Soledad Morillo Belloso: Nunca digas jamás

Comparte esta noticia:

Soledad Morillo Belloso: Nunca digas jamás

El “nunca” puede no ser una fortaleza sino una barrera que construimos para protegernos. Pero protegerse no es lo mismo que vivir. Crecer es aceptar que lo que ayer nos definía puede hoy haber quedado obsoletoNos gusta pensar que tenemos control de todo.

Nos aferramos a la idea de que conocemos con precisión los alcances de nuestra voluntad, como si el universo estuviera diseñado para obedecer nuestras certezas. “Nunca haré esto”, “Jamás cambiaré de opinión”, “Siempre seré así”. Decimos estas frases con una seguridad que roza la arrogancia, como si nuestra esencia estuviera esculpida en mármol, inmutable ante el paso del tiempo.

Pero la vida, con su infinita ironía, tiene una manera peculiar de desafiarnos. Nos enfrenta a situaciones inesperadas, nos coloca en caminos que jamás imaginamos recorrer, nos obliga a reconsiderar lo que antes creíamos absoluto. Lo que un día rechazamos con fiereza, puede convertirse en parte esencial de nuestra historia; lo que un día juramos nunca hacer, puede ser la única salida en un momento de crisis.

Decimos “nunca” porque nos sentimos seguros en la previsibilidad. Porque creemos que nuestra identidad es fija, que nuestras decisiones son definitivas, que el futuro seguirá la línea recta que hemos trazado mentalmente. Pero la realidad es más compleja que nuestras intenciones. Cambiamos con cada experiencia, con cada pérdida, con cada amor que nos transforma, con cada error que nos obliga a aprender.

El problema del “nunca” no es sólo que sea una petulancia disfrazada de certeza, sino que nos limita. Nos obliga a vivir dentro de fronteras rígidas, nos impide considerar posibilidades que podrían ocurrir (de allí el concepto de posibilidad) que tal vez enriquecerían nuestra existencia. Nos cerramos a nuevas ideas, a nuevas personas, a nuevos caminos, por miedo a traicionar una versión de nosotros mismos que podría convertirse en anacrónica.

¿Cuántas veces hemos afirmado que jamás volveremos a confiar, sólo para descubrir que la confianza es el único puente hacia una verdadera conexión? ¿Cuántas veces hemos asegurado que nunca cambiaríamos de opinión, hasta que la vida nos enseñó una nueva verdad o nos forzó a tragarnos nuestras palabras? ¿Cuántas veces hemos rechazado una oportunidad, convencidos de que no era para nosotros, sólo para arrepentirnos después?

El “nunca” puede no ser una fortaleza sino una barrera que construimos para protegernos. Pero protegerse no es lo mismo que vivir. Crecer es aceptar que lo que ayer nos definía puede hoy haber quedado obsoleto. Madurar es entender que no somos las mismas personas que fuimos hace cinco años, y que dentro de cinco años seremos aún diferentes. Porque la vida es caprichosa.

El cambio es inevitable, nos guste o no. Negarlo sólo nos hará menos preparados para enfrentarlo cuando llegue. Quizá lo más sabio no sea aferrarnos al “nunca”, sino aprender a decir: “Hoy pienso así, pero mañana podría verlo de otra forma”. Porque el mundo no se detiene, y nuestra historia no está escrita con tinta indeleble.

Nunca digas jamás. No porque carezcas de convicción, sino porque la vida tiene una manera impredecible y sorprendente de demostrar que aquello que creímos imposible puede ser, en algún momento, nuestra única o mejor realidad.

Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

Las opiniones emitidas por los articulistas  son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de Confirmado.com.ve