Tienen casi 17 años envenenando al pueblo venezolano y llenándolo de resentimiento hacia políticos de antaño quienes los ignoraron, y este gobierno ha sido el más racista de la historia nacional. Parece que esa siempre es la excusa de los discriminados para terminar vengándose de quienes, dicen, los marginaron a ellos una vez. Un pretexto de poca monta para drenar complejos y una muy baja autoestima.
Quienes habitamos casi 30 años en La Pastora, una de las más antiguas parroquias caraqueñas de clase popular, jamás hemos querido freírle la cabeza a quienes se burlaban porque éramos hijos de la maestra y por estar becados en un colegio de clase alta, que de otra manera no hubiéramos podido pagar. Nuestros padres nos enseñaron en casa a ambicionar, a desear superarlos a ellos y a apuntar a los escenarios educativos y laborales de más prestigio y reputación. Nos estimulaban a no conformarnos con lo que veíamos alrededor y a quemarnos las pestañas para transformar nuestro entorno.
Estos irracionales llegaron al poder regodeándose en una rabia amasada por años y con ese fango de traumas “empatucaron” las alas de un pueblo afable, deseoso de emprender vuelo a una vida sobresaliente. Irrumpieron con la historia de querer reivindicarlos y terminaron castigándolos. Estaban tan obsesionados con barrer a su lista de enemigos, que no había tiempo ni espacio para un pueblo feliz. Cada hora debe ser invertida en el rencor. No dan cabida a la prosperidad. La vida de sus seguidores debe estar dedicada a un odio imperecedero hacia todo aquel que ellos eligieran como objetivo. No hay oportunidad para construir nada, para el estudio o el trabajo honrado. Los revolucionarios del poder desean encargarse de empeorar la vida de los venezolanos de tal manera, que sólo puedan regodearse en nuevos motivos para despreciar a quienes el gobierno elija como los responsables de esa precaria vida.
Y así, quienes hoy controlan Venezuela, ordenaron sentir repulsa hacia los españoles, porque una vez nos conquistaron. Hacia la Iglesia, porque una vez fue inquisidora. Hacia los judíos, porque reclamaron un territorio. Hacia los empresarios, por una envidia desvergonzada. Hacia los opositores, para que nadie pudiera comparar su gestión y lograra abrir los ojos del pueblo. Hacia los medios, para que ninguno pudiera exponerlos. Se han dedicado a pelear contra Colón, contra le herejía del siglo IV, La Guerra de los Seis Días, contra Rómulo y profesan preceptos del siglo XIX, mientras el mundo habla de la secuenciación masiva del genoma, de llegar a Plutón y Marte, de la cura contra el cáncer, de la bioimpresion 3D y seguro que muchos talentosos venezolanos serán parte de estos equipos de alto nivel y de estos hallazgos desde la diáspora.
La llamada revolución vive del pasado y sentencia a Venezuela a quedarse inconclusa, atascada en el tiempo, también. El gobierno venezolano no permite que nadie se le salga de la línea de la tirria, la aversión y el aborrecimiento. La Guardia Nacional dispersó a los trabajadores del aseo cuando protestaban para pedir reivindicaciones salariales, porque hubieran preferido que salieran a defender a siete corruptos desenmascarados por Obama. Por eso, cortan los dólares a jóvenes venezolanos en el exterior y los ponen a pasar hambre. Porque siempre han pretendido anular la razón, para que los venezolanos no conviertan el discernimiento en poder y para que jamás puedan comparar un mundo pujante con tanto infortunio.
Segregan a todos, pero jamás las balas. No esas 25, que usó con saña el sicario que acabó con la vida de un comerciante de La Victoria. No las que ejecutaron a 44 policías este año. No las que lesionaron a un amigo, no las que aterrorizaron a otra más, no las que matan en este instante y lo harán también mañana. Instruyeron a la gente más pura y candorosa en los más infaustos sentimientos. La enseñaron a mirar con desdén a sus propios hermanos. El oficialismo inyectó en la sociedad venezolana su pérfida fórmula y la dejó actuar y permear con éxito, para después poder dedicarse a disfrutar y viajar por el mundo a dólar preferencial.
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