El 16 de octubre de 1973, como parte de la estrategia política derivada de la guerra de Yom kippur, la OPEP detuvo la producción de crudo y estableció un embargo para los envíos petrolíferos hacia Occidente, especialmente hacia EEUU
Un sector de la prensa norteamericana—y la narrativa alineada con posturas de izquierda confusionales—ha optado por una interpretación deliberadamente literal y descontextualizada de la afirmación de Donald Trump según la cual “[Venezuela] debe devolver el petróleo, tierras y otros activos que [él] afirma fueron robados a EEUU”. Bajo esa lectura se sugiere una pretensión de apropiación colonial, saqueo o conquista. Esa conclusión no sólo es errónea: es intelectualmente deshonesta.
El Presidente Trump sabe que el Petróleo Venezolano es nuestro, de los venezolanos. Y no sólo lo sabe, sino que lo tiene en su agenda como factor fundamental de estabilización del hemisferio a través del retorno de su sana comercialización, a actores serios que lo paguen a precios justos, lo usen adecuadamente-no ideológicamente-siendo [EEUU] un aliado ideal y conveniente.
Trump no hablaba como conquistador del siglo XIX. Habla que los ingresos petroleros deben ir a las manos y al estómago de los venezolanos, no a los bolsillos de corsarios. Los beneficios deben ingresar al país de forma eficaz, transparente y trascendente. Trump habla de sacar nuestro petróleo del saqueo de cubanos, chinos, rusos e iraníes, que se han aprovechado de nuestro oro negro, para satisfacer sus arcas y sus regímenes a cuenta del hambre, la pobreza y la miseria de los venezolanos.
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El sentido real de la expresión: mercado, influencia y reglas.
The Guardian y otros medios europeos han cubierto como el propio Maduro afirma que “la verdadera motivación de EEUU es el petróleo venezolano”. Muchas voces críticas en medios y fuentes reconocidas han recogido esta interpretación [….] Pero hay que ser responsable y prudente con hacer comentarios que tergiversan la verdad o solapan momentos históricos con supuestos que no corresponden.
Algunos han llegado a sugerir que Trump se ha referido a despojos derivados del proceso de nacionalización. Más adelante retomamos esta historia y vemos que lo afirmado por [Trump] no guarda relación con el proceso de nacionalización del petróleo en 1976. Otros exacerban el afán imperial de EEUU y se hacen de la Doctrina Monroe [América para los americanos], como sí se pretendiese decir petróleo venezolano para los americanos. Contrastes alarmantes y resonantes como titulares que no se ajustan a la verdad.
[Trump] no está reivindicando propiedad territorial ni soberanía sobre el subsuelo venezolano. Está diciendo algo mucho más concreto y menos escandaloso: históricamente el petróleo venezolano ha fluido hacia EEUU, su mercado natural, siendo Venezuela un proveedor seguro enmarcado en un modelo político democrático y profesional. La captura [de nuestro crudo] por regímenes hostiles constituye una anomalía geopolítica, una anormalidad histórica.
En lenguaje directo, provocador, poco diplomático, significa que nuestro sistema energético hemisférico; nuestro mercado tradicional; nuestra relación comercial interdependiente y rentable entre EEUU y Venezuela, fue despojada. Reducir afirmaciones a una amenaza de expolio es confundir y manipular la retórica de poder con doctrina imperial. Es ocultar lo que la historia y los hechos sostienen con relación al manejo petrolero de los últimos 27 años.
La ruptura: De proveedor confiable al botín ideológico.
La tragedia contemporánea de Venezuela no puede comprenderse sin revisar con rigor histórico su política petrolera. Existe una narrativa simplista que culpa a la nacionalización de todos los males. Pero la evidencia demuestra lo contrario: fue precisamente la institucionalidad petrolera construida tras la nacionalización de 1976 la que permitió a Venezuela convertirse en un país democrático, estable y proveedor energético confiable de EEUU. El colapso llegó después, cuando Hugo Chávez desmontó deliberadamente ese modelo.
La nacionalización sin populismo es una lección ignorada. La nacionalización del petróleo venezolano [formalizada en 1975 e implementada en 1976] fue un proceso técnico, negociado y jurídicamente ordenado. A diferencia de otras experiencias latinoamericanas, Venezuela respetó contratos, compensó a las concesionarias y preservó el know-how internacionalmediante la creación de Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA) como una corporación estatal moderna.
El historiador petrolero Daniel Yergin subraya que Venezuela fue uno de los pocos países que logró nacionalizar sin expulsar al capital ni destruir la eficiencia productiva (The Prize, 1991). PDVSA nació con estándares de gobernanza comparables a Exxon o Shell, y durante dos décadas fue considerada una de las petroleras mejor administradas del mundo, llegando a ser una de las cinco empresas más ricas del planeta.
