Recuerdo lo ocurrido en Miraflores el 14 de febrero de 2014. El presidente Nicolás Maduro convocó a la instalación de la llamada Conferencia de Paz, a la cual asistió una amplia gama de representantes de la sociedad, entre ellos figuras del sector empresarial venezolano como Jorge Roig, presidente de Fedecamaras, y Lorenzo Mendoza, presidente del grupo de empresas Polar.
No fue fácil para el presidente Maduro invitar a ambos ciudadanos. Ni para ellos asistir a un encuentro en Miraflores que tenía un alto costo político en vista de la situación de confrontación y violencia que se vivía en el país. Tiempos de guarimba, detenciones, endurecimiento de posiciones. Y sin embargo Miraflores se convirtió en el epicentro de un hecho que ha podido representar un salto cualitativo en la búsqueda de la superación de nuestras dificultades como nación.
Ese era el mejor momento para que el gobierno y el sector privado fuesen más allá de la superación de una que otra traba administrativa. Las largas reuniones de empresarios y gobierno que se realizaron después de la instalación de la Conferencia apenas sirvieron para repetir las mismas quejas y las mismas respuestas sobre permisos y otras penurias burocráticas. Desde el gobierno hubo una clara resistencia a tocar los temas de fondo de la economía: el sistema cambiario, la lucha contra la inflación, el sistema de precios, la sobre valuación de la moneda, etc.
Ese momento era el ideal para la toma de grandes decisiones económicas, para un consenso que nos permitiera evitar las penurias que hoy estamos padeciendo. El gobierno no lo aprovechó.
No hubo la decisión política de tomar el toro por los cuernos, de entrarle de lleno a la corrección de los desequilibrios macroeconómicos, y hoy, lamentablemente, tampoco existe.
En ese entonces, hace un año y tres meses, ya era imperativo tomar decisiones. Ya se hablaba de lo inevitable, por ejemplo, del aumento de la gasolina. Y hoy sigue sin terminar de deshojarse esa margarita. Y no era tan apremiante resolver el rompecabezas del desabastecimiento. Algún economista dijo el año pasado que en 2015 extrañaríamos a 2014. En eso andamos y apenas culmina el primer trimestre. Y seguimos sin tener una ruta clara para desenredar la maraña de problemas y contratiempos que nos complican la vida.
La carta de Lorenzo Mendoza al presidente Nicolás Maduro, publicada en días recientes en la prensa nacional, recoge en buena medida el espíritu de su intervención en la Conferencia de Paz. No fue poca la batería de ataques que recibimos en aquel entonces quienes nos decidimos a asumir el camino del diálogo. Mendoza y Jorge Roig llevaron lo suyo. Hoy están nuevamente en el foco pero por las afirmaciones que sobre ellos ha hecho el jefe del Estado.
No hay que pretender ser fiador ni serlo de Jorge Roig o de Lorenzo Mendoza para insistir en la conveniencia de que el presidente opte por el diálogo con ellos y lo que representan en lugar de tomar la opción de la confrontación. En primer lugar no lo necesitan. No se trata de salvarle el pellejo a nadie en particular sino de evitarle mayores contratiempos al país.
Necesitamos acuerdos para garantizar el abastecimiento de bienes esenciales, para alcanzar un funcionamiento sano de la economía y eso no se logra sino con acuerdos con todos los actores económicos, sin exclusiones.
Un revolcón o como se llame, que implique tensar aun más la cuerda puede provocar peligrosos escenarios que el gobierno debe evitarse a sí mismo y a todos nosotros. El revolcón que se necesita, en todo caso, es para dejar de creer que la solución de los problemas pasa por confrontar, o por reducir o doblegar, a un adversario o enemigo con el cual no hay manera de llegar a mínimos acuerdos.
Pesa mucho en todo esto la coyuntura electoral, que por si sola ya se convierte en una barrera para impedir entendimientos que el país reclama. Pero lo lógico, lo responsable, es mirar más allá de ese evento comicial y de una buena vez pensar en el impacto que a lo largo de años va a dejar la postergación de medidas necesarias para recuperar la economía nacional.
No es tiempo de tomar empresas sino de tomar decisiones. No es momento de revolcar sino de ordenar, de rectificar. Si en alguna ocasión tiene sentido hablar de golpe de timón es ahora. Y el timón lo tiene usted, señor presidente.
Vladimir Villegas