El jueves de la semana pasada, en el salón de la Biblioteca Pedro Grases de la Universidad Metropolitana que lleva su nombre, entregamos el Premio “Ramón J. Velásquez” a Eduardo Meier García, abogado de 54 años, profesor y escritor de temas jurídicos que se ha destacado en la investigación acerca de la vida de actores de nuestra historia. Subrayo su interesantísimo libro sobre Pedro Manuel Arcaya, aquel hombrón, intelectual positivista, sobresaliente en la política del primer tercio del siglo, premiado por la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Esta vez, se galardona Ramón J. Velásquez en el laberinto de la democracia en el que coqueteando con la entrevista imaginaria en la que éste brilló, hace justicia al protagonista y testigo clave de la Venezuela contemporánea.
Como muchos venezolanos de mi tiempo, puedo decir que desarrollé amistad con un Doctor Velásquez siempre accesible, ganado para la buena conversación y curioso por saber y comprender. Por su actitud magisterial los treinta y cuatro años de edad que nos separaban fueron más bien puente. Nos encontramos muchas veces en los pasillos del capitolio donde ambos servimos, incluso una vez coincidimos en presidir las comisiones del Senado y la Cámara para participar la instalación del Congreso al Presidente de la República Jaime Lusinchi. Siempre tuvo para mí palabras generosas y buenos consejos. Se lo agradezco, claro, pero más agradezco su servicio leal a este país de nosotros.
Senador por su Táchira natal varias veces, ministro de dos grandes presidentes de distintos partidos, periodista, preso político, historiador, autor leído, cabeza de las comisiones presidenciales para la Reforma del Estado y para los Asuntos Fronterizos y en momento singularmente complejo, Presidente de la República elegido por el Congreso. Un cursus honorum envidiable. En cada paso demostró, con tanta serenidad como consecuencia, su pasión por comprender a Venezuela para poder servirle. Atina su paisano el intelectual Luis Hernández Contreras al escribir: “Y ese conocimiento del país, esa sensatez en el enfoque de sus problemas y esa ausencia de pugnacidad, hacen que su opinión sea esperada y oída con el más grande interés.”
Su escogencia en 1993 para la Presidencia de la República, un honor, ciertamente, pero también un reto a caminar en campo minado, fue evidencia de una capacidad nacional que hoy se echa de menos. Pude decírselo personalmente el 5 de julio de ese año, es “la prueba de que podemos resolver una crisis, civilizada e inteligentemente”.
Un dato que quiero destacar de esa vida venezolana, máxime en este año de elecciones estadales y locales, es su convicción sincera, teórica y práctica, intelectual, legislativa y gubernativa de que Venezuela es toda Venezuela y cada una de las partes de Venezuela. Que es falsa y necia aquella frase de que fuera de Caracas, todo era “monte y culebras”. Sin ignorar la capitalidad real de Caracas que no es sólo un verso en el himno, ni subestimar la gravitación que ha tenido, tiene y tendrá en el devenir nacional, en desarrollar al máximo el potencial de las regiones está el secreto de un progreso armónico y sostenible de la nación.
La Venezuela descentralizada, organizada en un nuevo federalismo que superando errores del pasado reconozca y aproveche las capacidades de cada región y las posibilidades de esa raíz de la república que es el municipio la promovió en escritos y en acciones. Desde “nacionalizar” a El Nacional, institución periodística que dirigió dos veces, sea fortaleciendo las corresponsalías o en los reportajes de un bilbaíno enamorado del país y dedicado a mostrárnoslo llamado Juan Manuel Polo, pasando por su labor senatorial, su productiva escala en la COPRE con su diseño descentralizador y la posibilidad aprovechada por él como gobernante en ocho intensos meses, con el apoyo de Brewer su ministro de Estado: el Fondo Intergubernamental para la Descentralización (FIDES), la participación de los estados en el IVA, el fortalecimiento de la autoridad de los gobernadores, el Consejo Territorial de Gobierno y el Consejo Nacional de Alcaldes.
Que esa ruta, pavimentada con la Constitución de 1999, haya sido obstaculizada por derrumbes, desviada y hasta abandonada, es uno de los mayores y más costosos errores de estos tiempos intrínsecamente contradictorios.
Cuenta Tulio Hernández en su liminar del libro de Banko y González Escorihuela Ramón J. Velásquez, un país, una vida que a poco del 4 de febrero del noventa y dos, el zahorí tachirense les dijo “Alguien levantó la tapa del infierno en donde, luego de décadas de sufrimiento y luchas de varias generaciones venezolanas, habíamos encerrado a los demonios del militarismo. A partir de hoy andarán sueltos por ahí… Y yo me pregunto ¿cuánto tiempo y cuánto sufrimiento les llevará a ustedes y a los que vienen volverlos a encerrar? Cuánta razón tuvo.
Ramón Guillermo Aveledo