Perder y ganar
diciembre 16, 2015 5:01 am

 

Perder

 
Un Sultán moribundo estaba por decidir a cuál de sus dos visires dejaría el manejo del reino, y les anunció que cada uno debería escoger su mejor caballo para enfrentarse en una carrera muy particular: el último en llegar sería el heredero.

 

 

Los visires se encontraron en el punto de partida y no sabían qué hacer. Ninguno arrancaba y pasaba el tiempo sin que dieran un solo paso, hasta que un sabio les ofreció una solución. Entonces por fin arrancó la carrera a toda velocidad. ¿Cuál fue la recomendación?

 

 

Simplemente les sugirió que intercambiaran los caballos. “A” debía montar en el caballo de “B” y “B” en el caballo de “A”, de esta manera, el visir que ganara la carrera tendría la dicha de que el caballo de su propiedad llegara de último y, por lo tanto, se convertiría en el heredero.

 

 

¿Se entiende el problema y la solución?

 

 

Mucho más difícil de entender son las condiciones para la carrera que se avecina en Venezuela. Entre la navidad del 2015 y la del 2016, habrá que atravesar una crisis de proporciones insondables y, a aquel que llegue en primer lugar, le va a tocar correr con la mayor dosis de culpa, pues será la cabeza victoriosa y notoria de un soberano desastre.

 

 

Si yo fuera Maduro le propondría a la oposición cambiar de caballo:

 

 

—Si me dan la Asamblea, yo les dejo que gobiernen el disparate que heredé y he profundizado con tanto celo.

 

 

Pero no es el caso. El hombre se aferra a su montura, agita el látigo y le clava las espuelas a un animal que está en las últimas. Me recuerda a un veterinario que había estado enseñando a un burro a trabajar sin comer, y luego se quejaba:

 

 

—Cuando ya casi, casi, lo tenía entrenado, al burro le dio por morirse.

 

 

La Asamblea es el alma política de una nación. Puede ser cerrada y servil, o abierta y plural. En ambos casos estará reflejando la actitud de los ciudadanos ante el poder. Como sucede con todas las manifestaciones del espíritu, la Asamblea no suele ejecutar ni enjuiciar directamente y, cuando finalmente trata de poner orden, el mal ya está hecho. Pero sí puede ser la tribuna ideal para sacarle provecho a una crisis y, a la larga, podría ser capaz de resucitar lo que está muerto. Esta misma distancia entre pensamiento crítico y realización concreta, la hace tan poderosa como frágil, tan definitoria y crucial como dada al ornamento y a servir de comparsa.

 

 

En el ejecutivo están los pies y las manos del poder, la boca que ordena y los ojos que asustan, las extremidades más visibles y de contacto más directo con el pueblo. Es más fácil imaginar a ministros, gobernadores y alcaldes corruptos, que a un diputado. Al menos en el imaginario colectivo, los asambleístas se encuentran al comienzo de la cadena alimenticia (del quién se come a quién), donde aún no se bate el cobre con fuerza ni se corta y reparte el bacalao.

 

 

Al Poder Ejecutivo se le reclamará en el 2016 todo lo que siga haciendo y deshaciendo mientras intenta cosechar lo que nunca ha sembrado, distribuir lo que no hemos producido, y en este tipo de drama ya somos saturados expertos. El Poder Ejecutivo iniciará el año con una audiencia harta, hambrienta, cada vez más consciente del fracaso y urgida de soluciones inmediatas.

 

 

De la Asamblea se esperan fantasías nunca antes vistas, medidas salvadoras que anunciarlas ya será un logro. Esta tarea es más difícil de valorar y calibrar. Esperamos de ella sabias propuestas, ciertamente urgentes, pero siempre van a anteceder a la materialización de las soluciones. El ser concebida como un centro de pensamiento más que de acción le da el beneficio de contar con más tiempo a su favor.

 

 

Lograr algún tipo de acuerdo para la nueva carrera que está por comenzar no será fácil. A la cabeza del gobierno está un militar que se hace pasar por un civil, y un civil que insiste cada vez más en ataviarse y lanzar amenazas como un militar ante sus peores enemigos. Este confuso cruce de roles genera mucha incertidumbre, pues no queda claro si la solución es pacífica o violenta. Ambigüedad que ya está resultando una angustiosa forma de violencia.

