Modernizar no es olvidar. Es recordar mejor. Es que el niño que juega con tablet también sepa jugar metras. Es que la chama que hace TikToks también sepa cómo se hace una hallacaModernizar el país no es ponerle botox a la historia ni disfrazarlo de otro. No es andar copiando lo que hacen en Nueva York o en Dubái como si aquí no tuviéramos con qué. Modernizar, de verdad-verdad, es agarrar lo nuestro, lo que huele a ají dulce, a papelón, a tierra mojada, y meterle chispa, tecnología, ideas nuevas, pero sin perder el acento, sin perder el tumbao.
Porque ¿de qué sirve tener internet satelital si no podemos usarlo para que la abuela enseñe a hacer dulces de lechosa por videollamada? ¿De qué sirve tener drones si no los usamos para grabar las procesiones, los bailes de San Juan, los juegos de trompo en la calle? ¿De qué sirve tener inteligencia artificial si no la ponemos a inventar refranes nuevos, a contar cuentos de espantos, a ayudar a los chamos a aprender historia con sabor a guarapo?
Modernizar no es olvidar. Es recordar mejor. Es que el niño que juega con tablet también sepa jugar metras. Es que la chama que hace TikToks también sepa cómo se hace una hallaca. Es que el joven que estudia programación también sepa lo que es un velorio con décimas y chistes, lo que es un duelo cantado, lo que es un sancocho que cura el alma.
Y no se trata de vivir en el pasado, no. Al contrario. Se trata de que el pasado viva con nosotros. Que no lo guardemos en un mausoleo, sino que lo llevemos en el bolsillo, en el celular, en la risa, en el plato, en la música. Que el costumbrismo no sea nostalgia, sino cultura e idiosincrasia. Que el refrán no sea sólo adorno, sino brújula. Que el ritual no sea sólo recuerdo, sino acto de futuro.
Imagínate una Venezuela donde los juegos tradicionales se enseñan en apps, donde los cuentos de la abuela se convierten en audiolibros, donde los rituales de duelo se transmiten en vivo para que el que está lejos también pueda llorar y reír. Imagínate que el refranero se actualiza cada semana, que los sainetes se hacen en podcast, que los platos típicos se cocinan en vivo con nuestros chefs y cocineras. Imagínate que la modernidad no nos quite el sabor, sino que lo multiplique.
Porque modernizar sin perder las raíces es como sembrar en tierra fértil. Es como hacer guarapo con agua limpia. Es como bailar joropo con zapatos nuevos, pero sin dejar de zapatear. Es como decirle al mundo: “Sí, tenemos fibra óptica, pero también tenemos tambor, tenemos cuentos, tenemos memoria, tenemos picardía”.
Y al avanzar, que sea con los pies en la tierra y la cabeza en las estrellas. Que sea con el alma llena de refranes y el corazón lleno de futuro. Que sea con la viuda irreverente, con el niño que improvisa décimas, con la señora que vende empanadas y sabe más de economía que cualquier ministro.
Porque este país no se moderniza borrando lo que somos. Se moderniza celebrándolo. Se moderniza sembrando más, cantando más, riendo más, compartiendo más. Se moderniza cuando el progreso no nos divide, sino que nos junta. Cuando la tecnología no nos silencia, sino que nos amplifica.
Y claro que admiramos a los países que han sabido cuidar su historia. Uno ve a Europa con sus bibliotecas que parecen catedrales, con sus plazas donde cada piedra tiene un cuento, y uno dice: “¡Caramba, qué manera de honrar el pasado!” O mira al Oriente, con sus rituales milenarios, sus templos que huelen a incienso y sabiduría, y uno se queda boquiabierto. Allí hay modernidad, sí señor, trenes que vuelan, ciudades que parecen del futuro, pero también hay un respeto profundo por lo que fueron, por lo que son. No les da pena mostrar sus raíces, al contrario, las exhiben con orgullo. Y eso es lo que nos toca aprender: que el progreso no tiene que venir con borrón y cuenta nueva, que se puede avanzar sin olvidar, que se puede ser moderno sin dejar de ser nuestro.
No queremos un país atrasado y anquilosado. Así que sí, vamos a modernizar. Pero con sabor. Con personalidad. Con historia. Con ritual. Con refrán. Con juego. Con comunidad. Con historia. Con memoria. Con picardía. Con todo lo que nos hace únicos. Porque si perdemos eso, ¿qué nos queda?
Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob
 
								









 
															

