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La sociedad civil y el futuro democrático

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La sociedad civil y el futuro democrático

Es muy fácil hacer política para ofrecer a la gente lo que quiere y necesita, aun consiente que no se va a poder. Resulta cómodo, muy cómodo si detrás de ese comportamiento ligero e irresponsable —porque generalmente no se acompaña de una propuesta inteligente, sensata y viable–está el aumento de la simpatía, la popularidad y la conquista de un cargo de representación que le servirá de plataforma para seguir vegetando o escalando en la vida pública.

 

 

Difícil, muy difícil, ser un ciudadano que con integridad y pedagogía, le ayude a comprender al prójimo hasta donde está obligado el Estado y hasta donde él, a asumir con responsabilidad individual el oficio de hombre libre que le gane la ciudadanía.

 

 

Es mentira, mentira con M mayúscula que a la mayoría de los venezolanos les cuesta poco humillarse por una dadiva, un subsidio o una limosna, que ellos con su propio esfuerzo no puedan ganar en nombre de su dignidad y su honor por sí mismo con el sudor de su frente.

Este es el drama, la tragedia de Venezuela, que nuestros políticos, de tanto ofrecer, facilitar y regalar, inspirados en el Estado de Bienestar y en el puro rentismo, terminaron por evidenciar su desprecio a las facultades creativas de la sociedad civil, y especialmente de los sectores más necesitados.  Ellos en representación del Estado propietario del petróleo, terminaron transformando en parásitos al grueso de la sociedad y, en consecuencia, castrando todo su potencial creativo y productivo. Ellos ayudaron a sostener y a profundizar la dependencia del rentismo y con ello convirtieron a la democracia también en una democracia rentista.

 

 

En esa diferencia entre quienes han encarnado el populismo más empobrecedor y los muy pocos que se han propuesto derrotarlo, está la diferencia también entre un político y un hombre de Estado. El político, en su mayoría no piensa — y si lo piensa no le importa– las consecuencias de lo que dice, ofrece y hace. Al hombre de Estado, por el contrario, sufre y le duelen las consecuencias de todo lo que dice y hace. Su actuación y su discurso, como bien decía el General De Gaulle, no son para hoy ni para mañana sino para pasado mañana.

 

 

Allí también está, en parte, la explicación real del porque a base de mentiras, estímulos al odio y la envidia, y especialmente una política clientelar sin límites para comprar conciencias, represión y silencio, han logrado que el chavismo se mantenga en el poder. El discurso procaz y desafiante, acompañado de una actuación guiada por la insolencia, el machismo militarista y el resentimiento, logro que el mensaje de la violencia calara en los grupos propensos al delito, y que en algunos sectores populares se asentara el desprecio por la vida de los que más tienen.

 

 

No ha habido, por parte de las fuerzas democráticas, un discurso inteligente, frontal y sostenido, pero principalmente inspirado en la verdad de la realidad económica y social, que tenga efectos multiplicadores, más allá de las consignas cruzadas, a las que induce el gobierno en cada campaña electoral. Los debates son insultos de esquina a esquina, donde no llega ningún mensaje ni hay ningún feedback.

 

 

Tampoco un liderazgo que defienda con la fuerza, el rigor y entereza, el libre intercambio, a los empresarios de la ciudad y del campo, a la propiedad, a la clase media y en términos generales a la Republica Liberal Democrática, y a los valores que reafirmo mayoritariamente la sociedad civil, cuando dijo no a las reformas que pretendían instaurar la República Socialista en el Referéndum Constitucional del 2007.

 

 

Ninguno de los tres candidatos que han representado a la oposición en las elecciones presidenciales del 2000, 2006 y 2012, han sido expresión genuina de un liderazgo forjado al calor de las luchas de la sociedad civil, y con la visión de conjunto que demanda la guerra que tienen planteado los enemigos de la Republica Liberal Democrática, para liquidarla.

 

 

Los tres han sido expresiones coyunturales de una dirigencia que la sociedad civil tolera y acepta, más por inercia e interese unitarios, que por aptitudes y acciones que expresen las aspiraciones de una sociedad civil, o lo poco que queda de ella, que hace mucho tiempo supero a las vanguardias de los partidos y con más razón a las cúpulas militares, en preparación y en el manejo eficaz y eficiente de las políticas públicas.