 

 

Ambos personajes actúan además en base a que no hay cambios posibles en la conducción del país. La frase de Einstein: “No podemos resolver un problema pensando de la misma manera que cuando lo creamos”, la entienden como: “Los problemas se resuelven en la medida en que los creemos con más fuerza”. Un cambio de conjugación que se presta a confundir el “crear” con el “creer”.

 

 

Negociar cambios de montura es imposible con quienes no aceptan apearse del caballo, aunque hayan llegado jadeando a un punto donde su única credencial y carta de presentación sea el haber perdido una elección. La nueva ecuación tiene algo de la carrera que propuso el Sultán. Mientras más asombrosa se iba haciendo la derrota, más celebraba el gobierno lo democrático y transparente de nuestro sistema electoral. Llegar tan rezagados, tan de segundos, tan subcampeones, se convirtió en una suerte de victoria moral para ocultar los inmorales reglones en que ocupamos los primeros lugares en el mundo: inflación, criminalidad, corrupción. No se pueden ocultar los índices de una enfermedad con lo eficaz y preciso de su medición. Recuerdo a un amigo que se burlaba de un laboratorio médico diciendo:

 

 

—Te cobran más, pero te dan mejores resultados.

 

 

La gran renovación del chavismo sería perder con dignidad, tanto el poder legislativo como el ejecutivo y el judicial. No sólo sería lo justo, también lo sano.

 

 

Lo que más daño le ha hecho al socialismo es la etiqueta de “revolución” junto a las pretensiones de eternidad, no de sus principios, sino de sus interpretes y oficiantes. La revolución no sabe ni debe perder elecciones. Tan solo las permite, pero adjudicándose cada vez más prerrogativas y ventajas antes de la contienda. Y, cuando no controla los resultados, controla los efectos de estos, bien sea quitándole el poder al opositor electo, o repitiendo la consulta para una reelección indefinida, o desestimando las firmas para un revocatorio y sembrando para siempre el miedo a firmar otra vez para convocarlo.

 

 

De las pretensiones de eternidad, algo que está negado a una criatura tan vital como lo social, podemos decir que, además de rotar los cargos como una compañía de cine que insiste en los mismos actores, se remacha una y otra vez que la Presidencia es una suerte de cargo hereditario al hablar insistentemente de un padre eterno, cualidad que debe perpetuar el hijo.

 

 

Si la política es “la actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país”, un partido político no se consolida cuando gana, sino cuando pierde y vuelve a ganar. La búsqueda del poder revitaliza, la conservación del poder petrifica.

 

 

Acción Democrática se convierte en un verdadero partido no cuando toma el poder con los militares en 1945, sino cuando en 1948 lo pierde en manos de estos para recuperarlo diez años después. El sandinismo dejó atrás la pesada condición de Revolución cuando fue derrotado en 1990 por la coalición de Violeta Chamorro. En el 2006 el sandinismo regresa al poder como Frente Sandinista, y Daniel Ortega vuelve a ganar en el 2011. El socialismo en Chile ha sobrevivido tanto al horror de Pinochet como a las recientes y civilizadas alternancias con la derecha.

 

 

La base de esta vida que se renueva es evitar como la peste la tesis de morir luchando y admitir la posibilidad de revivir perdiendo.

 

 

El permitir que una opción muera de mengua y putrefacción por la obsesión de permanecer en el poder, no podemos calificarla con la sentencia de Talleyrand: “Peor que un crimen, es una estupidez”. Se trata de ambas cosas alimentando una a la otra.

 

 

Ganar

 
A la oposición hay que recordarle lo que decía Herrera Luque en defensa de sus locos:

 

 

—Para perder la razón hay que tenerla.

 

 

La oposición nunca perdía porque nunca ganaba. Ahora que ha ganado es cuando realmente puede perder la razón.

 

 

Si para los chinos la peor de las maldiciones es “¡Que vivas tiempos interesantes!”, debemos estar muy alertas ahora que estamos viviendo los tiempos más interesantes de nuestra historia política.

