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Venezuela invertebrada

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Venezuela invertebrada

La Comedia y la Tragedia dentro de la literatura griega, con toda razón, podrían llamarse ‘atenienses’ antes que ‘griegas’, pues nacieron y fueron representadas desde sus orígenes en Atenas, hasta que la ciudad, a fines del siglo V, fue derrotada por los lacedemonios y sus aliados en medio de una enorme crisis social, política, económica y militar. Un clásico, con todas sus letras, es La Paz (421 a.C.), una comedia escrita por Aristófanes al ver que los atenienses estaban agobiados con la guerra civil del Peloponeso. Su objetivo era el de conmover la conciencia de las ciudades a fin de que puedan solventar sus problemas con ponderación y alcanzar la paz. Su protagonista es Trigeo, un humilde campesino y convencido pacifista.

 

La Venezuela del siglo XXI, al igual que otros países de la región –con matices, por cierto–, es una Venezuela invertebrada, en propiedad, porque se ha fracturado la bisagra que interrelaciona a unos con otros: el lenguaje. Esta figura, inexplorada por el chavismo, tiene como fin buscar el entendimiento entre una marabunta de cientos de criterios diferentes. El lenguaje “no es sino un instrumento para participar del mundo, apuntando con palabras a un repertorio de ideas que pueden ser conocidas, comprendidas y asimiladas por todos”; es, con su capacidad de comunicar contenidos mentales, “un presupuesto del estado de derecho, edificado sobre esa primera fase del entendimiento que son los significados compartidos” (Era cuestión de ser libres, 2012, p. 88).

 

Ortega y Gasset (España invertebrada, ed. 2001), concibió a la nación como “un proyecto sugestivo de vida en común” y observó que los grupos que integran un Estado “no conviven para estar juntos, sino para hacer juntos algo” (p. 33). Hoy, los venezolanos vuelven a las urnas con “particularismos” tan profundos que desvelan la figura de una dicotomía de consensos: una que apuesta por la continuidad de un modelo despótico y otra, cuyas preferencias se inscriben en un espíritu republicano en donde la oposición o la prensa, no son vistas, necesariamente, como conspiradoras ni los ciudadanos como súbditos.

 

Venezuela requiere de un ‘pueblo’ capaz de anclar cualquier poso de ruralismo político y de un gobernante reflexivo dotado de un sólido afinamiento de modos y lenguaje con el que pueda colocar a la nación por encima de cualquier clase de particularismo y renovar periódicamente los “estilos de coexistencia”, porque toda sociedad, es ya de suyo, y primigeniamente, un “aparato de perfeccionamiento” en donde, en clave orteguiana, de nuevo, “no es necesario ni importante que las partes de un todo social coincidan en sus deseos y sus ideas; lo necesario e importante es que conozca cada una, y en cierto modo viva, los de las otras” (p. 54).

 

En síntesis, si lo que se quiere es una Venezuela vertebrada, en paz y en pie, quien llegue al Palacio de Miraflores debe saber diferenciar entre el “Estado total” y el “Estado civilizado”, y comprender que la “libertad política”, una idea a la que se le viene dando toda su latitud de un tiempo acá, se compone de tres elementos conexos: la “libertad jurídica”, la “libertad intelectual” y el “elemento volitivo”.

 

Fuente: Eluniverso.com

Por José Javier Villamarín 

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