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Ni tan buenos…

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Ni tan buenos…

Hay veces, en estos tiempos que corren, que dar los buenos días resulta un gesto de cortesía vacío. Sí, todos los preceptos de educación, del Manual de Carreño para abajo, apuntan sobre lo conveniente de esta norma de la sociedad, pero: ¿cómo decir el clásico «buenos días» cuando no lo es y el solo hecho de verbalizarlo se te transforma en una suerte de concesión para colaborar con la «normalidad»? ¿Cómo tener un buen día cuando nuestra realidad se nos ha transformado en esta «sin salida»? La verdad es que cuando me topo con alguien al día siguiente de la detención de un centenar de estudiantes, apilados en el piso con las manos atadas, golpeados y humillados, cuando una se imagina cómo estarán pasando las noches muchos de ellos en centros de reclusión con hampa común, cuando se conocen los casos de tortura, cuando se piensa en la angustia de esas madres y familiares, dar «los buenos días» se me hace tan grueso como decir: todo está muy bien en estos tiempos, no está pasando nada y sigamos entonces con nuestras cosas…

 

Claro que el interlocutor que está esperando ese natural «gesto mañanero» no tiene la culpa de lo que sería un desplante innecesario y fuera de lugar y, por eso, seguramente continuaremos expresándoles a todos los que encontremos en el camino el consabido saludo por cortesía pero no porque en nuestro fuero interno nos sintamos estupendos.

 

Tal vez de eso se trate, de asumir que no estamos bien. Y aquí que me perdonen quienes siguen los manuales de autoayuda y las 10 recomendaciones para sentirse felices a pesar de todo. Hay momentos en los cuales los ciudadanos tenemos que hacer «un alto» reflexivo en medio de la angustia por la inseguridad, el no conseguir los productos, el que no nos alcance el sueldo, el tráfico, el no encontrar empleo, el no tener agua, el que se nos vaya la luz o cualquier otro hecho «cotidiano». Esto ya no es un país, es una agonía continuada. Es una enfermedad terminal que nunca acaba, que cada día se agrava más pero que, paradójicamente, se nutre de lo podredumbre de sus entrañas.

 

Estamos mal, muy mal y hacer como si no sucediese nada contribuyendo a la «normalización» de la situación es, de hecho, colaborar para que todo se agrave. Cada uno de nosotros debe ir elaborando su propia convicción del «ya basta» y expresarla tanto en gestos cotidianos de rebeldía como en una acción compartida de protesta cuando hubiere lugar. Pero nada nos viene hecho y nadie nos va pintar el dibujito de la tarea. Siempre estamos esperando a que sea «el otro» el que asuma los gestos heroicos o que de la noche a la mañana como por acto de magia «suceda algo». Resulta que nada va a pasar si no hacemos que suceda… El «rollo» es de todos… ¡Buenos días!

 

mariaisabelparraga@gmail.com

Por María Isabel Párraga

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