Uno de los sueños de los físicos es conseguir embotellar el Sol. O lo que es lo mismo, duplicar el mecanismo por el cual brillan las estrellas de forma sostenida y que sea económicamente rentable: la fusión nuclear. El problema fundamental es que hay que conseguir que el material fusionable –en este caso, hidrógeno– se encuentre en el cuarto estado de la materia, esto es, el plasma, lo que implica tener que alcanzar temperaturas de cientos de millones de grados.
Ese es el quid de la cuestión: podemos conseguir esa temperatura, pero… ¿en qué vasija? Los físicos han ideado dos formas de mantener el plasma encerrado: mediante campos magnéticos o por confinamiento inercial, esto es, bombardeándolo con rayos láser siguiendo una secuencia muy precisa. Los principales reactores inerciales que se encuentran en funcionamiento son el de la Instalación Nacional de Ignición, en EE. UU., que usa 192 potentísimos láseres –una ráfaga disparada en este complejo llegó a generar 500 billones de vatios–, y el Laser Mégajoule, en Francia, con 240 haces.
Entre los magnéticos está el ITER, que entrará en funcionamiento en 2025, y el alemán Wendelstein 7-X, que se puso en marcha a principios de 2016. Todos ellos son inmensos, y por eso, cuando en 2014 la firma de defensa Lockheed Martin anunció que estaba desarrollando un reactor de fusión nuclear compacto, muchos expertos se mostraron escépticos.
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