El petróleo ha sido un pilar del desarrollo democrático venezolano. Sin duda se exacerbó el rentismo generando un estado hipertrofiado y buchón, que absorbió el monopolio del reparto. Sin embargo, entre 1958 y 1998, el petróleo fue el sustento material de la democracia venezolana. Financió la expansión educativa, la infraestructura, la industrialización y un sistema de bienestar imperfecto, pero real. Como señala Terry Lynn Karl (The Paradox of Plenty, 1997), “el problema venezolano no fue la renta petrolera en sí, sino la forma en que se administra políticamente”.
Durante la democracia bipartidista esa renta estuvo mediada por reglas, instituciones y controles. El petróleo no fue un botín ideológico, sino una herramienta de políticas públicas.
Venezuela y EEUU: una relación energética ejemplar.
En la era democrática-1958-1998-Venezuela fue uno de los principales y más confiables proveedores de crudo de EEUU. La relación fue estrictamente comercial, basada en intereses mutuos y seguridad energética. Incluso en momentos de tensiones diplomáticas, Venezuela nunca interrumpió suministros ni utilizó el petróleo como arma política […] La cercanía geográfica, la calidad del crudo y la estabilidad contractual convirtieron a Venezuela en un socio estratégico natural para el mercado estadounidense, como documenta Philip Verleger y diversos estudios del Council on Foreign Relations.
CITGO significó integración y no dependencia. Su adquisición [CITGO Petroleum Corporation entre 1986 y 1990] fue una decisión estratégica de largo plazo. PDVSA aseguró acceso directo al mayor mercado energético del mundo, garantizando salida para sus crudos pesados y protección frente a ciclos de precios […] Lejos de ser un capricho, CITGO representó una política de integración vertical inteligente, ampliamente estudiada en la literatura sobre empresas estatales exitosas (Stevens, National Oil Companies and International Oil Companies, Chatham House). Y llegó el quiebre chavista: del pragmatismo al dogma.
Todo este modelo se rompe a partir de 1999. Hugo Chávez politizó PDVSA, expulsó a su capital humano tras el paro de 2002–2003 y subordinó la empresa a un proyecto ideológico. El petróleo pasó de ser factor de estabilidad a arma geopolítica, con subsidios externos y alianzas ruinosas […] La seguridad jurídica colapsó: expropiaciones sin compensación, ruptura de contratos y una avalancha de arbitrajes internacionales ante el CIADI, que hoy ponen en peligro nuestro activo más importante en el exterior: CITGO. La hipoteca ilegal de CITGO a los bonistas 2020 y la garantía otorgada a Rosneft sellaron el desastre.
Una lección histórica que no admite tergiversaciones.
No fue la nacionalización lo que destruyó a Venezuela, sino la destrucción de las instituciones que la hicieron viable. Antes de Chávez, Venezuela era un país petrolero serio, predecible y respetado. Después, se convirtió en un ejemplo de cómo el uso ideológico de los recursos naturales conduce al colapso económico, la pérdida de soberanía real y el aislamiento internacional.
Pasamos de un dólar equivalente a 500 Bs. [1998] a un dólar que hoy vale trillones de bolívares [si le colocamos los 14 ceros que le quitaron al Bolívar]. Perdimos el cono monetario, desfiguramos la cara y el ideal bolivariano, vaciaron la tesorería nacional y regalaron el crudo a Cuba [Acuerdo energético Cuba (Castro)-Venezuela (Chavez)2003]. Reescribir esta historia para justificar el desastre actual no es sólo un error académico: es una irresponsabilidad política.
La historia es inequívoca y desmiente la narrativa alarmista. Antes de la nacionalización (1976), las empresas estadounidenses operaban en Venezuela bajo concesiones legales otorgadas por el Estado venezolano, pagando regalías, impuestos y participaciones […] Después de la nacionalización (1976 en adelante), EEUU no rompió relaciones ni dejó de comprar petróleo venezolano. Al contrario, siguió siendo su principal cliente. La nacionalización venezolana fue reconocida internacionalmente porque se hizo con reglas, compensaciones y continuidad comercial.
A través de PDVSA y CITGO, Venezuela no sólo vendía petróleo a EE.UU; compró refinerías y redes de distribución en suelo estadounidense. Esa integración fue posible precisamente porque existía confianza jurídica y comercial mutua […] Por décadas el petróleo venezolano alimentó refinerías en Texas y Luisiana mediante contratos comerciales legítimos, no mediante coerción, ocupación ni imposición política. Las estaciones Citgo se instalaron de banda a banda. Nunca hubo apropiación forzada. Siempre hubo compra, pago y mercado.
El quiebre no lo produjo Washington sino Hugo Chávez, al convertir el petróleo en instrumento de subsidio ideológico (Cuba, Petrocaribe); palanca de influencia política continental; fuente de financiamiento para alianzas con Rusia, Irán y China; caja opaca de corrupción y colapso institucional.
El error —o la mala fe—de ciertos medios. Despolitizar el petróleo.
Algunos editoriales han sugerido—explícita o implícitamente— que el Presidente Donald Trump alberga un plan bélico contra Venezuela motivado por el petróleo. Esta lectura es incierta y estratégicamente errada. Confunde causa con consecuencia, y reduce una compleja ecuación geopolítica a una mancheta del pasado: la guerra por recursos.
