Tiempos de cambio

Tiempos de cambio

 

Una de las ventajas de no estar en el activismo político es que uno se debe básicamente a sus propios puntos de vista, sin tener que atender al criterio de un colectivo que se crea la potestad de imponer determinada manera de ver las cosas. No reniego de la militancia política. Todo lo contrario, pero en mis circunstancias actuales me tomo la libertad de expresar lo que pienso, sin detenerme mucho en los radicalismos de oficio.

 

 

Y desde esa libertad trato de construir mi tono personal de decir las cosas, en una Venezuela que vive en medio de grandes dificultades. No nos anima sino la esperanza de ver al país superando sus problemas y tomando el rumbo de crecimiento, desarrollo, inclusión y justicia que todos esperamos. Lo lógico es que en un escenario como el que vivimos no impere el deseo de estimular confrontaciones que, como se ha demostrado a lo largo del tiempo, aquí y en otros lugares del mundo, no dejan sino un saldo de mayor agravamiento de nuestros males como nación.

 

 

Esta visión desagrada a mucha gente. Lo entendemos perfectamente. Pero como no andamos en busca de votos seguimos animados a exponerla, con el convencimiento de que tarde o temprano será inevitable llegar al escenario de promover acuerdos para sacar adelante a Venezuela. A quienes creen que todo va bien, que no hay que corregir rumbos, les decimos que es tiempo de revisar la historia. A veces la rectificación es la mejor manera de preservar un proyecto político, un legado o como quieran llamarlo. Insistir en mantener la marcha sin detenerse en los baches del camino escogido puede representar la perdición de un movimiento político, aunque se haga en nombre de preservar sus ideas y planteamientos fundamentales.

 

 

La lógica económica, por ejemplo, no puede estar atada a prejuicios ideológicos que intenten someterla o moldearla. No se trata de rendirse irresponsablemente al “sálvese quien pueda” del extremismo neoliberal, pero tampoco de creer en la visión voluntarista de que el Estado por sí solo puede dar respuesta a los desafíos de la sociedad. No tiene sentido creer que la superación de los problemas económicos de la Venezuela de hoy pasa por desmantelar totalmente al Estado o por pasarle la aplanadora al sector privado. Ambos son necesarios y se pueden y deben complementar. Esa discusión está más que resuelta en el modelo económico que recoge la carta magna de 1999. El legado del constituyente es precisamente lo que nos puede ayudar a salir adelante. Por eso no cabe otra cosa que buscar acuerdos entre el gobierno y el sector empresarial, sin que cada quien deje de ser lo que es y defender sus criterios.

 

 

En días recientes voceros de la Mesa de la Unidad Democrática han alertado sobre el agravamiento del desabastecimiento, mientras que el gobierno asegura que en poco tiempo se superará el problema, a partir de las decisiones que están tomando. El asunto es que no existe ningún espacio en el cual unos y otros puedan escuchar al contrario y verificar en qué están equivocados o donde están sus aciertos. Mientras tanto, el ciudadano de a pie sigue a la espera de respuestas concretas que no terminan de llegar, y con la sensación de que las cosas pueden ir para peor.

 

 

En estas líneas no existe la intención de dar consejos a nadie y menos a quien no los está pidiendo. Solo registramos con angustia que el sendero que nos puede conducir a dejar atrás el rentismo, a estimular la producción nacional, a generar empleos productivos, a sanear las empresas públicas y a consensuar una política económica para salir de la emergencia que vivimos no es por el cual nos dirigimos. Unos demandan cambio de piloto. Otros esperamos cambio de rumbo.

 

 

David Rodríguez

 

El pasado sábado en horas de la noche recibimos la infausta noticia sobre el fallecimiento del cineasta venezolano David Rodríguez, un hombre bueno, un excelente amigo con quien compartimos diversas tareas en distintos escenarios públicos. David fue uno de los impulsores de la Villa del Cine. Siempre apostó por el fortalecimiento del cine nacional. Lamentablemente, una terrible enfermedad, a la cual se enfrentó desde hace varios años, terminó por ganarle la partida. Nunca perdió el optimismo ni los deseos de vivir. Por no estar en Caracas no pudimos acompañarlo en su despedida, pero nos queda la satisfacción de haber conversado con él extensamente. Inmensa es la satisfacción de conocerlo y contar con su afecto y amistad permanentes, por encima de diferencias eventuales, que para nada tienen importancia frente al vínculo solidario que nuestra familia siempre mantuvo con ese extraordinario ser humano. Paz a sus restos.

 

Vladimir Villegas

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