Pensar con los pies

Quienes gustan de simplificaciones dicen que Marx puso de cabeza la filosofía de Hegel. No entraremos a discutir tan arduo asunto. Nos interesa, sí, anotar que en las revoluciones inspiradas en el pensamiento del autor de El capital se detecta una tendencia a hacer las cosa al revés, forma quizá de romper con el pasado con el utópico propósito de forjar un mejor futuro para la sociedad.

 

 

Venezuela no ha sido extraña a ese proceso, sólo que aquí la ruptura  funciona como un mecanismo de reemplazo de la historia contada como  acaso aconteció por la versión evangelista del socio chavismo del siglo XXI y, así, permanecer anclados en el ayer sin perspectivas de un promisorio mañana. Lo peor es que, quienes tienen la sartén por el mango, juran y perjuran que hacen lo correcto, que se la están comiendo, ¡pues!

 

 

Lo que acaba de acontecer con la súbita decisión de retirar de circulación nuestro billete de mayor denominación sin tener listo los nuevos especimenes anunciados y exhibidos como gran cosa por el Banco Central –no han llegado a las bóvedas de las entidades públicas y privadas–, puso a la banca patas arriba y a la ciudadanía en un apremiante limbo, preguntándose: ¿y ahora qué hacemos?

 

 

En el ínterin, los amigos de lo ajeno no tenían que esperar a que sus potenciales víctimas salieran de los bancos; las tenían a la vista, mansos corderos esperando al lobo feroz que, en cualquier instante, podían propinarles un zarpazo y despojarlos de sus maletines, bolsas y cajas de cartón repletas de marrones. ¿Y el operativo de seguridad? ¡Bien, gracias!

 

 

No es la primera vez que aquí se retira de circulación un billete. En 2007, salió discretamente del aire la llamada orquídea (500 bolívares). Tampoco es Venezuela el único país en el que se ha producido el retiro masivo de papel moneda. Hay antecedentes relacionados, en general, con escaladas inflacionarias, diferenciales cambiarios o la adopción de un nuevo signo monetario, como el euro, por ejemplo.

 

 

En América Latina se registraron al menos 15 casos de desmonetización por los motivos citados. En Myanmar –antes Birmania– la población bancarizada perdió buena parte de sus ahorros cuando el gobierno imprimió billetes cuya denominación era sólo divisible por nueve; no hubo corralito, sino corralón… ¡y golpe!

 

 

Gorbachov, en una URSS agonizante, sepultó en el olvido los billetes de 50 y 100 rublos.  En la India, desde noviembre y hasta fin de año, las piezas de 500 y 1.000 rupias están siendo canjeadas por otras de mayor denominación, no menor, como incomprensiblemente se hace en casa; hay colas, claro, pero ese es un país de multitudes.

 

 

En lo que sí nos llevamos la palma es en la compulsión. No otra cosa explica el despelote que, para buena parte de la población, ha significado una inmensa pérdida de tiempo –parte de su vida le ha sido confiscada como si se tratase de una juguetería–.

 

 

Ante la irresponsable actuación del genio del Kino, señor Merentes, hay que preguntar: ¿por qué no evaluaron análogas experiencias? ¿Será que los planificadores rojos piensan con los pies? ¿O deberíamos decir cascos?

 

 

Editorial de El Nacional

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