La refinería de petróleo más importante y grande del mundo era el Complejo Refinador de Paraguaná. Su capacidad instalada permitía procesar hasta 940.000 barriles diarios de hidrocarburos. La Guardia Nacional se encargaba de su custodia. A veces con sus propios planes, otras con algún cuerpo de seguridad e inteligencia del Estado y muchas con la gente de la Gerencia de Prevención y Control de Pérdidas de Petróleo de Venezuela, con el color azul como distintivo
Era el componente de las Fuerzas Armadas que se encargaba de la custodia de los bienes nacionales, públicos o privados, que tenían un interés estratégico, fuese de servicio público o de infraestructura. A nadie le extrañaba que oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación fuesen comandantes de cuerpos policiales como la Policía Municipal de Caracas, la Policía Metropolitana, ni que la Guardia Nacional vigilara los túneles de la autopista Caracas-La Guaira, o de La Cabrera en Carabobo, la represa del Guri y la entrada e instalaciones del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicos en los Altos de Pipe. También estaban en las puertas de los ministerios y eran los encargados de la vigilancia y protección del edificio en el que funcionaba el Ministerio de Relaciones Interiores en la esquina de Carmelitas. Pero también en el aeropuerto de Maiquetía, en el puerto de La Guaira y en los galpones del Correo en Caño Amarillo, diagonal a la estatua de Carlos Gardel.
Todos tenían un amigo que era guardia, un compañero de bachillerato que había ingresado a la Efofac, la Escuela de Formación de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación o en la escuela de suboficiales, que no eran menos considerados por la población. Atentos a sus responsabilidades institucionales no era un cuerpo represivo en su esencia ni tareas. Brigadas de orden.
La democracia venezolana que nunca supo convencer a los militares de que debían ser obedientes al poder civil, y no deliberantes; y que tenía muchas razones para temer alzamientos, tirada de paradas y madrugonazos, supuso que una manera de mantenerlos tranquilos era crear puestos en la administración pública para que fuesen ocupados por militares. Así las FAC podían manejar la Dirección de Fronteras del MRE, la Dirección de Parques del Ministerio del Ambiente o el Instituto de Tránsito Terrestre. Una cuota de poder.
Después de muchas crisis, escándalos y fracasos relevantes del sector político –como el entramado que llevó al Viernes Negro en 1983 y a la mejor negociación de la deuda externa con la que banqueros y economistas engañaron a Jaime Lusinchi– fueron los militares, los curas y, un poco más atrás, los medios de comunicación las instituciones con más credibilidad en la opinión pública. Lo sospechoso es que los militares eran los primeros envueltos en escándalos como el de la “Chatarra de Oro” y la repotenciación de los tanques AMX30, por nombrar dos, pero fueron tantos como podía la capacidad de intriga y manipulación de José Vicente Rangel con su cara de santón que no rompe un plato.
No es público el motivo por el cual el Coba criollo tan pronto se posesionó de Miraflores y del teléfono interministerial empezó una guerra de desprestigio contra la Guardia Nacional. Hasta habló de su eliminación. Lo más probable es que, siendo un personaje de rencor perpetuo, este relacionado con cualquier pleito del capitán Chávez con los rurales de Barinas y Apure, alguna avionetica extraviada. Pero del escarnio público dio un salto cualitativo de honda repercusión. Por orden suya la Guardia Nacional empezó a conducir los metrobuses y tan pronto como parpadea un mono loco le cambió el nombre a Guardia Nacional Bolivariana, para que se supiera que estaba bajo su absoluto control, que le era obediente y no deliberante. No solo creó el Conas, el Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro, que solapaba las responsabilidades de la policía judicial, sino que desde el Paseo de los Próceres presentó, como lo habría hecho su ídolo Mao Tse-tung, la Guardia del Pueblo, con funciones puramente represivas, algunas delictivas.
Las peores violaciones de los derechos humanos en Venezuela las ha cometido la GNB, aunque en los últimos tiempos la FAES de la Policía Nacional Bolivariana ha hecho méritos equiparables. Ha sido el brazo armado para “disolver” manifestaciones, para disparar bombazos al pecho de los estudiantes o descargar perdigones en la cara de las muchachas que piden libertad. El equipamiento antimotines de la GNB le cuesta más al Estado que 10 escuelas de Medicina y 10 facultades de Ingeniería, y lo usan sin contemplaciones y con crueldad superlativa. Esos no son mil ancianos, son la versión tropical de las brigadas Quds de Irán y así han sido percibidos por la población. Hasta que llegó la escasez de gasolina.
Destruido el Complejo Refinador de Paraguaná y vueltas chatarra las instalaciones de El Palito, Puerto La Cruz, El Tablazo y Jose, sin capacidad para surtir de gasolina, gasoil y lubricantes al parque automotor, la GNB reapareció en las estaciones de servicio para “poner orden en las kilométricas colas”. Ahí extorsionan, piden dólares, para permitir echar unos litros de gasolina, como antes lo hacían en la cola de la harina, del pan y de los jojotos, como hacen en las alcabalas que se quedan con lo mejor de lo que cada quien lleva en su maleta, y en los aeropuertos que quitan los zarcillos de oro y cuanto se les ocurra. Pero, no hay mal que sea eterno. Ya aparecen los videos con gente de pueblo correteándolos y ofreciéndoles nalgadas, por ahora. Vendo charretera y un par de botas sin lustrar.
Ramón Hernández