Este 2025, el año de los dos primeros santos venezolanos en la historia, cierra con una paradoja. José Gregorio y Madre Carmen son símbolos de la virtud de la caridad que significa amor y su canonización motivo de encuentro, sin embargo, cuando se avecina la Navidad oficialmente decretada prematuramente -otra paradoja-, flota sobre nosotros un nubarrón de tensa incertidumbre. Los venezolanos estamos bajo el fuego cruzado de la propaganda de guerra. A cualquiera lo inquieta ver cómo se juega con fuego. Aquí me es inevitable recordar la filosofía práctica de mi amigo maturinés Toño Adrián: “Loco no tiene hora fija”. Sea en aquellas manos, éstas o en ambas, cualquier cosa puede pasar. Cualquier pronóstico no la tiene fácil.
¿Cómo estará la cosa que cuando el Papa habló en favor de la paz y el diálogo le dijeron hasta alacrán? Simplemente nos pidió a todos nosotros, no a unos de nosotros, lo mismo que pide a todo el mundo. Como otra vez leo en el Osservatore Romano que pide a quienes viven en contexto de guerra ser “Semillas de reconciliación y constructores de unidad”. Es la cabeza de la Iglesia de Cristo, por Dios, ¿Qué va a pedir?
La prioridad del Presidente norteamericano es interna: inmigración, delincuencia a los que se funde y confunde. Su tratamiento del tema venezolano pasa por esas claves, por eso eliminó el TPS. La racionalidad de esa línea es discutible pero no que es un notable comunicador. Y los que mandan aquí, propagandistas genéticos desde su difunto causante, tienen motivo sabroso para la propaganda con temas que unen a los suyos, les permiten identificarse con la patria y acentuar la represión.
Amenazas desde afuera, amenazas adentro, sin descartar renovaciones de pagarés vencidos. Los venezolanos atrapados entre el indefendible y lo indefendible. Contrarios y complementarios resultan ser mutuamente estos actores. En nuestra crisis la política internacional tiene que ver, pero honradamente, no es lo central. Hay que defender el Derecho Internacional Público, pero obviamente sobre todo cumplir nuestro Derecho interno enmarcado en la Constitución que pauta derechos y garantías que incluyen el Derecho Internacional de los Derechos Humanos.
Se habla y se actúa con ligereza de la guerra, eventualidad naturalmente catastrófica que cuando se desata, nunca se sabe cómo ni cuando terminará. Por eso, cuando escucho previsiones al respecto no niego mi perplejidad. Está en la historia, no nos engañemos con ilusiones.
Entre tanto, porque la vida real no es la propaganda, los problemas de los venezolanos que son muy verdaderos, no forman parte de la discusión. Enfrentarlos requiere una institucionalidad sólida y confiable, ocupada de hacer su trabajo. Gobierno que gobierne, Asamblea que legisle y controle, poder judicial que haga justicia; fiscalía, contraloría y defensoría que cumplan con su deber, poder electoral imparcial y eficiente. Todo al servicio de todos, según una Constitución que se cumple.
Con todo eso no será fácil, pero sin eso es sencillamente imposible. Y ¿cómo hacemos entonces? La única solución está en que la política haga su parte que es encontrar modos de solución. Así tendrá que ser, tarde o temprano, antes o después. Quiera Dios que antes. Por lo pronto, los actores por ahora determinantes: los que mandan aquí, el gobierno de Washington y María Corina Machado, expresión de la mayoría descontenta, están convencidos de lo contrario. Para quien escribe, esa no es una buena noticia.
La verdad, se necesita coraje para atreverse sinceramente, sin trucos ni cartas bajo la manga, porque implica costos para todos y vencer desconfianzas largamente construidas, pero precisamente cuando es difícil e incluso parece imposible, posibilitar lo necesario es la responsabilidad del liderazgo. Y allí otra paradoja, en la apoteosis de las antipolíticas, sólo la buena política puede ofrecernos el camino.
Me despido hasta enero, deseándonos lo mejor en Navidad y para 2026.
Ramón Guillermo Aveledo







