Ambas formas de hacer el amor son buenas. Sólo que cada una de ellas tienen sus pros y sus contras, y, lo más importante de todo, su momento. Hay que desterrar no pocas leyendas que se encuentran en la base de las decisiones que suelen tomarse al respecto.
El tiempo no siempre importa
Es un error seguir pensando que el factor tiempo influye en la satisfacción femenina durante el coito. Es cierto que hay mujeres que se encienden con mayor rapidez que otras (como los hombres). El proceso es más lento cuando son sorprendidas por una proposición inesperada o que se da en un momento que no es el adecuado (nos pasa a todos).
Pero una vez superado ese punto y estando excitadas convenientemente, el tiempo ya no es un factor tan importante. Es cierto que el estímulo debe durar un mínimo de dos a cuatro minutos para desencadenar la respuesta orgásmica femenina.
Pero, a partir de ahí, prolongar más tiempo el coito no garantiza que el orgasmo se produzca si no ha llegado antes, sobre todo en la posición con la que suele practicarse con mayor frecuencia: la del misionero.
¿Por qué? Porque la penetración no es es único estilante para la mujeres. Por eso, prolongar el coito más tiempo, o hacerlo más lentamente, no añade nada para obtener el orgasmo femenino, sólo produce irritaciones en la vagina.
Tampoco hacerlo muy deprisa o muy lento garantiza nada, si el clítoris no es adecuadamente estimulado (y en la postura del misionero, la mayor parte de las veces no lo es.) La lentitud añade sensaciones eróticas nada desdeñables en la vagina, que no hay por qué desdeñar.
Fuente: Agencias