 

 

Para adentrarnos en esta dimensión tenemos que referirnos al más histórico de nuestros diputados: Henry Ramos Allup. Nadie ha ganado, perdido y vuelto a ganar tantas veces. Pocos han conocido tan de cerca los extremos de la razón y de la equivocación. Así como ha sido uno de los principales artífices de esta magnífica victoria, lo fue también en la peor de las derrotas parlamentarias, la que él mismo promovió al organizar una abstención en la que yo, como un tonto cordero, decidí participar. Alguien dirá que no es el momento de señalar errores pretéritos, especialmente uno que fue tan colectivo. Pretérito viene del latín praeterire, “pasar de largo soslayando algo”, y es precisamente por haber sido aquel error fruto de una pasión colectiva que debemos recordarlo y hacernos conscientes de nuestra enorme capacidad de equivocarnos. No es el momento de creernos infalibles.

 

 

También es notable en Ramos Allup la fuerza de su estilo zamarro y combatiente, su constancia a través de los años, su conocimiento de la política criolla, de los pasadizos secretos, de los oscuros propósitos que alimentan ciertas virtudes. Esta sabiduría, que suele exponer con tanta pasión y elocuencia, es al mismo tiempo, por su misma perseverancia, una fiel representación del pasado, de la vieja política. Nos hizo mucho mal despreciarla al final del siglo XX, culparla de todos nuestros males, pero ahora nos toca renovarla. Así como abandonamos los partidos por considerarlos corruptos, en la misma medida estos se corrompieron como consecuencia de nuestro abandono. Hay sólo un paso entre la historia y la histeria, la cual, según Jung, semeja a una plataforma donde rebotan todos los aconteceres impidiendo que se transformen en experiencia, en la insólita historia de los venezolanos sobre su tierra.

 

 

En estos tiempos interesantes, cuando el papel que representamos se agudiza y la vida toda se convierte en una gran teatro con un público en vilo, cada actor debe subordinar su papel a un propósito común, al gran tema que nos une y da coherencia, y hoy el nombre de la obra es la esperanza de un futuro que nos integre en una nación feliz, próspera y soberana. Los grandes actores saben cuándo ha llegado el momento de dar paso a las nuevas promesas, de ayudar con sus consejos desde el fondo a que la nueva savia fluya tanto en los partidos como en la Asamblea, y en la vida toda de la nación.

 

 

Dicen que en el amor quien ama más pierde. Puede ser cierto, pero también sabemos que quien ama menos no ama nada. Dios nos conceda diputados más enamorados de la Asamblea que de sí mismos. Eso sí, por no más de cinco años, pues hay amores que matan, o peor aún, se vuelven oficio.

 

 

Aristóteles decía en su análisis de la tragedia griega que el “carácter” de un actor demuestra que ha tomado una elección. En una Asamblea es importante demostrar cuál camino se ha elegido, pero éste no puede ser el de jurarse un triunfador, como si vencer fuera la meta. Ya alguien ha dicho que los votos no se ganan. Los electores no los hemos entregado, sólo estamos prestando por un tiempo el capital de nuestra credibilidad.

 

 

Estimado asambleísta, desde el momento en que eres elegido ya eres un posible perdedor que está prestando un servicio, y así de humilde y agradecido debe ser tu lenguaje. Si tal como decía Leon Battista Alberti de la ciudad, la Asamblea debe ser una gran casa, cada uno de nuestros hogares puede ser una pequeña asamblea donde la familia reflexiona y discute sobre la nación. El lenguaje de una casa afecta al de la otra, y cada palabra debe ser dicha con el respeto que merece una cena entre hermanos, donde el desprecio y la burla a nada bueno conducen. Cuando hables en la Asamblea debes recordar que te diriges también a tus padres y a tus hijos.

 

 

El diccionario te ofrece dos opciones:

 

 

Enfrentar: “Provocar que dos o más personas se opongan, compitan o se enemisten”.

 

 

Confrontar: “Mantenerse en actitud de oposición ante un problema, situación difícil u obligación sin eludirlos, asumiendo el esfuerzo que suponen y luchando y actuando de acuerdo con sus exigencias”.

 

 

Hay un proverbio que puede ser útil cuando se busca la verdad más que el poder: “Cuando veas algo bueno en tu prójimo, imítalo. Cuando veas algo malo, revísate”. Esperemos que en medio de estas arduas imitaciones y revisiones, o cruentas acusaciones y golpes de pecho, los jinetes no se queden varados en el punto de partida, dando un triste espectáculo ante la multitud de espectadores que deseamos tener muchas navidades felices y en paz. Además de estarnos jugando el pellejo.

 

Federico  Vegas