Transición, perdón y agonía de la Venezuela actual
noviembre 23, 2018 9:14 am

Nullum hominem a me alienum puto, Miguel de Unamuno

 

Aprovechando unos días de reposo médico, me dispongo a pensar un poco en lo que nos acontece y cómo lo asumimos. De entrada, constato, y no se requiere una honda meditación para advertirlo, que una espesa amargura nos está cubriendo y comprometiendo las posibilidades de escucharnos. Una sed de venganza, una lacerante frustración nos anula y nos acompleja. Paradójicamente, los que están más lejos y menos han calado estos vientos son los más recalcitrantes. Por otro lado, se nos van los muchachos y se renuncian otros tantos, a los que la tentación de la resignación enerva.

 

 

 

En esa turbulenta condición no atinamos a ver la evidencia que reclama comprensión y diálogo. Lo primero, para regresar a la esperanza y lo segundo, para buscar las respuestas a las interrogantes o a su instrumentación, donde las susodichas se encuentren.

 

 

 

Paso parte de mi tiempo en la universidad, comparto con correligionarios socialcristianos, pero también con los que no lo son. Trabajo para ganarme la vida y la de mi familia y oro por los que amo, que incluye a mis conciudadanos. Haciéndolo, tropiezo con unos y otros y en el tránsito de mi deambular aprecio una enorme disidencia claramente mayoritaria, pero inofensiva. Odia tanto que no es capaz de serenarse y menos aún de aceptar realidades. Juntos serian a la postre invencibles, pero fragmentados pesan tanto como briznas de paja que se muestran un instante en el trasluz de una mañana.

 

 

 

Siendo un crítico de este proceso destructivo de la nación que ha significado el chavismo-madurismo;  testigo y víctima como los demás venezolanos de estas dos décadas de insolente incompetencia; consciente de la mórbida, maligna y cínica pretensión de sus autores de permanecer en el poder a pesar del desastre, del fracaso que impide la más elemental dignidad humana a ingentes lotes de compatriotas, ensayo de entender a mi entorno y a mí mismo para, luego, cumplir el sagrado deber de coadyuvar a la superación de esta tragedia.

 

 

Propuestas de una transición para concluir este momentum deletéreo y especulaciones sobre lo que sería oigo y, por cierto, algunos muy sesudos análisis las aportan, pero también las veo discutidas por aquellos que no toleran sino la plataforma del castigo para los culpables. No es ni siquiera por justicia sino, para saciar el apetito vindicativo, que se niegan a considerar inclusive cualquier idea de diálogo ni para ponerle un término a esta pesadilla que afecta a todos pero, a algunos, los acaba literalmente.

 

 

 

Una transición es un proceso en el que se dispone una institucionalidad y un procedimiento extraordinario, para atender un cambio de rumbo. Es una corrección que comienza de manera de facilitar un giro, una reorientación, un amanecer de esa larguísima noche hórrida al más puro estilo de Ferdinand Céline. Es un despertar de esos sueños tan reales, dolorosos, gravosos que casi nos hacen sentir que se prefiere la muerte. Porque regresar de esta dictadura es como volver del averno sin haber muerto antes.

 

 

 

Tal vez no entendemos que hay que finalizar con este pandemónium. Dije y sostengo que a cualquier costo. Eso da lugar a conjeturas variadas y créanme que las imagino, buenas y regulares, pacificas o brutales, pero, cuidado que, para ponerle fin al terror, nos hagamos más daño que el que permanecer en el poder ellos, nos vaticinamos, entre risotadas, en medio de cepos y máquinas de tortura y peor aún, prestos a imponérselos a nuestros hijos.

 

 

No estoy proponiendo forzar la contrición, tampoco una negociación para la impunidad. Es mucho más complejo y veamos ¿por qué?

 

 

 

En efecto, la acción de la clase gobernante que encabezó HCHF y continúan sus epígonos, atropelló en numerosos aspectos a la nación venezolana, con el carro resentido de su revolución o proceso. La discriminación sistemática contra los disidentes y no me refiero al liderazgo de oposición, sino a aquellos comunes que osaron firmar para el revocatorio del presidente, por citar un ejemplo, y resultaron perseguidos, apartados, segregados, perjudicados, dejando en muchos un rencor ardiente.