Trump no necesita el petróleo venezolano. EEUU bajo su mandato [Trump I] y después de él, se consolidó como potencia energética autosuficiente, líder mundial en producción de crudo y gas. Pensar que Washington arriesgaría costos políticos, militares y diplomáticos por barriles que no necesita es ignorar la realidad estructural del mercado energético global.
El verdadero objetivo es despolitizar el petróleo. Lo que el presidente Trump—y buena parte del establishment estratégico estadounidense busca—no es apoderarse del petróleo venezolano, sino evitar que el petróleo siga siendo utilizado como arma política antiamericana, como instrumento de chantaje geopolítico y como fuente de financiamiento de regímenes autoritarios hostiles a la democracia liberal.
Venezuela antes de Chávez: petróleo nacionalizado, Yom kippur y la borrachera petrolera. Sembrar el Petróleo
Conviene reforzar que Venezuela nacionalizó su petróleo mucho antes de Hugo Chávez, en 1976, y que esa nacionalización no significó hostilidad hacia EEUU, ni mucho menos una política antioccidental […] La política de apertura y racionalidad previa al chavismo, prevaleció como base de nuestra política exterior, desde Betancourt hasta CAP. Incluso tras el ciclo estatista de los años 70 y 80, Venezuela avanzó hacia una política de apertura petrolera—particularmente durante el segundo gobierno de CAP y Rafael Caldera—que buscaron reinsertar capital, tecnología y know-how internacional, liberando barreras no competitivas y consolidando mercados, EEUU como aliado.
El alza de los precios del barril (motivado por la guerra entre Israel y Egipto) fue el prólogo de una nacionalización sostenible. El 16 de octubre de 1973, como parte de la estrategia política derivada de la guerra de Yom kippur, la OPEP detuvo la producción de crudo y estableció un embargo para los envíos petrolíferos hacia Occidente, especialmente hacia EEUU [que consumía el 33% del crudo mundial] y los países bajos. Luego se extiende a Canadá, Japón, Portugal, Rodesia y Sudáfrica.
También se acordó un boicot a Israel. Gracias al embargo se consiguió un repunte histórico de los precios del petróleo que CAP I utilizó para nacionalizar e iniciar un plan esplendoroso y faraónico. Se implementó el V Plan de la nación que da paso a la industrialización pesada [SIDOR, ALCASA, VENALUM, PEQUIVEN, GÜRI]. Ello condujo a una expansión del gasto fiscal, del Estado y del costo social. Sembrar el petróleo se convirtió en una borrachera democrática de petrodólares, pero acompañada de desarrollo e infraestructuras sin precedentes en Latam.
Fue ese modelo—nacionalización con apertura, soberanía y mercado—el que Chávez desmanteló. Con [Chávez] pasamos del petróleo como industria al petróleo como herramienta política. Una ruptura histórica. No con la nacionalización—que ya existía—sino con la lógica de cooperación, racionalidad energética, legalidad y profesionalismo que había regido la industria.
La expropiación y confiscación como política de estado.
Empresas norteamericanas, europeas y venezolanas fueron expropiadas muchas veces sin indemnización adecuada, violando tratados y contratos. Desde medios de comunicación, pasando por hoteles, fincas y cementeras, hasta pequeños propietarios, la política “exprópiese”, expulsó capital, talento y tecnología, debilitando estructuralmente la industria.
Empresas de válvulas, papel, arroz, carne, jugo de frutas, hoteles, café, telas, sardinas, centrales azucareros, areneras, centros comerciales, bancos, medios de comunicación y cadenas de comercialización de alimentos, entre otras, quedaron en la anomia y en quiebra. Más de 4000 franquicias desaparecidas, miles de industrias cerradas y millones de hectáreas de siembra, abandonadas y confiscadas. 95% no fue indemnizado.
[Chávez] redireccionó el petróleo hacia fines geopolíticos, favoreciendo a Cuba, Rusia, aliados del Caribe y gobiernos afines a su proyecto continental […] El petróleo dejó de ser motor de desarrollo y pasó a ser combustible de un plan político continental, abiertamente confrontacional con EEUU y con el orden democrático liberal. Venezuela pasó de ser un socio energético privilegiado de EEUU a factor de desestabilización continental [incluyendo EEUU].
Entendamos con racionalidad esta distinción histórica, política e incluso cultural. Es muy llamativo decir que es “una guerra por el petróleo”, cuando ni es guerra ni es barril. Es orden, legitimidad y es liberación.
Vale la pena recordar lo que decía Hanna Arendt “La mentira organizada siempre tiende a destruir el sentido mediante el cual distinguimos la verdad de la falsedad”. A los que les gusta decirle a otros «ladrón» decidle al mundo y a los venezolanos: ¿Dónde están los billones de dólares que se robaron de PDVSA y que hacen creer lo hizo un solo hombre?
Cuidado con las verdades a medias alertaba Camilo José Cela. Son muy tristes y peligrosas…
Orlando Viera Blanco
@ovierablanco
vierablanco@gmail.com









