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La ley del malandro

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La ley del malandro

Estado de alerta… por no decir de sitio… Al momento de escribir este artículo nuestra ciudad está con el aliento contenido por la amenaza (¿medición de fuerza?) de un «colectivo de colectivos» que cree estar por encima de la ley. Donde te pares y con quien hables las preguntas son las mismas: ¿irán a trancar la ciudad? ¿Llevaré a mis hijos al colegio? y un sin fin de perlas de ese collar de amenazas que sufrimos por parte de quienes sobre dos ruedas se sienten los dueños de todo. Que no se tome esto como una descarga contra quienes usan este vehículo como transporte, trabajo y guardan las normas, sino contra los que están representando: el «medalaganismo» como norma. Esto no va con ellos sino con los usan sus motos para delinquir…

 

El tema está en la «cultura malandra» que por cierto no tiene nada que ver con el estatus social. (Hay mucho malandro de cuello blanco), sino con esa forma de proceder en la que «vale todo» por el simple hecho de manejar «poder», venga este dado por una pistola o cualquier derivado de un «hierro» o por un cargo público.

 

El régimen ha propiciado esta dinámica de dominación en la que la ley es la que se ejerce con el abuso de saberse más poderoso que el resto de los ciudadanos. En ese esquema la siembra del «miedo» a todo nivel es la herramienta bien sea a través de una ley, un decreto o la coacción pura y dura de un revolver apuntando tu cabeza. Son las dos aristas de un mismo proceder. No por otra cosa, aquellas aguas trajeron estos lodos. Solo así se entiende cómo en el pasado el Gobierno repartió motos y armas para que lo defendieran y hoy se establecen las llamadas «zonas de paz» en las que existen una suerte de pactos con los malandros quienes allí ejercen su ley…

 

Ojalá todas estas fueran hipótesis tejidas a la luz de suposiciones pero lo sucedido en los Valles del Tuy la semana pasada cuando una banda «tomó» una ciudad y el Alcalde lejos de reprimir apoyó la acción porque ¡caramba! les habían matado a unos compañeros que eran una buenos muchachos miembros de los «grupos de paz» pro gubernamentales, pone a la luz la peor de nuestras suposiciones de nexos claros o de alineamientos obvios entre autoridades y hamponato.

 

El detalle está en que ahora a los «buenandros» como los definiera en su momento el fallecido líder ya pareciera que no los controla nadie y el Gobierno entonces se lleva las manos a la cabeza y «azoradito» llama a un diálogo entre otras cosas para repartir responsabilidades. Mientras ese para-Estado malandro siga siendo protegido, guapo, apoyado y poniendo en jaque a toda una colectividad todo quedará en una suerte de «acto cultural» en el que el régimen ganó tiempo a costa de la buena fe y hasta ingenuidad de los alcaldes y gobernadores de la oposición… Obras son amores, dirían las abuelas.

 

maríaisabelparraga@gmail.com

Por María Isabel Párraga

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