Las colas para comprar cualquier cosa ya son parte del paisaje de pueblos y ciudades venezolanas. Desde un kilo de cemento hasta un paquete de harina, pasando por papel higiénico, servilletas, mantequilla, aceite comestible, leche… Y qué decir de la adquisición de medicamentos, un suplicio que sin dudas agudiza toda enfermedad.

Pero hablar de esas colas, quejarte de ese calvario que gracias a los consejos e invasión castrocomunista es ya parte de nuestra vida diaria, para el Sr. Maduro es una afrenta, un claro indicio de terrorismo, un acto de desestabilización a una Robolución cuya única virtud ha sido convertir una tierra de paz y armonía en un terreno de nadie donde lo único que se cosecha son muertos después que el hampa empoderada siembra balas y puñaladas en los cuerpos de sus víctimas. Para Nicolaso -como prefiero llamar a ese hombre que no hace más que sorprenderme con su aterrador mal humor y sus amenazas diarias- su ilegítima administración es mejor que la de su putativo padre… Es perfecta, intocable, incuestionable, por eso su ira si hablamos del tiempo que necesitamos para correr en pos de un pollito, de un kilo de lagarto con hueso, de una cajita de glucofage para impedir convertirnos en diabéticos, de un rollito de papel higiénico por culpa de esa mala costumbre de hacer pupú y limpiarnos…

Nicolaso el terrible nos amenaza a Medios de Comunicación y a periodistas con espantosas sanciones si continuamos creando escasez, porque para este furibundo «Estadista» la carestía es un invento del cruel Imperio y sus lacayos, o sea ¡Nosotros!

Tanto abomina Don Nicolaso la Libertad de Expresión y el «Derecho a Pataleo» que lo que más le enfureció y le llevó a expulsar a los diplomáticos norteamericanos fue que Kelly Keirderling, Encargada de Negocios de Estados Unidos dijera que su país es una democracia fuerte por tener prensa libre…

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Por Eleonora Bruzual