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La otra mejilla

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La otra mejilla

Es una verdad de Perogrullo que vivimos una crisis que altera todas las dimensiones de la vida del venezolano en lo económico, social, político y hasta religioso. La razón es obvia: se ha querido imponer un sistema cercano al marxismo fracasado de mediados del siglo pasado, queriendo convertir al Estado-gobierno en el único actor y rector de la vida de la ciudadanía. El resultado es el acaparamiento de todas las funciones y responsabilidades públicas, la desaparición paulatina de la empresa privada, la estatización e ideologización de la educación, con los resultados que están a la vista.

 

 

 

En momentos de crisis y desencuentros no hay otro camino sino el diálogo, que es mucho más que sentarse sin más en la misma mesa. Supone y exige el reconocimiento del otro y la escucha de los planteamientos y reclamos, con el afán compartido de encontrar una plataforma común de consenso. En los últimos cincuenta años todos los Papas desde Pablo VI hasta el Papa Francisco han insistido en la necesidad ineludible de conversar, ceder, pactar, con el único objetivo de que gane el colectivo, es decir, el bienestar material y espiritual de la población, teniendo como privilegiados a los más débiles de la cadena social.

 

 

 

Por eso, a la solicitud de las partes de la presencia de El Vaticano para sentarse a dialogar, tanto el Papa y sus colaboradores inmediatos como la jerarquía local, la Conferencia Episcopal, han estado dispuestos a participar como facilitadores para que las partes se pongan de acuerdo. Como no se trata de ser un invitado de piedra, sino un actor imparcial pero no neutral, hubo la exigencia de algunos puntos que demostraran la buena voluntad de avanzar en la búsqueda de soluciones. La reciente carta del Cardenal Pietro Parolin no añade nada nuevo, sencillamente reclama el que se cumpla con lo pactado. El árbitro en un encuentro deportivo es imparcial pero no neutral. En un momento dado señala una falta o saca una tarjeta. Es su papel y es el que El Vaticano exige. La reacción desmedida del oficialismo denota la falta de voluntad política sincera en dar soluciones. Más aún, las medidas que se siguen tomando marcan un único camino: aquí no cabe sino el esquema gubernamental y quien no lo acepte es objeto de persecución y es calificado como delincuente fuera de la ley.

 

 

 

Si alguien ha sido consecuente con Venezuela ha sido el Cardenal Pietro Parolin, quien en su estadía como Nuncio entre nosotros conoció y admiró el comportamiento y la fe del pueblo venezolano. Ahora, en su alta investidura, sigue de cerca con cariño y constancia, dando de sí lo mejor para que la paz y la armonía reinen en Venezuela. Como buen creyente, dispuesto siempre a poner la otra mejilla por la verdad, el bien y la paz de nuestra patria. Gracias querido Cardenal y reciba el reconocimiento de la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos. Que el Niño Dios lo llene de su ternura y amor.

 

 

Baltazar Porras

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