Ricardo Hausmann: Caminando sonámbulos hacia una nueva era imperial

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Ricardo Hausmann: Caminando sonámbulos hacia una nueva era imperial

Caminando sonámbulos hacia una nueva era imperial
Por Ricardo Hausmann / Project Syndicate
Mayo 16, 2025

Cuando observamos un edificio, podemos ver sus paredes, ventanas y detalles decorativos, pero no la estructura oculta que mantiene todo unido. Sin embargo, durante un terremoto o tras años de erosión, esa estructura invisible puede derrumbarse de repente. Lo mismo ocurre con las estructuras políticas frágiles que sostienen gran parte del mundo en desarrollo.

En 1651, Thomas Hobbes -sumamente afectado por la violencia de la Guerra Civil inglesa- abogó por un Leviatán: un estado poderoso capaz de imponer el orden y evitar el caos. Sin un gobierno fuerte, advertía, la vida sería “solitaria, miserable, desagradable, brutal y breve”. Pero, como ha demostrado la historia, crear ese tipo de Leviatán es más difícil que simplemente desearlo.

Esto no era tan evidente durante la gran ola de descolonización del siglo XX. Desde la Segunda Guerra Mundial, más de 130 nuevos países se han independizado -unos 80 en África y Asia y 20 en el Caribe y las islas del Pacífico-. El resto se formó tras la disolución de imperios y estados multinacionales como la Unión Soviética y Yugoslavia.

La ola de descolonización global se vio impulsada no solo por el deseo de autodeterminación de los pueblos, sino también por el apoyo activo de Estados Unidos, que veía en los movimientos independentistas una forma de debilitar tanto el imperialismo europeo como el expansionismo soviético. En su Programa de Cuatro Puntos de 1949, el presidente estadounidense Harry Truman expuso su proyecto de posguerra: apoyar a las Naciones Unidas en su misión de salvaguardar la integridad territorial, reconstruir Europa mediante el Plan Marshall, promover la descolonización y proporcionar asistencia técnica a las regiones más pobres del mundo, incluidos los estados emergentes. El objetivo era reemplazar los Leviatanes coloniales por otros de origen local, con el apoyo de un marco de cooperación internacional.

La reconstrucción de Europa fue un éxito rotundo. Pero construir nuevos Leviatanes en el Sur Global ha sido mucho más difícil -y costoso- de lo que Truman imaginó. La euforia inicial por la independencia pronto dio paso al caos, ya que más de 60 nuevos países se enfrentaron a guerras civiles, levantamientos separatistas, golpes militares y violencia étnica. En países como Siria, Sudán, Etiopía, Nigeria y Colombia, la autoridad estatal ha sido impugnada sistemáticamente por grupos armados. E incluso allí donde la paz ha perdurado, esta descansa sobre un entramado complejo de ayuda internacional, apoyo técnico y mediación externa.

Hoy en día, más de tres quintas partes de los países subsaharianos dependen de programas activos del Fondo Monetario Internacional. Estos acuerdos actúan como anclas financieras, sobre las que se obtiene ayuda adicional de bancos de desarrollo, gobiernos donantes y organizaciones filantrópicas. Asimismo, los flujos de ayuda le brindan a más de 700 millones de personas de países de bajos ingresos divisas equivalentes a aproximadamente la mitad de las importaciones totales de sus países.

En países como Etiopía, Mozambique, Madagascar y Malawi, la ayuda internacional financia más del 50% del gasto público. Si bien este sistema de apoyo global ha ayudado a los estados débiles a mantenerse a flote, también los ha obligado a balancear las necesidades de sus ciudadanos con las exigencias de donantes y acreedores.

En los últimos meses, la administración del presidente estadounidense, Donald Trump, ha desmantelado sin contemplación alguna las mismas instituciones que sostenían este acuerdo delicado, al cerrar la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), al recortar drásticamente la financiación de la Corporación Reto del Milenio y al retirarse de la Organización Mundial de la Salud. También ha flirteado con ambiciones imperialistas con la amenaza de Trump de afirmar la soberanía estadounidense sobre Groenlandia, Panamá e incluso Canadá. Por su parte, el Reino Unido y otros países donantes también han recortado sus presupuestos de ayuda exterior.

Las consecuencias podrían ser graves. Los gobiernos débiles de los países en desarrollo se verán cada vez más amenazados por milicias y caudillos, mientras que los más fuertes -envalentonados por la audacia de Trump- podrían mirar hacia el exterior e intentar anexarse tierras ricas en recursos de sus vecinos. Todos buscarán nuevos patrocinantes extranjeros, y aquellos que no puedan pagar en efectivo ofrecerán un acceso preferencial a su riqueza mineral, lo que marcará el comienzo de una nueva era de colonialismo de recursos.

Mucho de esto ya está ocurriendo. El Grupo Wagner, la tristemente célebre empresa militar privada rusa, ha operado en Burkina Faso, Malí, Sudán, Libia y la República Centroafricana, intercambiando apoyo militar por acceso a oro, diamantes y otros recursos valiosos. Al mismo tiempo, Turquía, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos, Irán y Arabia Saudita han apoyado a facciones rivales en la guerra civil en curso en Sudán.

China, en cambio, ha adoptado un enfoque más institucional, convirtiéndose en el mayor contribuyente a las misiones de paz de las Naciones Unidas. Sin embargo, también tiene un interés estratégico en proteger sus inversiones africanas y promover su industria de defensa. China ya mantiene una base militar en Yibuti y ha firmado acuerdos de acceso a puertos con Guinea Ecuatorial, así como con países en desarrollo fuera de África, entre ellos Pakistán, Camboya y las Islas Salomón.

En tanto las fronteras se vuelven cada vez más inestables y el apoyo de los donantes disminuye, los estados frágiles corren el riesgo de convertirse en campos de batalla de conflictos indirectos, en los que potencias externas compiten por influencia y por el control de los recursos locales. Los paralelismos con finales del siglo XIX son sorprendentes: tras un aumento de las tensiones coloniales, las potencias europeas convocaron a la Conferencia de Berlín de 1884-85 para evitar la guerra entre ellas dividiendo a África en esferas de influencia. Fue un acuerdo brutal, pero a sus artífices les pareció mejor que el caos.

Estos acontecimientos plantean un interrogante fundamental: ¿estamos caminando sonámbulos hacia una versión del siglo XXI del Reparto de África? De ser así, sería una tragedia histórica. Si bien la visión de Truman de un orden internacional pacífico y basado en reglas ha resultado más difícil de concretar de lo que se esperaba, sigue siendo la mejor esperanza de la humanidad para lograr la estabilidad global. Derribar el andamiaje institucional que sustenta a los estados emergentes puede generar ahorros a corto plazo, pero a costa de un desastre a largo plazo.

Ricardo Hausmann, exministro de Planificación de Venezuela y execonomista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, es profesor de la Harvard Kennedy School y director del Harvard Growth Lab.

Copyright: Project Syndicate, 2025.
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