Si revivieran hoy los revolucionarios de 1789 y se percataran de que el pluralismo (tanto social como político) ha pasado a erigirse como un valor fundamental de las democracias modernas se hubieran sorprendido, lo verían como un retroceso histórico, cuando ellos lo habían rechazado al considerarlo un vestigio del Antiguo Régimen que intentaban destruir y de hecho destruyeron. En efecto el derecho de asociación, el arma jurídica del pluralismo tanto social como político, fue rechazado por el liberalismo originario de raigambre individualista, y tuvieron que pasar cerca de cien años para su definitivo reconocimiento. Como señaló en su momento el reconocido historiador del liberalismo Giorgio De Ruggiero: “Recordando las corporaciones apenas disueltas, estimaron cualquier asociación como algo coactivo, y más tarde, ante el espontáneo renacer de las coaliciones de trabajadores, consideraron necesario prohibirlas expresamente. La prohibición, obra quizás de inexperiencia, será después mantenida durante más de medio siglo por un interés de clase.”
Seguir el camino intelectual que llevó al reconocimiento del pluralismo como un valor fundamental de la democracia moderna, con su pináculo en su jerarquización axiológica en la Constitución , constituye una tarea fascinante de la historia de las ideas, políticas, sociales y económicas, modernas y contemporáneas, a partir del siglo XIX, una tarea que no ha concluido pues se encuentra en pleno desarrollo con el despertar y relevancia de la sociedad civil, el comunitarismo, la crisis del Estado y el denso planteamiento del reordenamiento de las relaciones Estado-sociedad. Grosso modo se pueden destacar tres grandes corrientes de ideas que determinaron, luego de una larga lucha que por cierto no ha terminado, el cambio de paradigma en la concepción, de negativa a positiva, del pluralismo. Ellas son, el cristianismo social (manifestado en las encíclicas sociales y en la obra de humanistas cristianos), el socialismo anterior a Marx, que éste peyorativamente llamó socialismo utópico, y en la corriente liberal-democrática que representó en su obra magna sobre la democracia norteamericana, Alexis de Tocqueville.
A todas estas, lo que deseo patentizar en este breve escrito es la significación del pluralismo político, pues su abandono o desdén es una causa eficiente del deterioro de los regímenes democráticos de la actualidad. Digo esto pues pluralismo no es en política lo plural, es mucho más, se trata de un sentimiento y una actitud de las fuerzas políticas por proteger la democracia, fortalecerla, impedir su degradación. Como ha señalado Giovanni Sartori en su iluminador libro sobre el pluralismo, al destacar la relevancia del consenso para la democracia pluralista: “Consenso es un proceso de compromisos y convergencias en continuo cambio entre posiciones divergentes.” El conflicto de las posiciones divergentes de las fuerzas políticas en la democracia es algo natural, pero con un límite en las convicciones profundas sobre la necesidad de defender la democracia y unirse en torno a los valores a los que ella sirve. Y esos valores están recogidos en la Constitución para ser defendidos frente a sus enemigos autoritarios. Me refiero a lo que Jürgen Habermas llama patriotismo constitucional.
En definitiva se trata de la defensa de los principios que dan sentido al frágil régimen de gobierno que llamamos democracia, y que hoy sufre en todas partes un deterioro que nos llena de angustia. Dos ejemplos, cierto que distintos, me vienen a la mente sobre la reflexión de estas líneas: uno del primer gobierno de Rafael Caldera que se me quedó grabado pese a mi juventud. Dada la novedosa experiencia de un gobierno unipartidista, superada la experiencia de Puntofijo, y luego de una dura batalla ante la aprobación de una ley orgánica sobre el poder judicial, el presidente destacaba en su alocución a la nación: “Hay asuntos fundamentales en los cuales hay que llegar a un entendimiento, porque lo contrario sería no atentar contra las posibilidades de éxito de determinado gobierno, sino contra las posibilidades mismas de existencia de la nación y de sus instituciones fundamentales.” El otro ejemplo refiere a Winston Churchill, al crear el “Other Club” el año 1911, cuyo objetivo, dada su integración pluripartidista de miembros del Parlamento británico, fue el de promover la cooperación transversal entre los partidos que facilitara la cooperación y el acuerdo sobre temas fundamentales.
En suma, el pluralismo, tanto social como político, no es una palabra hueca, sino por el contrario un componente esencial de la gobernanza de los regímenes democráticos, en la actualidad por cierto bastante erosionada.
Ricardo Cómbenlas