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Nadie vio, nadie escuchó…

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Nadie vio, nadie escuchó…

“Porque tú tienes que creer que el policía es policía; no que el policía es ladrón. Porque si crees que el policía es ladrón, entras en crisis. Esto es lo que pasa allí. La madre no es la madre, el médico no es el médico, el defensor no defiende, la abuela no es la abuela, el colegio no es el colegio. La imagen de Guanare es de caos. Allí no está funcionando lo que se necesita para que un individuo se pueda levantar tranquilo-creo que en Venezuela en general- para que vayan los niños al colegio, los padres a trabajar, y saber que el transporte funciona y nadie te va a agredir.

 

Resulta que cada persona tiene que resolver todo solo, porque no confía. ¿El niño tendrá clases? ¿Hoy se irá la luz de nuevo? ¿Encontraré en la farmacia el medicamento? Eso es la incertidumbre. Aquí nadie oyó, nadie vio, nadie supo. Eso es contrario a lo que somos nosotros. ¡Si siempre escuchamos lo que sucede al lado! Ahora resulta que en una comunidad como esta, los vecinos se comportan como los finlandeses. Eso es muy extraño. Y es debido a que alguien, habiendo visto, tiene por defensa decir que nada vio”. Michaelle Ascensio, licenciada en letras e investigadora sobre Antropología de las religiones. Autora de un interesante estudio sobre el caso del niño Dayan, escrito en el libro “El grito ignorado” de la periodista Ibéyise Pacheco.

 

El grito ignorado

Entre 5 y 5:30 de la tarde del día primero de diciembre de 2011, un niño de cinco años, de nombre Dayan, nacido en la isla de Margarita, de padre asesinado, moría en la Clínica este de Guanare, capital espiritual de Venezuela. Víctima de incontables agresiones, el pequeño fallecía de “asfixia mecánica, peritonitis aguda, obstrucción intestinal baja y signos de violencia ano-rectal”, según el parte médico. Cuatro mujeres y un hombre: Anney, Gellinot, Doris ,Valentina y Yure fueron los imputados, aun cuando se afirma que bien pudieron ser más y de cierta manera, todo un pueblo no tan grande estaba al tanto de una buena cantidad de irregularidades que le ocurrían al niño según se lee en el libro de Ibéyise Pacheco, en el que va desmenuzando la personalidad de cada quien en el desarrollo de este crimen horrendo que crispó en un comienzo a la comunidad guanarense y poco a poco pasó al olvido, como ocurre todo en este país.

 

No es posible que podamos quedarnos tranquilos luego de leer “El grito ignorado” y pensar en cómo una abuela pudo pasar por alto ciertos signos que el propio niño a pesar de sus silencios y ocultamientos, dejaba ver en la presencia de moretones, mordidas y una cierta dificultad al caminar.

 

En su declaración, la abuela Rosa, afirmó que el niño muere por las golpizas que le daba Anney del Carmen Montilla Oropeza, amante de su hija Gellinot. Una se pregunta cómo pudo afirmar esto en su respuesta a la policía. ¿Se lo contó algún vecino, lo sabía de tiempo atrás y se lo guardó por miedo a su hija, creyó en las mentiras inocentes de Dayan cuando inventaba que se había caído y por ello tenía moretones? Yo como abuela que soy estoy segura que hubiera descubierto en Dayan, un niño sonriente y alegre, que algo malo estaba pasando con él.

 

Si su propia hija, además, le había manifestado en llamadas telefónicas que la tal Anney la golpeaba a ella y a su niño, ¿Por qué no saltó a la policía para denunciarlo? En los pueblos todo se sabe, en los pueblos hasta las paredes hablan, las gentes se reúnen a chismear y la historia de las mujeres asesinas, pertenecientes a grupos santeros, policiales evangélicos y discoteriles, todo en uno, la conocían en detalle. No era una asociación dedicadas al cultivo de flores pese a pertenecer a una Asociación de Mujeres de Ambiente, se supone ecológico, pero no. Todas ellas, sin mucha educación, clase marginada, de pocos recursos. Gellinot parió a sus dos hijas, siendo adolescente y su vida no fue para nada color de rosa. Ello no la exime de culpa.

 

El pueblo de Guanare en un momento de euforia y de furia se alzó, salió a la calle, se hizo sentir pero ni al juicio ni al entierro asistieron. Recordé las manifestaciones de un pueblo airado en España, que no dejó de salir a la calle hasta no ver condenado a José Bretón por el asesinato de sus dos hijos pequeños. Aquí la policía hizo su trabajo a medias.

 

En diferentes fotos la policía pudo ver hematomas en las extremidades superiores y en el párpado izquierdo del niño, además de dos dientes arrancados: “ellos, los asesinos, sabían lo que hacían, sabían que el niño lloraba porque dolía una violación, un mordisco, un cigarrillo en la piel son dolorosos” comenta en el libro de Pacheco el psicólogo Ángel Oropeza. No se supo o no se pudo o no se hizo una investigación a fondo sobre el autor de las violaciones que dejó su semen y su culpa en el cuerpecito de ese niño.

 

Fui testigo en mi época de reportera, de casosde violaciones a menores cuyos cuerpos eran llevados al Hospital de Niños en brazos de sus familiares. Nunca se pudo ni se ha podido castigar a los culpables porque el entorno íntimo de las víctimas se niega a la denuncia. Sigue pasando.

 

Por Mariahé Pabon

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