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La resignación como norma de vida

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La resignación como norma de vida

A estas alturas darse a la tarea de hurgar sobre la naturaleza ideológica del chavismo luce como una ociosidad imperdonable. Que si Chávez se declaró socialista en el 2004 y un año después dio un paso definitivo al proclamarse marxista-leninista son datos intrascendentes que no sirven para nada a la hora de aplicar soluciones urgentes a la tragedia que está arrasando con lo que aún queda del país.

 

 

 

Ni siquiera resulta aceptable el debate sobre el tipo de modelo que debe sustituir al desastre en el cual está extinguién­dose la población porque con hambre no se discute. Se actúa. Por eso se impone, antes de que sea tarde, de una buena vez y con el apoyo de la comunidad internacional, la aplicación de un programa masivo de ayuda humanitaria que atienda urgencias como la falta de alimentos, insumos médicos y medicamentos.

 

 

 

De la misma forma un diálogo que se extienda sin límites de tiempo, en atención a temas como el papel del Estado en una nueva Venezuela administrada, desde la pluralidad y el acuerdo, está muy bien y será vital para la reconstrucción, pero no dejará de ser un acto de hipocresía y de  tremenda injusticia en el cual, mientras la gente se sigue muriendo de mengua y no se combate la espiral de violencia que reina en el país,  los dialogantes se complacen en explorar sus diferencias doctrinarias con la barriga llena.

 

 

 

Es obvio que las soluciones de urgencia no van a la raíz de  los problemas y sobre esos temas es donde se fundamenta la necesaria celebración de un referéndum revocatorio, el cual tampoco debe añadirse a la lista de condiciones para dialogar porque los derechos, y más si están consagrados en la Constitución, no se negocian y porque hacerlo te convierte en cómplice de una práctica  que violenta la autonomía de los poderes.

 

 

Ahora bien, no resulta entonces tan ociosa la pregunta sobre si Chávez, siendo el responsable de este milagro al revés, por obra del cual convirtió al país más rico del continente en uno de los más pobres y violentos, lo hizo ex profeso y consciente de que la aplicación del recetario clásico de los socialismos reales desemboca en el hambre, la miseria y un grado tal de represión que siembra el miedo e impone la resignación como forma de sobrevivencia.

 

 

 

La inquietud, entonces, es válida hasta ahora porque si eso era lo que efectivamente perseguía, le está saliendo  muy bien. Queda, sin embargo, la otra opción, es decir, que las terribles consecuencias que vive el país no hayan sido provocadas intencionalmente sino generadas por la impericia, la ineficacia, la   irresponsabilidad y la corrupción. Pero eso ya no importa, ni siquiera si se trata de una mezcla de ambas, porque el resultado sigue siendo el mismo.

 

 

Roberto Giusti

@rgiustia

 

 

 

 

 

 

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