La miseria del socialismo español
septiembre 27, 2016 6:23 am

 
Al hacer un análisis electoral no es mala idea marcar la diferencia entre los resultados variables y los constantes. Esa diferencia apareció de manera nítida en las elecciones autonómicas que tuvieron lugar el 24 D en Galicia y en el País Vasco.

 

 
Entre los resultados variables hay que resaltar la buena votación obtenida por el candidato del PP en Galicia, Alberto Núñez Feijoo, resultado difícil de repetir en otras circunscripciones regionales, habida cuenta de la cantidad de actos de corrupción en los cuales ha seguido involucrado el PP.

 

 
El resultado lo debe el PNV a la persona de Núñez Feijoo – y a su excelente gestión administrativa-. No a Rajoy. Algo similar ha sucedido en el País Vasco en donde los resultados, aunque sin otorgar una mayoría absoluta a Iñigo Urkullu, le facilitan una mayoría que permitirá al PNV maniobrar cómodamente a la hora de formar coaliciones.

 

 
Lamentablemente en el ítem de los resultados variables hay que ubicar otra vez más a la incapacidad de Ciudadanos para hacerse presente en la repartición de curules.

 

 

 
El partido de Albert Rivera ha debido pagar un fuerte tributo por su opción orientada a facilitar la gobernabilidad mediante un pacto programático con el PP. Actitud que ha llevado a cierto desdibujamiento de su identidad. A no pocos electores sin formación política C’s les parece una repetición algo más moderna del PP, tal como intenta presentarlo Pablo Iglesias desde su (hoy dividido) Podemos. Definitivamente a C’s le falta lo que a Podemos le sobra: populismo: o esa capacidad para llegar al corazón de los votantes con mensajes más emocionales que racionales. Quizás C’s es demasiado racional para un país como España.

 

 

 
Los resultados obtenidos por Podemos fueron los esperados. En Marea, sigla bajo la cual se camufla en Galicia, logró sobrepasar al PSOE. Aunque puede ser que Podemos está llegando a su techo también puede ser que el PSOE esté todavía más lejos de su suelo. Los resultados obtenidos en las elecciones recientes han sido desastrosos.
La palabra “debacle” es la más reiterada cada vez que la prensa se refiere al PSOE. Pero como esa debacle ha venido ocurriendo, salvo leves interrupciones, desde el gobierno de Rodríguez Zapatero hasta ahora, pertenece, por lo mismo, al ítem de los resultados constantes. En efecto, si hay algo constante en España es que en cada elección el PSOE obtiene más rechazo.

 

 

 
Naturalmente, y con razón, el chivo expiatorio es su secretario general Pedro Sánchez. Casi toda la nación lo sindica como el “culpable” de la crisis política al haber trancado cualquiera posibilidad de gobierno y llevar al país a terceras elecciones que nadie quiere. Mucho menos la gente del PSOE pues lo más probable es que en esas terceras elecciones solo les aguarde el sepulcro. El anuncio de Sánchez, poco antes de las autonómicas, en el que muestra su disposición a formar un “gobierno de alternativa” (es decir, al servicio de Podemos y de los separatistas) fue la gota que colmó el vaso.

 

 
El peor enemigo de Sánchez es sin duda Sánchez. Tarde parece haber comprendido que para conducir a un partido se necesita algo más que la buena pinta de un actor de cine. Los barones socialistas – sobre todo “la barona” andaluza, Susana Díaz- le harán pagar caro sus increíbles torpezas.

 

 

 
Al ser escuchadas las declaraciones de Sánchez después de las elecciones, llamando a un congreso del PSOE (nunca antes anunciado) para elegir primarias hacia las presidenciales, no hubo duda que el secretario general intenta salvar su pellejo político. Así las cosas, nadie puede discutir que el PSOE padece de una horrible crisis de liderazgo. Pero ¿es solo de liderazgo? ¿Bastará poner al frente a alguien mas cuerdo que Sánchez para que todo cambie? Evidentemente, no. Si analizamos seriamente el problema deberíamos convenir en que Sánchez no es más que una expresión antropológica de una crisis muy profunda.

 

 

 
La crisis del PSOE no parece ser diferente a la que viven los demás partidos socialistas de Europa. En cierto modo podríamos hablar de una crisis histórica. Histórica porque el hecho objetivo es que el lugar de inserción del socialismo europeo está desapareciendo de la geografía política. Nos referimos explícitamente a la llamada “sociedad industrial”.
Fue en el marco de esa formación histórica llamada “sociedad industrial” donde el socialismo no comunista echó profundas raíces. Allí logró constituirse como el partido de los trabajadores fabriles. El llamado Estado del Bienestar – lo dijo siempre Ralf Dahrendorf- lleva consigo el inconfundible sello de las socialdemocracias europeas. Y bien, el drama de los socialistas españoles y europeos es precisamente que la “sociedad industrial” que ellos tan bien representaron, ha dejado de existir.

 

 
El orden emergido después de la disolución del orden industrial es, desde el punto de vista tecnológico y económico, predominantemente digital. El lugar del “proletariado” (clase obrera fabril) ha sido sustituido por una masa poblacional dividida en diversos segmentos laborales frente a los cuales partidos como el PSOE carecen de agentes interpretativos. Así como la sociedad de clases superó a la sociedad de estamentos, hoy ha cedido su lugar a una nueva sociedad de masas. En esas multitudes coexisten desde restos del orden industrial hasta llegar a una fracción pauperizada formada por trabajadores trashumantes y ocasionales no organizados ni política ni sindicalmente. Naturalmente, los comportamientos políticos de esa “nueva masa” no son clasistas. Son populistas, sean estos populismos de extrema izquierda o de extrema derecha.

 

 

 
¿Está condenado a desaparecer el socialismo democrático europeo? Nadie puede saberlo y muy pocos pueden desearlo. Si ello sucede, todas las hegemonías quedarán en las manos de partidos económicos y burocráticos tipo PP o de movimientos populistas como los que representan en España, Podemos en su versión de izquierda y los partidos separatistas en su versión de derecha.

 

 

 
Sin embargo, no todos los espacios surgidos dentro de la sociedad post-industrial han sido cubiertos por partidos económicos, populistas y nacionalistas. Hay otro espacio que no cubre nadie por el momento. Me refiero al espacio del liberalismo social y democrático. Si los socialistas logran descubrir a tiempo ese espacio, podrán constituirse en el futuro como el partido de los derechos humanos y de las libertades públicas, amenazadas desde fuera por el integrismo islámico y desde dentro por los populismos radicales. Por lo demás ese no es un espacio demasiado extraño al socialismo democrático.

 

 

 
Los partidos socialistas surgidos durante el periodo pre-Marx se consideraban a sí mismos, herederos de las tradiciones heredadas de las dos revoluciones madres del occidente político: la norteamericana y la francesa. Su objetivo era lograr una reconciliación entre la idea de la igualdad social y la de la libertad política. Por eso fueron demócratas y sociales. Es decir, socialdemócratas.

 

 

 

Hay momentos –no solo en la política- en los cuales solo podemos vindicarnos reconociendo nuestros orígenes. Puede ser que uno de esos momentos haya llegado. Tanto para el socialismo español en particular como para el europeo en general.

 

 

Fernando Mires