¿Es hoy la democracia regla o excepción? No tengo duda de que, con todos sus defectos y problemas, a veces de compleja solución, es la regla más sensata para la organización y funcionamiento político de las sociedades. Como práctica, hay que admitir que la cuestión luce más discutible. Se trata de un invento sencillo de muy difícil aplicación. La verdad es que actualmente sólo uno de cada cinco habitantes del planeta vive en libertad.
El expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti, uno de los más eminentes estadistas latinoamericanos nos advirtió hace cuatro años de su fragilidad en nuestra región, hoy parece que el riesgo es más extendido. No hemos tenido, opina, “la madurez política necesaria”.
Es una planta frágil en ecosistema adverso. La acosan los personalismos, la arbitrariedad o la corrupción, ligado a los tres anteriores el continuismo, cuando a pesar la experiencia histórica y sus enseñanzas, un revisionismo hace que menudeen las reelecciones, unas mediante modificación constitucional ad hoc, otras por mañosería con o sin ayuda judicial. Súmese al paquete la legalidad moldeable, como de plastilina, en las manos del poder, manos toscas, sucias o las dos.
En el cocktail habría que incluir la impaciencia. Sin entrar en detalles de cada caso que tienen, obviamente sus diferencias, la “vía rápida” de la “presión popular” sacó a De la Rúa en Argentina al grito “Que se vayan todos” en 2001, después de lo cual la crisis continuó con varios presidentes para desembocar en los doce años del kirchnerismo con posteriores réplicas parciales.
Episodios similares han ocurrido en Brasil y varias veces en Ecuador, para dejar en dos los ejemplos cuando hay más, dada las crisis de los sistemas de partidos en varios países, un dato imposible de ignorar porque es sabido, aunque frecuentemente olvidado, así como no hay economía de mercado sin empresas, no hay política democrática sin partidos.
Más vale maña que fuerza reza un viejo dicho y a veces combinar ambas es el secreto para permanecer en el poder de gobernantes electos que los hay para todos los gustos –o todos los disgustos- como los de Nicaragua, El Salvador y el sistema que progresivamente se ha instalado en nuestro país a partir del final del siglo XX y lo que va del XXI. Valorar esa noticia según a uno le simpatice o no una forma de gobernar nos pone en terreno cenagoso e incierto, así que por la derecha o la izquierda, comprar estabilidad a base de ejercicio discrecional de poder a la larga siempre es mal negocio, principalmente para los pueblos.
Vista desde Venezuela, la fragilidad democrática presenta un factor adicional de preocupación, dada la fragilidad de nuestra economía que no se recuperará de verdad sin solidez institucional suficiente.
Aquí, como en cualquier parte, la democracia es un sistema que requiere para serlo instituciones y ciudadanía. Instituciones que por cumplir son su papel constitucional funcionen para la mayoría y por lo tanto generan confianza en la gente. Ciudadanía que participe libremente por sentirse segura para ejercer derechos y cumplir deberes. Y ahí, volver a Sanguinetti, en el imperio de las redes sociales cuyas secuelas han superado ampliamente los antiguos problemas de los gigantes comunicacionales, esa ciudadanía necesaria “vive la falsa ilusión de un debate que es un coro desafinado y contradictorio de mensajes por millones”.
Bien se sabe que “mal de muchos, consuelo de tontos”, que no debemos acostumbrarnos a lo que el peruano Pedro Planas advertía como “Cierto continuado divorcio entre la teoría constitucional y el ejercicio efectivo” del poder, que es deber ciudadano insistir en el reclamo y éste cobra más fuerza si va junto a la participación. Tensiones se resuelven con diálogos constantes entre poder constituyente y poder constituido, gobernantes y gobernados, legislativo y ejecutivo, mayoría y minoría y entre el Estado y los sectores e intereses en el seno de la vida social.
El “estrecho corredor” dicen Acemoglu y Robinson, entre un Estado fuerte capaz de ofrecer respuestas y una sociedad civil fuerte que exige, es el espacio de desarrollo de la libertad.
Ramón Guillermo Aveledo