El mundo ha recibido con alivio y esperanza la firma del cese al fuego en la franja de Gaza y con ella, el comienzo de la primera fase del plan de paz. Las celebraciones en la calle, la vuelta a casa de los rehenes sobrevivientes y el multitudinario regreso a su tierra de los palestinos desplazados, así como de los prisioneros son, de suyo, buenas noticias.
Han sido dos años largos y dolorosos, en un conflicto muy antiguo y complejo. Desde el ataque alevoso de aquel 7 de octubre a Israel, absolutamente inaceptable, se inició una escalada de violencia en una región especialmente conflictiva que pudo extenderse peligrosamente. La amplia condena internacional a aquella agresión al pueblo judío fue como olvidándose, antes las continuadas noticias de bombardeos, destrucción y hambre en Palestina. En la guerra, el sangriento reino de la violencia, la justicia y el derecho siempre son bajas.
El vasto y significativo apoyo a los acuerdos impulsados por los Estados Unidos patentizado en El Cairo el lunes 13 de septiembre, confiere a este paso una fortaleza excepcional. Acuerdos muy importantes como los de Camp David entre el egipcio Sadat y el israelita Begin, auspiciados por Jimmy Carter en 1978, los de Oslo entre el israelita Rabin y el palestino Arafat, patrocinados por Bill Clinton en 1993 y los de Camp David II, apadrinados por el mismo Clinton entre Arafat y el premier Barak de Israel fueron anunciados en la Casa Blanca en Washington. Éstos de 2025 negociados por representantes de Israel y Hamas, se formalizan en la capital egipcia por EEUU junto a Qatar, Egipto y Turquía, tres gobiernos de países musulmanes, ante importantes líderes mundiales, sean jefes de estado o de gobierno o ministros del exterior de Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Arabia Saudita, Pakistán, Indonesia, España, Japón, Azerbaiyán, Armenia, Hungría, India, El Salvador, Chipre, Grecia, Bahréin, Kuwait, Canadá e Irán. También el secretario general de la ONU, el portugués Antonio Guterres.
Donald Trump se anota un éxito diplomático indudable. Los dificilísimos trabajos para lograrlo comenzaron tan pronto se inició la guerra. Recordemos el incansable trajín del secretario de estado Blinken y la insistencia de Biden, como hay que valorar la actitud de los aliados europeos, tan comprometidos con la seguridad de Israel como concernidos por las terribles escenas de devastación y desesperación en la población civil de Gaza. Pero en este juego, la carrera de ganar la ha impulsado el actual mandatario, asistido por su enviado especial Steve Witkoff. Eso queda para la historia.
La alegría de hoy no puede llevarnos a ignorar las dificultades por delante, dado que los asuntos por resolver son grandes y graves, aunque la mayoría quiera superarlos sus raíces son profundas, lo cual implica una fragilidad. La paz requiere la seguridad que merece el pueblo israelita y el reconocimiento del pueblo palestino. La constitución del gobierno en Gaza no es simple. La solución de dos estados que me parece justa y es aceptada crecientemente en la comunidad internacional, no lo es por el gobierno de Netanyahu, aparte de dificultades prácticas como la distancia entre la Margen Occidental o Cisjordania y Franja de Gaza, condicionada por los conflictos entre grupos palestinos. Que Hamas se convierta en partido político implica su desarme, a lo cual resistirá su ala militar alegando la desconfianza en Israel que también desconfía de ellos y de los demás árabes. Son apenas muestras, relevantes sí pero no totales, de la empinada y resbalosa cuesta por subir.
En cuanto a las Naciones Unidas, esta vez más público que protagonista, tengamos presente que las organizaciones internacionales son lo que los estados miembros quieran que sean. En la década de los años cincuenta del siglo pasado, el filósofo francés Jacques Maritain hablaba con clarividencia de la necesidad de un gobierno mundial. Es obvio que grandes problemas que son por naturaleza transnacionales, en el medio ambiente, la seguridad, el narcotráfico, el tráfico de personas, las migraciones, por ejemplo, así lo ameritarían. Pero hay que comprender que su posibilidad es todavía muy distante. Sin embargo, la ONU puede –y debe- ser útil en el trecho por venir.
Mi abuela paterna, nirgüeña hija de inmigrantes, repetía un dicho: mientras el palo va y viene la costilla descansa. Ese es el caso y no es poca cosa, pero la victoria definitiva es aún lejana e incierta. Pero la paz es siempre bienvenida.
Ramón Guillermo Aveledo








