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¡Qué no se repita!

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¡Qué no se repita!

   

 

El diccionario de la Real Academia Española define “xenofobia” como fobia a lo extranjero o a los extranjeros. Así de escueto y esterilizado, el concepto no reviste su verdadera dimensión. No dice que es uno de los males más horrendos de la humanidad, que se ha cobrado muchas vidas y que ha servido como excusa para justificar atrocidades.

 

 

Tampoco explica que no hay manera de medirla. No se puede sentir “un poco” de xenofobia. No se puede ocultar ni disimular pero se aplica discrecionalmente, por lo que genera otros males como la segregación. No es una enfermedad, pues el que la practica no es víctima sino victimario. Y el que la padece no tiene muchas herramientas para defenderse porque ante los ataques xenófobos siempre se encuentra desnudo, expone toda su condición humana y no puede ni responder.

 

 

Dicho todo esto, tampoco se llega a describir lo terrible de esta fobia de la que están siendo víctimas demasiados venezolanos que ya han pasado por el dolor de dejar su país para tratar de sobrevivir en otro. La raíz de los ataques xenófobos contra los migrantes está en la huida, y que hayan tenido que llegar a eso es responsabilidad de lo que ocurre en Venezuela, todo el mundo lo sabe. Y sin embargo, siguen padeciendo.

 

 

Pero cuando un venezolano ve un video en el que insultan y amenazan con total premeditación y alevosía a un compatriota que solo está haciendo su trabajo, hierve la sangre y duele el corazón. ¿Por qué tanto odio? ¿De dónde viene esa rabia? ¿Qué le hicieron los venezolanos a los chilenos para que provoque tanta suciedad en el alma de una persona? ¿Hay justificación alguna? ¿Unos tragos de más pueden hacer aflorar el espíritu xenófobo de alguien o es algo que está sembrado allí?

 

 

¿Cómo los latinoamericanos podemos odiarnos entre nosotros mismos si la hermandad de nuestros pueblos es tan obvia? El hermano chileno que odie a los venezolanos es porque no conoce nada de su propia historia. Y no es la que comenzó apenas en el siglo XX, cuando les tocó a ellos huir de su país y encontraron refugio en Venezuela. ¿Acaso no le regalamos a uno de los más insignes caraqueños? ¿No fue Andrés Bello el gran educador de Chile? Son siglos de amistad que no pueden borrarse porque uno haya decidido vomitar improperios contra los venezolanos.

 

 

La tragedia venezolana está poniendo en evidencia una verdad muy dolorosa, y es que nuestros pueblos no se conocen ni se reconocen; a pesar del origen común, a pesar de los nexos culturales, a pesar de la permeabilidad de las fronteras, somos distantes y extraños. Lo que ocurre en Venezuela debió ser una oportunidad para que los latinoamericanos se unieran y ayudaran a defender a un pueblo débil y maltratado, y hay que agradecer que en varios países ha sido así.

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Pero veamos en ese video tan demoledor una advertencia y una oportunidad de demostrarle al mundo que somos capaces de combatir ese flagelo que ha hecho estragos a lo largo de la historia. La xenofobia debe atacarse desde la escuela, precisamente enseñando a nuestros niños lo que tenemos en común los latinos, lo que nos hace diferentes y a la vez hermanos. Solo la educación hará que episodios como el de este chileno en contra de unos trabajadores venezolanos no ocurran de nuevo.

 

 

Ojalá que ese mal trago que pasaron dos de nuestros compatriotas sirva al menos para reflexionar y que cada quien, en su campo personal, ayude a erradicar la xenofobia de nuestra región. Es una tarea pendiente, pero urgente. Así como en este caso fueron unos amigos los que le llamaron la atención al hombre de los insultos, porque el video se hizo viral, que cada quien tome conciencia de lo peligrosa que es esta situación. No hagamos del pedir perdón ante el agua derramada una costumbre. ¡Qué no se repita!

 

 

Editorial de El Nacional

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