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Política y Religión

En la Venezuela de hoy el opio de nuestro pueblo son los gobiernos que lo traicionan y que para disimularlo pretenden disfrazarse de religión

 

Una versión del Padre Nuestro en la que se sustituye la figura de Dios por la de Hugo Chávez, motiva las reflexiones contenidas en este artículo.

 

Quienes ejercen la política como la vía para llegar al poder como un fin en sí mismo y no como un instrumento para trabajar por el bien común, se apartan de su responsabilidad pedagógica de educar a los ciudadanos con el ejemplo y más bien, mal utilizan la buena fe o la ignorancia de alguna gente para inducirla con métodos deshonestos a la idolatría, como una forma de dominación, en vez de llevar a cabo un buen gobierno y ganarse el apoyo de los gobernados.

 

Una mala manera de conservar el poder para satisfacer la ambición del gobernante y preservar sus privilegios, es utilizar falsos ídolos con la intención de ganarse el corazón y la fe de los ciudadanos, lo cual es común en los modelos totalitarios, que impulsan la idea del culto al jefe único, a quien le asignan una connotación de divinidad, tal como ocurrió en la dictadura de Corea del Norte, donde el dictador Kim IL-Sungse se hacía llamar oficialmente «Nuestro Padre Celestial».

 

Quienes promueven en nuestro país un totalitarismo santero y además pretenden presentarse como revolucionarios marxistas, sino estuvieran tan influenciados por la falta de escrúpulos, deberían recordar que Marx era ateo, y por eso llegó a afirmar que la religión es el opio de los pueblos, sin imaginarse que en la Venezuela de hoy el opio de nuestro pueblo son los gobiernos que lo traicionan y que para disimularlo pretenden disfrazarse de religión.

 

Se olvidan los titiriteros de este circo, que la traducción política de la idolatría es el totalitarismo que pretende sustentarse en el poder intentando hacer del Estado, o de un líder, un dios infalible, todopoderoso, ante el cual los ciudadanos deben sacrificar sus vidas y su futuro. Asignarle carácter divino a un líder político es un retroceso a la época de los emperadores o reyes, que decían gobernar por la voluntad de Dios y eso les daba derecho a disponer de lo humano y lo divino.

 

Es oportuno citar a Simón Alberto Consalvi, quien en su libro «La Guerra de los Compadres» se refirió a estas conductas, así: «… de las sociedades que se rinden al hombre fuerte, que olvidan sus propios intereses y los de su país para erigirle estatuas y monumentos, para endiosarlo y quemarle incienso y mirra en un delirio de irresponsabilidad colectiva…”.

 

Por Omar Barboza Gutiérrez

omarbarboza1@cantv.net

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