Ovidio Pérez Morales:Santidad es comunión

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Ovidio Pérez Morales:Santidad es comunión

En 1979 se celebró la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en México, conocida con la simple denominación de Puebla, por la ciudad en que se congregó. Dicha asamblea asumió como eje de sus trabajos e hilo conductor también de su documento final la categoría comunión, a la cual identificó como línea teológico-pastoral (LTP).

Asumir una tal línea constituyó un verdadero descubrimiento dentro de la milenaria formulación doctrinal y práctica del mensaje cristiano. No se trató de una nueva afirmación teórica ni de una propuesta novedosa en el campo de la praxis. Se quiso pura y simplemente precisar una noción que articulase el conjunto teórico-operativo propio de la Iglesia.

Dos décadas después, justo comenzando el nuevo siglo y milenio, la Iglesia en Venezuela celebró un Concilio Plenario (2000-2006) con ocasión de los 500 años de evangelización del país. Dicho concilio o sínodo nacional congregó, junto a los 45 obispos, más de 200 representantes de los otros sectores eclesiales (laicado y vida consagrada). Por cierto que dicho concilio ha sido el único de ese tipo celebrado en la Iglesia universal en el presente siglo y milenio. Un elemento fundamental de esa asamblea conciliar fue precisamente el asumir la LTP de Puebla, comunión, y, más aún, definir técnicamente lo que entendía por una tal línea, lo cual hizo en los siguientes términos: “La noción o categoría, interpretativa y valorativa, que constituye el principio o eje unificador de lo que teológicamente se afirma y pastoralmente se propone” (Carta Pastoral Con Cristo, hacia la comunión y la solidaridad, 18).

La LTP formulada por Puebla y asumida por el Concilio Plenario de Venezuela no ha recibido todavía, lamentablemente, en los niveles más amplios de la Iglesia, el reconocimiento y la aplicación debidos a tan importante descubrimiento.  Creo, sin embargo, que más temprano que tarde, terminará por imponerse en virtud de su valor intrínseco.

La LTP es una noción o categoría, no una afirmación o una tesis.  Es un concepto que sirve de eje articulador o núcleo aglutinante de todo el conjunto doctrinal (nociones) y prácticas (normas) cristianas. Viene a ser respuesta adecuada a las preguntas que pueden formularse, ya en el campo teológico (¿qué es Dios, Iglesia, vida eterna…?) o en el operativo (¿cuál es el sentido de los preceptos morales, de la espiritualidad genuina, de la evangelización…?) Podría incluirse aquí una pregunta de bastante actualidad ¿qué es la santidad y hacia dónde apuntan las canonizaciones?

Fijando la atención en el campo práctico cabe explicitar que amor es equivalente a comunión. Resulta así legítimo definir a Dios tanto como comunión (trinitaria) como amor (ver 1Jn 4, 8) En realidad el amor subraya el aspecto dinámico y así se puede decir que el amor teje la comunión.

La formulación de la LTP viene a llenar un enorme vacío en materia religiosa. Su reconocimiento permite pasar de los catecismos y tratados teológicos, presentados como inventarios de verdades y deberes, a un conjunto armónico doctrinal-práctico.

Ahora bien, ¿dónde están la fuente, la razón y el sentido de la LTP? Donde están los de todos los seres y de todo ser: en Dios-Comunión, Trinidad, Amor. Esta afirmación implica obviamente superar la concepción de Dios característica del Iluminismo o Ilustración y generalizada entre los creyentes, a saber, la de un Dios unipersonal, solitario, lejano del quehacer mundano. El Dios revelado por Cristo es un Dios Amor (compartir), que Jesús mismo subrayó la Última Cena; un Dios relacional, que tiene como precepto máximo el amor a él y al prójimo y en el Juicio Final examinará acerca de la fraternidad vivida (ver Mateo 25, 31-46).

La línea teológico-pastoral de comunión muestra claramente la unidad y armonía del mensaje doctrinal y práctico cristiano a partir de la intelección de Dios Unitrino como comunión, amor. En este marco de reflexión se entiende cómo la santidad o vida coherente con la fe supera un relacionamiento vertical, intimista con Dios, así como un simple asistencialismo social; implica, en efecto, un hondo compartir interpersonal humano y humano-divino. Por ello una auténtica veneración a los santos exige una sincera comunión con Dios y fraterna.

 

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