección que, actualmente, indica desconoce su estado y ubicación. “No se divulgan, no se muestran. El testimonio real es que han destruido la cultura y sus instituciones. Aquí el discurso que ha prevalecido es el del odio, del enfrentamiento y el resentimiento. El Estado está para promover la cultura y cuando pretende controlar el resultado es nefasto”.

 


En 2001, la investigadora y curadora Lorena González llevaba dos años trabajando en el Museo Alejandro Otero, donde estuvo hasta 2005. “Hubo una deconstrucción de ese sistema de ejercicio de producción de pensamiento, cultura y memoria. Me tocó vivir la caída completa del museo. Me tocó formarme, crecer, hacerme curadora y sentirme en un barco que se estaba hundiendo. Hasta 2003-2004 teníamos la posibilidad de seguir funcionando. Se redujo muchísimo el presupuesto destinado a esta área, pero la entrada de Francisco (Farruco) Sesto como ministro fue determinante. Él fue el apocalipsis completo del museo como institución”, señala.

 

Para ella, lo ideal era afinar y revisar, también plantear el relevo de las instituciones en conjunto con estas. “Al final fue una voluntad populista, de cambiarlo todo para comenzar de nuevo y supuestamente para hacer algo mejor. Lo que ha hecho es desestructurar, deshilvanar todas las cosas que, hasta ese momento, habían funcionado”.

 

También crítica el argumento “elitista” con el que se apalancó la llamada “revolución cultural”. “El tema no es que el artesano del metro de Bellas Artes no pueda tener un espacio dentro del museo, sino que cualquier cosa que se vaya a exhibir, ya sea un zapato viejo, un Cruz-Diez o una colección de pelucas, debe tener el cuidado y el estudio adecuado para tener un guion museográfico, curatorial y enaltecer lo que vas a poner en el museo. Pero simplemente los metieron. ‘¿Cómo estarán?’, ‘¿por qué estarán?’, ‘¿de qué manera?’ son preguntas que no analizaron. Si yo quiero incluir lo que creo que es un arte al margen, tengo que darle una mejor calidad de vida a esa obra de arte, yo tengo que enaltecerla”.

 


En otro extremo de la ciudad estaba Adriana Meneses dirigiendo el Museo Jacobo Borges, una institución que fundó y en la que estuvo hasta 2006. “Al igual que todas las fundaciones de Estado, dejamos de ser autónomos. Aunque los primeros años pudimos continuar con una oferta cultural diversa que incluía exposiciones y talleres, poco a poco esa posibilidad se hizo más difícil hasta que desapareció. Desde el principio, yo me dije: ‘Voy a estar aquí hasta que mi equipo y yo podamos hacer lo que siempre hemos hecho: llevar a cabo nuestro trabajo honestamente en beneficio de la sociedad venezolana. El día que eso no sea posible, me voy’. Y me dolió mucho, porque en Venezuela las instituciones culturales contaban con equipos de trabajo absolutamente envidiables en cualquier parte. La gente con la que yo trabajé en el Museo Jacobo Borges estaba 100% comprometida con el lema del museo: ‘Todo hombre es un artista’, una frase de Joseph Beuys. Y la comunidad, te lo aseguro, se sentía parte de esa mística”, dice.

 


“Los museos, las orquestas, los teatros venezolanos les permitían a todos los sectores de la sociedad disfrutar de una oferta cultural de primer orden. Hoy todo está vacío .¿Qué se acabó? La sana competencia entre las instituciones para conseguir la mejor oferta cultural en un país abierto, democrático, plural”, agrega la hija de Sofía Imber y Guillermo Meneses.

 

Ningún ente adscrito al Estado se salvó de la ola que se comenzó a levantar el 21 de enero de 2001. El Ateneo de Caracas, un insigne epicentro cultural privado, dirigido en ese entonces y actualmente por Carmen Ramia, también fue salpicado. En 2009 Chávez, de quien Ramia fue ministra de Información durante tres semanas, ordenó el desalojo del edificio después de que se venciera el comodato. Hoy funciona allí Universidad Nacional Experimental de las Artes. “Yo a eso no lo llamaría revolución cultural, sino devastación cultural porque a partir de ese momento fueron arrasando con todo hasta no dejar nada. En ese momento fue como ver desaparecer todo: el Macsi, la GAN, el Teatro Teresa Carreño… todo. Imagínate como quedamos cuando nos quitaron el edificio. Aguántamos ocho años. Ahorita solo hacemos formación; nos redujeron a la nada”.

 


Bajo la lupa
“Si evaluamos las políticas culturales que se han implementado en estos 22 años, lo que vamos a encontrar es que la ‘revolución cultural’ terminó en un modelo cultural autoritario, de corte populista, que ha impedido que la sociedad venezolana pueda llevar una vida plena y creativa”, explica el sociólogo y profesor Carlos Guzmán quien coordina la Maestría Gestión y Políticas Culturales de la UCV.

 


La premisa que movió la “revolución cultural de Chávez” fue la “des-elitización cultural”, pues, según los argumentos emanados del Estado, la cultura estaba reservada para un grupo minoritario. En la memoria del Ministerio de Cultura de 2009, citada por Guzmán, señala: “La des-elitización cultural está dirigida a romper con el paradigma cultural que ha predominado durante décadas en las instituciones del Estado en cuanto a que el acceso a la cultura era para un pequeño grupo de ilustrados que podrían disfrutar y entender las expresiones de las Bellas Artes”.

 

 

Pero ¿fue realmente una revolución?

A efectos de revolución, entendida como la instauración de un modelo distinto al haber un cambio de paradigma, sí. “Se impuso un nuevo modelo cultural, pero no era el que nosotros estábamos esperando, que fuera uno totalmente democrático, con reconocimiento de la pluralidad, del sujeto, sino uno autoritario a través de la presencia de un partido único, centralista y centralizador”, reconoce Guzmán.

 

“Estamos en presencia de un Estado que trata de dirigir la política pública cultural desde una estética impuesta por los que están en ese gobierno, algo que era muy propio de la Unión Soviética. El modelo se caracteriza por tener un control sobre el campo cultural a través de medios políticos-administrativos y que emanó políticas públicas de exclusión, control, regulación y de producción ideológica cultural”, añade.

 

Como resultado, el proceso que se supone, teóricamente hablando, masificaría el acceso a la cultura, desinstitucionalizó la cultura venezolana. “Todo el andamiaje que costó más de 50 años, que nosotros entendíamos por la institucionalidad pública cultural, se desmontó”, dice.

 

Además, indica que ese acceso cultural que tanto se pregonó no existe. “Los estudios y encuestas de consumo cultural son concluyentes: hay problemas de inequidad cultural en Venezuela. Así que cuando intentan dar una imagen de que todos tienen acceso a la cultura es una gran mentira. Cuando cruza la variable pobreza, con la variable gasto cultural, que supone lo que es el acceso a la cultura, los datos son alarmantes y preocupantes”.

 

“Para mí esta revolución cultural se llevó el espíritu de la innovación y la creatividad del conocimiento, del emprendimiento, del reconocimiento, del valor público que tiene la cultura. Y lo que nos ha dejado es simplemente el resurgimiento de una cultura autoritaria, de la venganza, del resentimiento”, afirma Guzmán.

 

 

 

Fuente: El Nacional
Por: Maria Laura Espinoza
Twitter: @i_am_LauEz14

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