Unos criminales fabricados por una sociedad que cultiva la violencia, el crimen, el asesinato, y que no cuenta con un Estado que cumpla con el más elemental de los deberes que tiene un Estado: garantizar la seguridad y la integridad de las personas. No es posible imaginar una monstruosidad mayor. Dos personas asesinadas en la flor de la juventud para robarles cualquier estupidez y una niña que contempla horrorizada el asesinato a mansalva de sus padres y que recibe un balazo a los cinco años de edad.

Es un crimen como para paralizar a un país. No tenemos derecho a permanecer indiferentes ante tanta perfidia y tanta irresponsabilidad. Todos tenemos que sentirnos víctimas, todos tenemos que sentirnos responsables. Todos tenemos que sentir una rabia infinita. Todos tenemos que compartir un dolor inmenso y un miedo muy grande.

Mi familia y yo hemos vivido la experiencia de enfrentar a una especie de ser humano armado de un revólver asesino para despojarnos de unas pertenencias ridículas comparadas con el bien inestimable de la vida. Felizmente, los que nos asaltaron a nosotros no dispararon. Han podido hacerlo. No habría pasado nada, absolutamente nada.

Hoy todos tenemos que sentirnos que somos Mónica y Henry Thomas y Maya. Todos tenemos que elevar un grito de protesta enardecido. Todos tenemos que elevar nuestras oraciones al cielo. Hasta cuándo, Señor, podremos tolerar tanta crueldad y tanta maldad.

¿Dónde está el Estado? ¿Dónde está el Gobierno? ¿Dónde están las autoridades? ¿Para qué sirven? Son muchos años de no hacer nada. Son muchos años de indiferencia y de promoción del odio, de la violencia y de la crueldad. Estamos cosechando lo que se ha sembrado durante años de indiferencia y de irresponsabilidad. Ojalá este crimen monstruoso fuera el último. Ojalá los líderes entiendan que más importante que sus diatribas intrascendentes es que, por caridad, hagan algo en beneficio de la paz, de la seguridad y del respeto a la vida.

Seguiremos conversando.

Por Eduardo Fernández