¿Qué nos está pasando?
De Nepal, ese país montañoso entre Tibet, China e India, de hinduistas y budistas, uno sabe por el Everest y si lo ha visto es en los canales de viajes. Ahora tiene días en las noticias porque una multitud furiosa incendió la sede del poder provocando la renuncia del primer ministro. Los iracundos manifestantes son jóvenes que protestan contra el gobierno que tachan de “corrupto” y que tomó medidas restrictivas de las redes sociales. El saldo inicial es de diecinueve muertos.
En Estados Unidos, el joven y popular activista conservador Charlie Kirk, fue asesinado de un disparo mientras hablaba en un mitin universitario en Utah. Preso y juzgado por el atentado está otro joven, de familia conservadora y mormona horrorizada y avergonzada por el hecho. Tras guardar un minuto de silencio, en la Cámara de Representantes de Washington, republicanos y demócratas intercambiaron acusaciones sobre la responsabilidad en la radicalización del lenguaje y la incitación a la violencia política. Semanas antes, en Minnesota, Melissa Hortman, legisladora demócrata y su marido fueron asesinados en su casa el mismo día que su copartidario el senador estadal John Hofman y su mujer fueron atacados en su hogar, el detenido y procesado es un hombre de 57 años que se siente ofendido por sus posturas políticas.
En las muy concurridas honras fúnebres a Kirk, un amigo de la víctima dijo que se diferenciaba del asesinado en que aquel amaba a sus adversarios, mientras “yo sí los odio”, y se ganó una ovación. Uno pensaría que se trata de arrebatos emocionales circunstanciales, si no se tratara del mismísimo Presidente de los Estados Unidos y lo peor es que no nos sorprende.
En Francia, otra vez, hay violentas manifestaciones cuando se designa un nuevo primer ministro. En las masas reunidas en las calles hay partidarios izquierdistas de Mélenchon y derechistas de la señora Le Pen. Hace años, por otros motivos, musulmanes atacaron la revista Charlie Hebdo y después, hubo aquellos terribles atentados terroristas en la discoteca Bataclán y otros lugares. Por casualidad me tocó estar en la enorme y bella ciudad esa noche y sentir la consternación de varios días. La Vuelta a España, en su última etapa, tuvo que ser sorprendida cuando manifestantes contra los ciclistas israelitas la asaltaron y el Presidente del gobierno, en persona, se puso de su lado.
Este tiempo nuestro es el del mundo que atestigua el alevoso ataque de Hamas a Israel y después la sañuda venganza de Netanyahu sobre la población de Gaza, con niños heridos en hospitales atacados y gente hambrienta atropellándose por comida. Y uno escucha discursos que justifican una y otra cosa. El mundo de la invasión rusa a Ucrania en una guerra absurda que se prolonga.
La violencia en el debate público, su promoción en las redes como X y TikTok, las expresiones de intolerancia. Las protestas antiinmigrantes en varios países, con acentos frecuentemente racistas. Manifestaciones de antisemitismo que nos recuerdan oscuras experiencias de la humanidad y manifestaciones islamófobas.
El discurso de odio se basa en estereotipos maliciosos, en ataques a un grupo social por su raza, etnia, género, orientación sexual, credo religioso o idea política. En la agitación de símbolos polarizantes u odiosos, como la esvástica, la bandera confederada o la de la extinta URSS, roja con la hoz y el martillo. El lenguaje peyorativo o discriminatorio que asocia al grupo atacado con animales, especies subhumanas o inferiores. El debate político se vuelve antipolítico cuando tiende a emular el discurso del odio. Quien opina distinto a mi merece por lo menos la muerte civil, si no la otra. Es un lenguaje que en vez de ser desterrado, como debería, se va tolerando y aceptando con visos de normalidad.
¿Hablo de cosas distintas y distantes de nosotros?
Advertir no es exagerar. Ese clima mundial tiene sus expresiones en nuestro medio. Ya no podemos sentirnos a salvo de un virus social que aquí se propaga desde arriba y también desde afuera del poder, haciéndonos creer que la única y verdadera “batalla” es entre extremos que se niegan mutuamente, caricaturizando a toda voz racional como tibia o vendida. Jugamos con fuego. Insensatamente, jugamos con fuego.
Ramón Guillermo Aveledo