 

 

No habrá superación del estatismo, de la dependencia del petróleo, por lo tanto, del atraso y el subdesarrollo si la sociedad civil en Venezuela no encara la responsabilidad de hacerse cargo junto con la dirección de los partidos y las ONG, de la conducción de la oposición y luego del gobierno cuando sea derrotado el oficialismo.

 

 

¿Quién será su representación o su vanguardia? Esta no es un interrogante insoluble, ella tiene eco en todos los sitios del mundo donde un venezolano pueda leer estas líneas y recuerde todas las ilusiones que dejo atrás y quiera como un rompecabezas del alma comenzar a recomponer. Ellos, los que vendrán y los que aquí ya estamos, haremos posible crear los equipos de trabajo para llevar adelante los cambios que el país ha reclamado por más de cuatro décadas. Esto solo se logrará en una gran alianza fruto del debate con los partidos políticos, los emergentes hoy y los petrificados de ayer, sobre el rumbo político, económico y social que debe tomar el país.

 

 

Los partidos han sido después de su catástrofe definitiva con la llegada de Chávez al poder, simples agrupaciones electorales que le garantizan movilización y supervisión a la oposición, pero que desde hace muchas décadas no le aportan sustancia ni corazón al debate público en Venezuela.  Si en el país el CNE fuera electo de manera decente y ecuánime, con personajes de sobrada solvencia política y moral, que los hay de sobra, los partidos ni siquiera electoralmente serían necesarios.

 

 

Sera una parte de la sociedad civil, la que ha ganado la ciudadanía, la encargada de impulsar a la que desea ganar la condición de ciudadano para construir una sociedad responsable de hombres y mujeres libres, que no dependan de las migajas del Estado, sino que puedan labrar su propio destino. Ningún venezolano, estoy seguro, se mostraría renuente a recibir un trabajo productivo, la educación que elija para sus hijos, y la protección de seguridad social lograda con su propio esfuerzo.

 

 

En esta tarea de ayudar a convertir a la ciudadanía a toda la población venezolana, será vital el concurso de las universidades, los liceos, los tecnológicos, los colegios profesionales, los organismos económicos, los sindicatos, las ONG, los grupos cristianos voluntarios por la base, las empresas, los trabajadores bancarios, las Fuerzas Armada, y especialmente todo el personal calificado que tuvo que emigrar fuera de Venezuela, por razones económicas o políticas. Este personal será básico como soporte técnico, asesoramiento y entrenamiento, en todos los planes que llevará adelante el nuevo gobierno para llevar adelante la transformación del país.

 

 

En este sentido la Alianza Nacional Constituyente Originaria (ANCO), constituye una herramienta fundamental en la lucha por el rescate y relanzamiento de la democracia, y sus voceros en el caso de la presentación en el Zulia, este 19 de abril en el teatro Baralt: Oswaldo Álvarez Paz, Blanca Rosa Mármol y Enrique Colmenares Finol, insignes venezolanos resteados con los valores democráticos. De allí la importancia y el papel protagónico que cobra la sociedad civil en este momento trágico de la historia de Venezuela, según Colmenares Finol:

 

 

Es imposible salir de la situación que tenemos en Venezuela con la única participación de los partidos políticos. Los partidos políticos han cumplido con gente que lo ha dado todo. Pero por complejas circunstancias, los partidos políticos tienen hoy un reducido apoyo a nivel nacional. Es por ello que creemos que el retorno a la democracia solo será posible con todos unidos, la fuerza de los partidos y de la sociedad civil… sumado al apoyo internacional.

 

 

El camino para juntar esfuerzos esta abierto, que nadie se sienta marginado, pero que nadie crea que la conducción de las fuerzas democráticas depende solo de un líder, de una agrupación política, o de varias seleccionadas por ella. Ni que por otro lado crean los partidos, que ellos pueden seguir seleccionando a la sociedad civil, empática y sometida a sus intereses.

 

 

Leon Sarcos, abril 20 de 2022

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