Monedero aMorata
mayo 15, 2015 7:14 am

En este mundo tan de ex -todo el mundo tiene, al menos, uno-, con los armarios del trastero repletos de cadáveres, a veces mucho más vivos que los propios vivos, quién si no Morata para cargarse los sueños de la Undécima. En este mundo tan rabioso en el que el pasado pesa tanto que apenas deja acariciar el futuro, quién si no Monedero para truncar los sueños de la Primera de Iglesias.

 

Son amigos, o eso dicen. Lo es Juan Carlos de Pablo, pero eso no le ha impedido agujerear a la formación morada -sin pretenderlo, probablemente-, en las semanas posteriores a la Marcha del Cambio -tic, tac, tic, tac-, ni continuar haciéndolo desde ese extraño lugar que ahora ocupa, aparentemente en las afueras de la dirección de Podemos.

 

También Álvaro es íntimo amigo de Iker, y ya ven. ¿Quién, con semejantes amigos, necesita enemigos?

Dirán que era su obligación: la de Morata, acribillar la portería del ex mejor portero del mundo; la de Monedero, advertir a su formación de que está perdiendo el idealismo; de que sangra por el centro que ahora se disputan todos, muy lejos de la izquierda zapatista, o chavista, o vaya usted a saber si simplemente podemista, esa que los elevó a las puertas del cielo que querían asaltar.

 

El error del Madrid -tantas veces repetido- fue descartar a quien luego los pulverizó dos veces, en Turín y en Madrid, después de que los blancos encontraran alternativas mucho más caras y menos eficaces en otras fronteras, fundamentalmente las de Gales.

 

El error de Podemos, tan cerca ya de las instituciones y de las obligaciones que dimanan de esa responsabilidad, puede ser, también, no cuidar suficientemente su cantera, o dejar que esta se le rebele públicamente.

 

La moderación, advierte Monedero, puede desarmar a la organización que ha liderado el fin del bipartidismo. Puede ser. De hecho, algo así parece estar indicando el aluvión de encuestas que señala la tendencia bajista que oprime y limita a Podemos.

 

Pero es verdad que a medida que se acerca el siguiente proceso electoral del año, los votantes se vuelven más realistas y, quizá, también, en alguna medida se diluyen las esperanzas que algún día tuvieron de ser gobernados por nuevos políticos sin penosos lastres de corrupción.

 

Dice Monedero que Pablo le tiene envidia, ya que, después de estos últimos meses en los que el primero copaba titulares hirientes, algunos de ellos más justos que injustos, otro quizá desproporcionados, finalmente se siente «desencadenado». Es posible, que por algo la envidia es un pecado nacional de los subrayados por Díaz-Plaja, aunque también es una posibilidad que la ambición de Iglesias no le permita esa sensación.

 

Aunque, para cadenas, las de Casillas a los tres palos del Bernabéu y a la leyenda blanca. Aunque esté inspirado -circunstancia cada vez menos frecuente- siempre está discutido. Antes nadie dudaba de su capacidad; antes, nadie le reprochaba errores. Ahora resulta irrelevante si, como en la semifinal de la Champions League, destaca sobradamente: lo que priman son las dudas. Y sí, seguro que le tiene envidia a Morata, un verdadero merengón finalista en Berlín.

 

Así que, tal y como han dejado las cosas Juan Carlos y Álvaro, a pesar de todo su cariño hacia sus antiguas formaciones, a los blancos los dejan sin final europea, y a los morados los empujan camino abajo en esta decisiva recta electoral. A los de la Castellana, por su desastrosa decisión de dejar ir a Morata; a los de Lavapiés, por acercarse tanto al centro e intentar ser lo que no son: moderados.

 

El Cuadrilátero

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