En la etapa de la desinformación, que ha recrudecido en los acordes finales del proceso que se inició a contravía de la historia en 1999, poco se sabe de lo que ocurre en las trastiendas de Miraflores y Fuerte Tiuna, las dos sedes físicas del poder que administra de hecho la camarilla cívico-militar desde la “consulta a la base” que hizo la directiva máxima de los CLAP en mayo de 2018. Tampoco hay información articulada y clara sobre las medidas del gobierno para contener la hiperinflación, recuperar el poder adquisitivo de los trabajadores, mucho menos el futuro que le espera al último cono monetario y si el bolívar, coñaceado por todos lados, podrá evitar el desalojo que está a la vista y no precisamente por el petro.
Lo que se sabe llega a cuentagotas, cuando ya hemos bajado la cisterna y no hay marcha atrás. Es irreversible, diría la Lucena con la vista perdida. Además, las medidas se aplican por retruque, no por decreto ni decisión del consejo de ministros. Así, la unidad tributaria cambia porque un gobernador desea aumentar sus ingresos y, sin aviso y sin protesto, ata su valor a la cotización del petro. Como consecuencia, el Saren, el Servicio Autónomo de Registros y Notarías (autónomo porque sus directrices se ordenan en La Habana), repite el procedimiento para incrementar sus ingresos y un timbre fiscal de 50 bolívares pasa a costar 7.448,70 bolívares, un incremento de 1.389,74%, que obviamente no merece ser explicado por los regentes del poder.
No hace mucho, en septiembre de 2018, subió 141.000% y no hubo crisis de Estado. La tragedia fue para los niños desnutridos, los ancianos enfermos y la pulverización de los servicios públicos. Se siguió pagando la deuda externa, ahora con oro y la destrucción de la biodiversidad, y se mantienen los contratos de compra de armamento con China y la madre Rusia de Putin.
No se ha anunciado ninguna política para recuperar la producción, el empleo y la calidad de vida en el país. Tampoco la tienen. Antes de los saltimbanquis con el dólar, se “controlaba” el déficit generado por el desplome de la exportación petrolera con emisión inorgánica de dinero, era tan parecida a la que se conoció en Zimbabue que cambiaban de cono monetario antes de que se imprimieran y se distribuyeran los nuevos billetes. Como al final se operaba con dinero virtual, de transferencias entre cuentas, la economía “funcionaba” hasta que se quería comprar en efectivo a los colectivos en Pérez Bonalde o se requería sencillo para pagar el pasaje de la buseta. Era una economía imaginaria que el régimen alentaba con los aumentos desproporcionados de salarios, los bonos a los milicianos, a las madres con pecas, a los viejos sin plancha, a los ex trabajadores de Sidor y a los fanáticos de la salsa, el sabor y el bembé, que también se esfumaban en el ciberespacio.
Acorralados por la realidad y por sus propios actos, han tenido que reconocer el dólar por su valor de uso y de cambio, el mismo billete verde que desde 2004, con el establecimiento del control de cambio, ha sido perseguido de todas las maneras, especialmente las non sanctas (el santón Giordani decía que hasta 2013 se habían robado 300 millardos de dólares) y también penalmente. Tener un dólar en el bolsillo era ganarse un sitio en las cárceles venezolanas, poco menos que una condena a muerte.
A los venezolanos se les dijo en los muy costosos programas dominicales que antecedieron a las apariciones desarticuladas que interrumpen la pésima programación de la radio y televisión estatal que la revolución con el petróleo a cero dólares iba a fulminar el capitalismo y sus adláteres, pero lo que vemos son ruinas y no precisamente en el campo enemigo. El polvo cósmico envuelve, como un manto espeso de derrotas, decisiones, proyectos, decretos y cuanto blablá generen los mandones. Fuera, en las calles, en las escaleras de los cerros y en los campos arrasados por la demagogia y las expropiaciones, abunda la mengua que mata ahora y cobra después. Vendo informe del BCV y memorándum del extinto Cordiplán, de ñapa un retrato de Stalin haciendo piruetas con los rublos.
Ramón Hernández
@ramonhernandezg