 

 

Los empobrecidos, mediando abusos de todo género, expropiados, desconocidos de sus derechos, privados sin la más mínima consideración y sorprende cuántos hay así maltratados, tienen la herida abierta y sufren la ofensa, la afrenta de saberse expoliados, sin resarcimiento posible.

 

 

 

Los miles de venezolanos que las fuerzas de seguridad o los paramilitares presentados con el cognomento de colectivos que asesinaron, robaron, agredieron, violaron a estudiantes, jóvenes manifestantes, mujeres, ancianos inmisericordes tienen también fresca la huella de los excesos y arbitrariedades que los victimaron y más grave aún, de la impunidad que los cubre y exime, del tremendo menoscabo de justicia en que hemos vivido y desde luego; demandan la natural compensación de la punición  a los malhechores.

 

 

 

Un lote de amigos con solo evocar los agravios entran en crisis y entre anatemas y maldiciones desvían el análisis y se centran en la expiación que merecen los hampones corruptos, que a diario se anuncian por el mundo con los dineros que se tomaron a costa de las carencias de nuestra sociedad actualmente u otros, se sienten vaciados en su estima, venidos a menos, alejados de sus seres queridos y reclaman responsabilización para los uniformados que se han prestado para cualesquiera tropelías sin cumplir con su deber de defender la nación y no reaccionan tampoco ante los embates que recibe nuestra soberanía de manos de los socios cubanos, rusos, chinos, colombianos.

 

 

 

Pero, hemos descrito el pasado y el presente al que hay que urgentemente superar. Debemos inventarnos un porvenir, hay que salir de este lago de tristezas y repito a como dé lugar, y para eso es menester hacer un salto de garrocha requiriendo en el ejercicio básicamente un punto de apoyo y un envión de fuerza.

 

 

 

Los que creen que el mecanismo para apartar del poder al oficialismo chavista es la invasión o el golpe de Estado no parecen haber tenido éxito. Tal vez sea la hora de pensar en un ejercicio distinto y sentarse a conversar sería un inicio. Ya veremos si hay posibilidades en esa opción, pero no es inteligente descartar nada.

 

 

Perdonar es un instituto interesante. Tal vez inclusive debamos concederlo en determinadas situaciones y no por eso apostamos por la impunidad, ni por ello dejamos de explorar el horizonte de una mecánica que nos permita avanzar la procura del objetivo que repito es salir de este túnel, ver de nuevo el alba.

 

 

No es fácil ni siquiera considerarlo. Perdonar es materia de espíritus inflamados, hiperestésicos, desfigurados. No se pide perdón para lo pequeño y si se hace, obra la cortesía. Lo absolutamente pertinente para recurrir al perdón y todavía más para otorgarlo es la conducta, la frase, la acción cuya dimensión traspasa limpiamente lo tolerable y allí se teje su embrollo.

 

 

 

Admitida la naturaleza del hecho que nos atraviesa y deforma es menester asumir que el objetivo perseguido exige la disposición de peregrinar las escaleras del perdón, eximirnos de cobrar esas deudas del alma es lo único que amerita el perdón y no las nimiedades que asemejan raspones en los brazos y piernas que resultan de una caída sin consecuencias.

 

 

Perdonar lo imperdonable es lo difícil, pero es lo que vale la pena. El contencioso nutrido y complicado sin embargo lo llevo debajo del brazo para esa reunión de manera de trabajar con eso y encontrar salidas para el país que se seca, se muere de sufrimiento, de pesar, de desesperanza.

 

 

 

Recuerdo a Nelson Mandela y evoco el camino amargo que le permitió vencer el oprobio del apartheid, por cierto, tenido como un crimen contra la humanidad y entiendo lo que debió costarle, lo que debió serle reprochado, lo que se le reclamó, lo que se atrevió a perdonar. Todo eso a cambio de la liberación, de la dignificación, de la redención de su pueblo.

 

 

 

Justicia no es magia tampoco. Hay que construirla y legitimarla. La demandaremos y la postularemos en esa marcha, justicia transicional o con tribunales híbridos vimos antes venir al escenario, pero el primer sendero de la justicia aparece cuando me dispongo a su búsqueda. Creo en nosotros como pueblo y me niego a naufragar y ahogarme en la desperatio verum inveniendi que denunció san Agustín.

 

 

 

Nelson Chitty La Roche

nchittylaroche@hotmail.com