De los tres ámbitos sociales fundamentales, económico, político y ético cultural, este último constituye en definitiva el más determinante, aunque en perspectiva marxista clásica se lo minusvalore, conceptuándolo como superestructural respecto del primero de esta tríada.
El fenómeno de la galopante islamización de Europa justifica la reconsideración de la presencia e influjo de los factores de la tríada. Ciertamente una causa no pequeña ha sido el debilitamiento espiritual del continente europeo, la marginación de sus raíces histórico-religiosas, una excesiva confianza en la razón encerrada en sí misma y en la avasallante tecnología, así como en una concepción libertina de la libertad. No se trata de abogar por esquemas dominantes del pasado en una historia siempre cambiante, pero sí se hace necesario un ojo más crítico frente a la crisis, para orientarse mejor hacia un futuro deseable.
En tiempos de la caída del Muro de Berlín se habló del fin de la historia. En ese momento se pensó en el triunfo de un binomio (libre mercado y democracia), sin apreciar debidamente el tercer elemento de la mencionada tríada y los efectos de construir un futuro consistente. Ilustrativa resulta al respecto la notable metamorfosis del marxismo, al no polarizarse ya en la tradicional lucha de clases, sino en animar una batalla cultural formulando nuevos binomios de oposición (razas, géneros, woke…). El socialismo del siglo XXI ha surgido adoptando el marxismo en otro marco de interpretación en que se reconocen diversos y aun contrastantes factores, en lo cual cuentan no poco las alianzas geopolíticas (piénsese en la que se teje con el islamismo radical). La escogencia del nuevo alcalde de Nueva York tiene en este lado del Atlántico un alto valor simbólico.
Cuando se dirige la mirada a nuestro país en grave crisis y hondos anhelos de cambio en estos inicios de siglo y milenio se ha de tomar muy en serio la integralidad de la tríada mencionada, no olvidando la experiencia de una riqueza mal administrada y de una democracia vaciada de autenticidad.
Dos hechos no positivos y de escasa divulgación invitan a reflexionar sobre la compleja realidad y sus requerimientos. El primero se refiere a la defectuosa realidad familiar: el preponderante matricentrismo existente, que no ofrece un piso consistente para una nueva sociedad. La familia es, en efecto, el núcleo básico generador de la convivencia, la primera escuela y el centro introductor a la cultura de un pueblo. No es del caso entrar aquí en causas, efectos, manifestaciones de esa crítica realidad. Lo imprescindible es tomar conciencia de ella y atenderla positivamente.
El segundo hecho concierne a la educación, como formadora no sólo de cerebros y habilidades, sino de conciencias y personas. Se trata del programa Educación Religiosa Escolar, fruto de un convenio Estado-Iglesia firmado en los inicios de los años noventa para servir a los escolares de la llamada primaria. Ese programa, abierto a un ámbito confesional más amplio que el católico, atendía junto a la formación en la fe, al fomento de valores fundantes de una sociedad genuinamente humana y humanizante. Con el régimen autodenominado revolucionario dicho programa se desvaneció.
Hoy en la crisis del país destacan factores de tipo económico y político como son la inflación del poder y la deflación de la ciudadanía en tener y soberanía. Pero resulta obligante subrayar también la urgencia de una recuperación moral y espiritual, en el sentido de libertad responsable, solidaridad, honradez, fraternidad, sentido ambiental, sensibilidad hacia los más débiles, cultivo de valores no rentables, apertura a lo trascendente divino. El futuro deseable exige ciudadanos corresponsables, verdaderos padres de familia, auténticos educadores, serviciales dirigentes y agentes sociales y políticos.
A las instituciones educativas y religiosas les cabe un deber especial en este campo. En lo que toca a la Iglesia Católica, mayoritaria, la obligación se acentúa; debe integrar debidamente el compromiso por la edificación de una nueva sociedad con su deber evangelizador; no obviando lo “político” sino asumiéndolo seriamente como indisolublemente unido a su misión.










