Sobre el retorno de Guaidó

Sobre el retorno de Guaidó

 

Estamos pendientes del regreso del presidente Guaidó a Venezuela, después de su actividad en Colombia y Brasil para la coordinación de la entrada de ayuda humanitaria, después de sus reuniones de trabajo con el Grupo de Lima y de sus contactos con el vicepresidente de Estados Unidos. Lo precede una actividad pública que ha copado la atención del mundo, razones que conducen a pensar que no tendrá problemas con el boleto de retorno. Es así, en principio.

 

 

Las actividades descritas lo han convertido en una figura prominente a escala internacional. No hay periódico serio del exterior que no se haya ocupado de registrar los pasos de Juan Guaidó. Los canales televisivos de mayor audiencia y los portales más trajinados lo han tenido como presencia estelar. Todos identifican su imagen cuando la ven, así vivan en rincones remotos del mundo sin conexión inmediata con las circunstancias nacionales. Sus palabras han traspasado las fronteras, para convertirlo en el político venezolano más célebre de los últimos tiempos. Gracias al empeño que ha puesto en el cumplimiento de sus obligaciones de presidente encargado y al crédito que ha logrado para el rol de la Asamblea Nacional y para el renacimiento de los partidos políticos, ha superado todos los grados de la atención pública y ha llegado a una relación con el pueblo que no parecía posible por sus gigantescos niveles de afectividad.

 

 

Solo una dictadura realmente desenfrenada, o que haya traspasado como pocas los límites de la racionalidad, se atrevería a atentar contra su persona y a encerrarlo en una jaula. Hay barreras que no se pueden derrumbar, muros ante los cuales debe guardarse respeto por su maciza fortaleza. El lobo no soplaría contra el rancho de cartón de su enemigo, sino contra una colosal edificación de concreto armado que no se movería ni un milímetro ante la absurda tentativa. Todos los cálculos refieren a la esterilidad del encontronazo, a lo baldío y contraproducente que sería, pero conviene recordar la conducta reciente del usurpador y de sus secuaces para pensar con mayor detenimiento sobre la posibilidad de que suceda lo que en sana lógica no debe suceder.

 

 

Aun cuando todos los reflectores del mundo han puesto su potencia sobre Venezuela, el usurpador ordenó la quema de los camiones de ayuda humanitaria que pudieron traspasar las fronteras de Colombia y Brasil. Decenas de camarógrafos y una legión de reporteros estaban pendientes del crucial episodio, pero la dictadura usó grupos paramilitares para reprimir a la sociedad civil en escaramuzas desenfrenadas sin importarle que se divulgaran sus tropelías. El vil ataque de la comunidad pemón por pandillas armadas con armas largas, que causó muertes y heridas de consideración, ni siquiera pestañeó ante la presencia de la prensa internacional. Un famoso periodista mexicano fue retenido a la fuerza en Miraflores porque no trató con complacencia al dictador a quien entrevistaba, y los equipos del canal que grababa la sesión fueron robados junto con las pertenencias de los técnicos que hacían su trabajo, todo a pesar de que protagonizaban la vicisitud unos profesionales sobradamente conocidos en los países de lengua española.

 

 

Con tales desmanes el usurpador manda señales inequívocas sobre los procedimientos ilegales, prepotentes, descarnados e ilimitados que utiliza y utilizará para mantenerse en MIraflores. Si tenemos en cuenta los capítulos de este  horripilante prólogo, debemos también considerarlos cuando esperamos con ansia el retorno del presidente Guaidó. Es un rival formidable, el más apreciado y respetado por propios y por extraños, pero puede ser objeto de la represión provocada por la desesperación y por la ambición de poder.

 

 

Editorial de El Nacional

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