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Populismo y democracia

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Populismo y democracia

 

“El enamoramiento es un estado de miseria y debilidad mental”

 

José Ortega y Gasset

 

 

 

Una visita con propósitos familiares me tiene en la ciudad de new york y entre los encantos propios de esta siempre atractiva aglomeración de gentes venidas del mundo se filtra el segundo debate electoral americano y como en el primero, Trump al ataque e Hillary a especularlo. Luego de dos encuentros ya tengo una idea; el magnate inmobiliario solo navega en el bajo psiquismo del colectivo blanco norteamericano y le basta a Hillary que tampoco ha lucido mucho, exhibir sobriedad y serenidad para lucir sino mejor, menos atrabiliaria.

 

 

 

El debate americano se parece sin embargo, al que se libra en España y que tiene a ese país sin gobierno desde hace meses. Aparentan ser discusiones en el marco de un régimen democrático pero son, pienso yo, un forcejeo populista sencillamente.

 

 

 

No me iré a la teorización sobre el populismo que se ha enriquecido, por cierto, bastante en los últimos años y simplemente diré que apunta a la banalización demagógica del discurso que se aparta de la necesaria sindéresis del estadista. Pienso que básicamente aquel que pretende recibir el respaldo de la sociedad para conducirla le debe a esta, la calidad que implica la complejidad de los asuntos públicos y, agrego yo, la disposición ética para trasladarse por empatía al plano conductor y así dejar atrás su condición personal.

 

 

 

Últimamente la democracia que se empapa de contenidos republicanos permite una confusión perniciosa que hace ver plausible el discurso llamado a manipular o a proponer sin responsabilidad. En Venezuela, Argentina, Nicaragua o Brasil fuimos testigos de esas experiencias que comprometen la salud política, institucional, social o económica a nombre de las simpatías populares. Chávez lisio a Venezuela entre los vitoreos de las tumultuarias manifestaciones.

 

 

 

Una oleada de informalidad que se quisiera autenticidad y modestia caracteriza el mensaje en los ambientes políticos del mundo democrático trayendo el aligeramiento de la racionalidad publica y despojando del sobrio desempeño al funcionario que se atreve a preferir su investidura de líder popular antes que a su cualidad de gestor y decisor de temas constitucionales y legales pero sobretodo, económicos y de finanzas publicas con las restricciones que estos últimos implican. Vuelve a mi memoria el consenso de Washington y las posturas recias y disciplinadas de los entes multilaterales y el FMI.

 

 

 

Fue fácil denunciar los programas de ajustes y suturarle epítetos a los que sostenían la necesidad de ellos. El liberalismo y el giro neoliberal subsecuente resultaron anatematizados y aunque comprensible, el asunto, resulto que países como Grecia o Venezuela evidencian que una política económica sin la asunción del equilibrio nos condena inexorablemente a la crisis y al descalabro. Ello además entre los gritos y desplantes de la oclocracia ignorante e irresponsable.

 

 

 

En Europa tenemos el brexit y a la distancia, aquellas medidas de saneamiento que se impusieron con los tratados que crearon la unión monetaria Maastricht finalmente o Lisboa y la actual situación de esos países a la luz de sus niveles de endeudamiento. Tal vez Alemania y precariamente resistiría la prueba si se hiciera nuevamente, por cuanto la tendencia a gastar y al gasto benefactor especialmente privo y prela tergiversando la solidaridad con el déficit estructural e inficionando de demagogia el ideal democrático.

 

 

 

No estoy afirmando que no es posible ni necesario asistir al débil no, afirmo que el sostén de las cargas publicas implica a todos y, la política económica no debe concebirse sin el indispensable objetivo del equilibrio. Y pongo un ejemplo en Venezuela que se ha permitido erogaciones en gastos militares sin proporción ni racionalidad. Paralelamente, las universidades y la educación el se caen a pedazos dramáticamente empobrecidas.

 

 

Urge pues regresar al discurso serio que dice a la gente lo que tiene que oír en lugar de lo que quiere oír. La política es y debe ser mas seria que el enamoramiento.

 

 

Nelson Chitty La Roche.

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