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Odisea y retos de Antonio Ledezma

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Odisea y retos de Antonio Ledezma

Ledezma es hoy el símbolo más notable de la oposición, muchos de cuyos líderes están en prisión.

 

 

Antonio Ledezma es el alcalde metropolitano de Caracas, que, acorralado por el gobierno de Maduro, hoy se encuentra en el exilio después de una “huida de película”.

 

 

 

“Símbolo de la crisis venezolana”, lo ha llamado Carlos Malamud, analista del Instituto Elcano en Madrid. Su carrera política es simbólica de la naturaleza del régimen chavista y de las trayectorias de la oposición.

 

 

 

Ledezma nació en San Juan de los Morros en 1955. Ingresó pronto a las juventudes de AD, entonces el partido socialdemócrata que lideró la democratización en Venezuela tras la dictadura de Pérez Jiménez.

 

 

 

Su ascenso en AD fue fulgurante: a los 20 años de edad, nos dice un perfil de Ledezma, ingresó al comité ejecutivo del partido. De la legislatura provincial de Guárico pasó a ser elegido diputado en el Congreso en 1984 y senador una década más tarde. Rompió con AD y fundó la Alianza Bravo Pueblo en 2000.

 

 

 

Ya entonces se destacaba como opositor al presidente Chávez, elegido a fines de 1998. Dos eventos en los que Ledezma fue protagonista central ilustran muy bien la forma como el chavismo ha venido evolucionando hacia la dictadura.

 

 

 

El principal reto de Ledezma es, pues, unificar las distintas fuerzas opositoras alrededor de un programa que permita la transición pacífica hacia la democracia en Venezuela.

 

 

El primero ocurrió en 2008, cuando Ledezma fue elegido popularmente alcalde de Caracas, derrotando a Aristóbulo Istúriz, hasta hace poco vicepresidente de Venezuela. En reacción, Chávez creó una alcaldía paralela, dependiente de la presidencia, mientras dejaba a Ledezma sin presupuesto y, en realidad, sin funciones. Allí comenzó su odisea.

 

 

 

Fue un golpe descarado contra la democracia, ante el cual la región y el mundo se hicieron, por lo general, los de la vista gorda, no obstante las protestas de Ledezma a través de una huelga de hambre. Fue además la mejor muestra de las farsas electorales que comenzaron a caracterizar al chavismo, donde se hacen venias aparentes a las elecciones para burlarse después de los resultados.

 

 

 

El segundo evento ocurrió en febrero de 2015, cuando Ledezma, quien había sido reelecto alcalde de la capital venezolana, fue enviado a la prisión militar en Ramo Verde acusado de conspirar contra Maduro. Fue un encarcelamiento arbitrario, sin previa orden judicial. La evolución del régimen hacia la dictadura no pudo ser más abierta.

 

 

 

Ledezma es hoy también el símbolo más notable de la oposición, muchos de cuyos líderes se encuentran en prisión (Leopoldo López) o en el exilio (el mismo Ledezma o Freddy Guevara, asilado en la embajada de Chile). Se trata de una oposición dividida aunque con importantes esfuerzos de unión, como los emprendidos en las elecciones legislativas que condujeron a su contundente victoria electoral de 2015.

 

 

 

El principal reto de Ledezma es, pues, unificar las distintas fuerzas opositoras alrededor de un programa que permita la transición pacífica hacia la democracia en Venezuela. Ello exige moderación y prudencia en el lenguaje. Tender más puentes para establecer y fortalecer alianzas. Y exige, al tiempo, medir mejor sus estrategias frente al Gobierno, sin despreciar las capacidades de sobrevivencia de Maduro.

 

 

 

Ledezma puede darle a la oposición una voz con mayor resonancia y credibilidad ante la comunidad internacional, donde existen grandes aliados de su causa. Las experiencias de otros opositores exitosos frente a regímenes tiránicos (Fernando Henrique Cardoso en Brasil, por ejemplo) podrían ser útiles.

 

 

Por supuesto que los venezolanos tienen en su propio pasado bastantes lecciones para enfrentar a gobiernos dictatoriales desde el exilio. Ledezma en el exilio, observó Hector Schamis en El País (18/11/17), “evoca al hacedor de la democracia venezolana del siglo XX, aquel que la diseñó desde Nueva York y regresó para presidirla: Rómulo Betancourt”.

 

 

EDUARDO POSADA CARBÓ

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