El mal momento de las negociaciones de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC que se adelantan en La Habana está relacionado con muchos factores. Una agenda más amplia de lo que se cree. Vamos para ocho meses de trajín y ni siquiera se ha podido evacuar el primer punto, si el tema agrario ha sido duro, qué decir del que trata de la participación política que muchos “gestores de paz” despachan como si el gobierno estuviera conversando con los integrantes del coro de niños cantores de Viena.
Una actitud insolente de los delegados de la guerrilla que va desde su desafiante discurso de Oslo hasta la negación de víctimas a resarcir, y exigencias fuera de foco como la de convocar una constituyente, reducir el tamaño del ejército, abolición de los TLC y cambio del modelo económico.
Nada conmueve a los delegados de las FARC. Parece que la vieja consigna que señala como máximo objetivo la toma del poder por la vía armada sigue vivita y coleando. En el imaginario colectivo persisten, con toda razón, los malos recuerdos del Caguán. Ni siquiera la benevolencia del Fiscal General y de los jefes políticos de la U y del liberalismo, que les prometen cero prisión y amplias facilidades para la participación en política. Ninguna exigencia como si se tratara de un préstamo bancario para comprar carro.
Descontemos las anteriores circunstancias en el entendido de que se trata del lógico tejemaneje de un pulso entre dos desiguales que el presidente Santos igualó sin mayor reato. Entonces, ¿qué otras cosas están gravitando sobre esas conversaciones para que no avancen? La cara de aburrimiento del doctor De la Calle al final de esta ronda da cuenta no sólo de un malestar, sino de “mamera” con lo que no camina al ritmo esperado. Pero ¿por qué?, si ni siquiera al “furibundo furibismo”, como le dicen, se le puede achacar la responsabilidad de resultado tan desconsolador.
En el vecindario podemos hallar alguna clave. La situación del chavismo ha adquirido niveles preocupantes. Ni Maduro ni Diosdado pueden mantener el control y asegurar la pervivencia del proyecto, mientras la oposición liderada por un crecido Capriles avanza en su tarea de demostrar la farsa de las elecciones. Maduro no da la talla, no sale de dos o tres frases de cajón, de repetir una consigna y abrumar con insultos a sus adversarios.
Maduro, la cabeza de un gobierno ilegítimo e impostor, montado gracias al fraude y al apoyo truculento de la inteligencia cubana, trata a más del 50% de los venezolanos como enemigos, los amenaza con medidas de fuerza como las que ya utiliza el tenebroso Diosdado en la Asamblea Nacional venezolana: linchamiento físico y moral, al mejor estilo fascista.
Y es esa la fuerza política que se supone está ayudando a la paz de Colombia, mediando y presionando a las FARC para que firmen la paz. Si internamente en su suelo están propiciando la violencia, la intolerancia y el fusilamiento moral de más de la mitad de su pueblo, ¿cómo tener fe en su buena voluntad para ayudar a la paz de los colombianos? El insulto de Maduro al ex presidente Uribe al acusarlo de estar al frente de un plan para asesinarlo, es una clara demostración del desespero en que se encuentran.
Están tratando de crear una artificiosa situación de amenaza para justificar su arremetida contra la democracia y las libertades. La ordinariez y la temeridad de Maduro deberían dar lugar a una enérgica protesta de la Cancillería colombiana, pero dudamos que vayan a poner en riesgo su proceso habanero.
El chavismo, pues, vive su momento de mayor debilidad en sus catorce años de gobierno y ello debe tener pensativa a una guerrilla que en gran medida tiene allá refugio, apoyo y protección del régimen chavista. ¿Para que apresurarse a firmar tratados de paz en una situación de incertidumbre en su patio trasero?
En síntesis, las FARC muestran temor al futuro, es decir, a la paz, a lo que implica dejar las armas, de ahí la divagación y la incapacidad para concretar acuerdos. También miedo ante la fragilidad de Maduro y la incertidumbre que reina en Venezuela. Por último, aprovechamiento sagaz de la urgencia del gobierno por una firma lo más pronto posible. La torpeza oficial les ha servido en bandeja de plata el pretexto ideal para dilatar, verbo que conjugan a las mil maravillas, las conversaciones.
Ocho meses, un año, dos –como sugirió Piedad Córdoba y aceptó con poca fortuna el presidente- son insuficientes para concluir un conflicto de medio siglo, afirman sin sonrojarse. Como quien dice, siéntense a esperar el día del juicio final, porque además, habrá que esperar la resurrección de las almas y el advenimiento del paraíso para que cesen “las causas objetivas del levantamiento”.
Fuente: Infobae
Por Darío Acevedo Carmona