Más allá de lo que realmente pasó la semana pasada en Maiquetía con el grupo de parlamentarios brasileños que no pudieron llegar a Caracas para cumplir su cometido de visitar a Leopoldo López y otros presos en huelga de hambre, soy siempre partidario de la transparencia, de despejar cualquier duda que pueda dar pie a acusaciones de violaciones de derechos humanos.
Creo, por ejemplo, que mejoraría muchísimo la situación de las cárceles venezolanas si se permitiera que los medios de comunicación social entren a ellas para recoger los problemas, las angustias y los temores de la población penal y mostrar las condiciones en las cuales viven o sobreviven.
De la misma manera, siendo celoso defensor de la soberanía nacional, frente a cualquiera que la violente o la mancille en nombre de la causa que sea, también permitiría que esos visitantes supuestamente interesados en los derechos de personas detenidas por razones políticas o afines las visiten. No importa que muchos de ellos, cuando fueron presidentes o estuvieron en altas posiciones de gobierno, actuaran de manera nada coherente con sus discursos y posturas actuales. Eso vale, por ejemplo, para un Felipe Calderón, de México, o un Sebastián Piñera, de Chile, quien nunca ocultó su filiación pinochetista.
Una democracia no tiene nada que perder si abre las puertas de sus cárceles para que el mundo sepa lo que allí ocurre. Todo lo contrario. Gana mucho, entre otras cosas la oportunidad de corregir los entuertos que allí existan .Un torpe manejo de estas situaciones por parte del gobierno le da peso a los argumentos de sus adversarios.
Lo ocurrido con los parlamentarios brasileños es el mejor ejemplo. No tengo dudas de que Aecio Neves y los otros congresistas del hermano amazónico venían con más preocupación por sus agendas políticas internas que por la vida de los huelguistas presos. Más les preocupa cómo meterle una zancadilla al PT que la situación venezolana. Era la oportunidad de introducir una cuña entre dos gobiernos aliados. Y en parte lo lograron, pese a la respuesta de la presidenta Dilma Rousseff. Ella dijo una gran verdad al aseverar que esos mismos parlamentarios brasileños no permitirían que diputados u otras figuras políticas venidos de otros países se inmiscuyan en asuntos internos.
Yo creo que la oposición venezolana gana poco legitimando la intervención de políticos de otras nacionalidades en asuntos internos del país. Si algún día, como perfectamente puede ocurrir, llega a ser gobierno, seguramente tampoco aceptará que extranjeros quieran meter sus manos en asuntos que no les concierne. Sumemos a eso las escogencias. Dígame el caso de Calderón, quien era uno de los elegidos para venir a Caracas a demandar respeto a los detenidos y a sus derechos. Su escardillazo gratuito contra nuestra gallarda selección Vinotinto lo retrató de cuerpo entero y provocó un inusitado consenso: opositores y chavistas repudiaron sus agresiones contra nuestra selección.
La intervención o participación de personalidades de otras nacionalidades en los asuntos del país tiene que ser para fines de intermediación, con el previo consentimiento tanto del gobierno como de la oposición. Aquí sigue haciendo falta diálogo. Y cada vez más. Quienes vengan de fuera a tomar partido, del bando que sea, poco ayudan. Incluso estorban. Esa es mi opinión. Vienen a profundizar la polarización, a hacer las veces de actores políticos, que los hay en suficiente cantidad en nuestro país. Los partidos de la MUD, sobre todo los que no se dejan atrapar por el radicalismo y la visceralidad, deberían reflexionar con cabeza fría sobre este planteamiento.
Y el gobierno tiene que abrir espacios al diálogo, a la búsqueda de acuerdos que permitan bajar la tensión política. Para ello hay que tomar decisiones que apunten a la reconciliación, al encuentro entre los venezolanos. Si se está logrando con Estados Unidos un pequeño avance que permite avizorar la normalización de relaciones, no hay razones para que a lo interno no se busque lo mismo, y se actúe en consecuencia. Estamos en vísperas de unas elecciones parlamentarias, que no tienen fecha establecida, pero que forzosamente tienen que realizarse este año. ¿No es lo lógico ir creando condiciones para un nuevo momento político, gane quien gane?
Vladimir Villegas