Las lecturas de fondo sobre el tema de la evidente degradación de Rafael Ramírez como figura de poder en la nomenklatura chavista y su subordinación a la ahora canciller Delcy Rodríguez (hermana del alcalde de Caracas), resultan mucho más interesantes y plausibles que la escueta justificación del primer mandatario, difundida a través de un canal tan impersonal y poco elegante como Twitter.
Tras ocupar la presidencia de PDVSA por casi una década, la salida de Ramírez de la estatal petrolera en función de un nuevo rol como Ministro de Relaciones exteriores el pasado mes de septiembre, presuponía la intención del Gobierno de usar la experiencia del funcionario como palanca para rescatar la influencia criolla en el concierto de naciones productoras, en momentos donde se avizoraba un crash en la única fuente de dólares para la “revolución bonita”.
Luego de tres meses de infructuosas gestiones para lograr un recorte en las cuotas de producción Opep con la esperanza de mantener a flote el barril venezolano, el descenso de Ramírez a un puesto de menor categoría solo puede suponer una especie de castigo/premio de consolación, si se tiene en cuenta que tras la muerte del “comandante eterno”, el ingeniero oriundo de Pampán, Trujillo, era uno de los tres hombres más poderosos del país junto a Nicolás Maduro y Diosdado Cabello.
El fracaso de la misión encomendada a Ramírez no es poca cosa, por cuanto un barril por encima de los cien dólares garantizaba la lealtad de asesores continentales, apoyos mayoritarios en foros internacionales donde el Gobierno afronta graves cuestionamientos por violación de derechos humanos, y también posibilitaba el modelo paternalista de las misiones, que junto a la maquinaria electoral psuvista se traducía en hegemonía del poder político y económico en el país.
Tal vez la forma más sencilla de explicar todo este entuerto es compararlo con la reacción histérica de una vedette venida a menos, que ahora culpa al estilista por los cuernos que su galán caribeño le pone con la gringa “billetuda” del barrio.
Por Luis Pérez Portillo
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