Que a Maduro no se le reconozca como Presidente de Venezuela o que se le califique de dictador no es obra de magia. Que, adicionalmente a esto, se le califique de narcotraficante, violador de los derechos humanos, se le acuse de crímenes de lesa humanidad, de traficante de oro de sangre, se conozca su relación con el terrorismo internacional, se descubran sus ilícitos cambiarios, su enriquecimiento ilícito y su corrupción administrativa, se le califique de torturador de presos políticos, se le dicte órden de captura, que se ofrezca recompensa para quien lo ponga a la órden de la justicia por sus vínculos criminales antes descritos; es el balance del esfuerzo político y el saldo resultante del esfuerzo colectivo por exponer ante el mundo el hambre, la diáspora, las muertes, los presos, torturados y desplazados.
Y un detalle elemental e irrebatible es que la tiranía se quedó sin pueblo. La victoria política más contundente obtenida por los venezolanos en la inmensurable lucha contra la narco tiranía en las dos últimas décadas, es su deslegitimación ante propios y extraños. Si como alegan algunos, esto no es adjudicable al Presidente Guaidó, tampoco podríamos excluirlo. Por aquello, de que “al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Se evidencia que sí hemos avanzado, y mucho. Negarlo obedece más a mezquindades ególatras que a certezas. ¿Pudimos haber hecho más? no tengo la menor duda. ¿Hemos cometido errores? Sí, el más recurrente de todos es la incapacidad de anticipar eventos y construir escenarios, inducidos permanentemente por la “filosofía” de aquel célebre personaje de Ibsen Martinez, Eudomar Santos: “como vaya viniendo vamos viendo”.
El segundo error, copiosamente repetido, es el permanente concurso narcisista de la clase política. Y el tercero, tan recurrente como los anteriores, consiste en privilegiar el interés grupal o partidista antes que el de la nación. Todo esto nos hace concluir que pareciera haber más interés en algunos actores, en desplazar a Guaidó que a Maduro.
Quienes inducen a participar en el fraude desestiman lo conquistado y pretenden llevarnos al km 0, volver al pasado, comenzar de nuevo, desandar lo alcanzado. Quienes apuestan a la espera de que “llueva café en el campo” y algún día los aliados intervengan, tienen el mismo código postal del anterior, pero su solicitud al Niño Jesús es diferente. Pero ambos reconocen a Maduro, cada uno a su manera, a cambio de desplazar a Guaidó. Ahora que se evidencia en qué anda cada quien, es hora de actuar en consecuencia.
Todo esto tiene su ventaja: saber con quién contamos. Constituir una dirección política superior consiste en privilegiar la estrategia antes que al partido. Es tener un plan que evalúe los escenarios posibles. Es trascender a los partidos e involucrar a la sociedad civil, reconocerla, darle protagonismo, tanto, que nos permita junto a ella romper el control social del régimen contra los ciudadanos. Involucrarlos hasta comprometerlos. El componente ciudadano y la reconciliación de la clase política con este es un detonante fundamental para el cambio. No en balde, Chavez desarticuló primero a las organizaciones ciudadanas que a los partidos, las instituciones o las FANB. Nada de lo planteado surge por decreto, hay que construirlo.
Creatividad, salir de la zona de confort, desafiar a la narcotirania. Preservar lo conquistado, mantener la iniciativa. Estamos ante una organización criminal que mantiene secuestrado el poder, una tiranía distinta a las anteriores. En consecuencia estamos obligados a innovar.
Américo De Grazia
Amantea, Italia