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La inmunidad de los impunes

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La inmunidad de los impunes

 

Durante el último año desde los órganos de propaganda del régimen no cesaron  de repetir hasta el cansancio que la dictadura había logrado “contener” la pandemia en Venezuela. Una mentira que tuvo tanto eco que hasta en algunos medios de comunicación internacionales llegaron al extremo de hablar la “fórmula venezolana” frente a la COVID-19. Una fórmula “exitosa” si nos fiábamos de las cifras de contagios, fallecidos y el número récord de “recuperados” anunciados diariamente en transmisiones de radio y televisión. Todo era extraño, pese a que la mayoría dudaba de las cifras oficiales, era la primera vez en años que veíamos a voceros de la dictadura ofrecer balances. Una señal que viniendo de donde venía, lejos de generar tranquilidad inmediatamente generó suspicacia.

 

 

La pregunta que se hacía mucha gente era: ¿A cuenta de qué la dictadura quería dar señales de transparencia? Total, si así lo habrían  querido, con adoptar la política de opacidad total de Corea del Norte tenían, nada ni nadie se los hubiese impedido. La estrategia elegida fue otra, optaron por hacerle creer al mundo, pues poco les importa la opinión interna, que manejarían la crisis sanitaria con responsabilidad y diligencia, todo con único objetivo de ganar legitimidad internacional que les permitía recuperar el acceso a los fondos del Estado resguardados en la banca europea. La prueba de ello es que no habían pasado dos meses de la declaración de los primeros casos en el país y ya los cabecillas de la dictadura pedían el levantamiento de las llamadas “sanciones”.

 

 

La verdad es que no habían contenido nada. Venezuela, como ningún otro país de la región, tuvo condiciones propicias para controlar la pandemia. Y es que ningún otro país latinoamericano tiene el nivel de aislamiento interno y externo que vive Venezuela hoy. Con una escasa conexión aérea internacional y una movilidad interna sensiblemente reducida producto de la escasez de gasolina, nuestro país tuvo el cerco sanitario perfecto para contener el número de casos importados y evitar la propagación de los casos comunitarios. Pero sin ninguna sorpresa, no fue así y las consecuencias están a la vista de todos.

 

 

La explosión del número de contagios y muertes en el país son el resultado de la inacción de una élite que jamás le ha interesado la vida de los venezolanos. Hablo de inacción y no de incapacidad porque no tengo dudas que se trate de un plan deliberado de exterminio de la población venezolana. Mientras todos los gobiernos del continente negociaban para conseguir vacunas para sus poblaciones, en Venezuela Nicolás Maduro presentaba las llamadas “goticas milagrosas”. Mientras en todo el mundo sendas campañas de vacunación iniciaban, aquí nos enterábamos que toda la banda criminal se había vacunado en pleno antes que el personal médico y sanitario.

 

 

Cuesta creer que la misma dictadura que dice  contar con el apoyo incondicional y la amistad de China y Rusia, haya recibido apenas recibido 250.000 dosis de la vacuna Sputnik V. Lo que quiere decir que Rusia ha enviado más fusiles que vacunas al país y no precisamente por culpa de las sanciones, porque al menos que yo sepa, ni Rusia ni China han sancionado a Venezuela. Tampoco se trata de un problema de liquidez, porque así como Venezuela paga la cooperación militar con estos dos países con nuestro petróleo y oro, bien pudiera pagar las millones de vacunas que se necesitan para proteger la vida de los venezolanos.

 

 

El plan es otro, lo muestra también la intención criminal de bloquear a toda costa el ingreso al país de las más las más de dos millones de vacunas obtenidas bajo al acuerdo de cooperación Covax, para lo cual la legítima Asamblea Nacional ya desembolsó los recursos, pero que la dictadura se ha encargado de boicotear. Mientras tanto las redes sociales están inundadas de campañas de recaudación de fondos, venezolanos que piden desesperados altas sumas en dólares para salvarle la vida a los suyos recurriendo a la medicina privada, en un país donde ir a un hospital es prácticamente una condena a muerte y no precisamente por el valiente personal médico que expone sus vidas para salvar las de otros, sino porque toda la infraestructura hospitalaria está desmantelada.

 

 

Hoy, como nunca antes, exigir la vacunación masiva es asunto de vida o muerte. No es posible que la vida de millones esté en manos de secuestradores sin ningún tipo de escrúpulo y ningún sentido de humanidad. La solución no es encerrar de nuevo a millones en sus casas. Sin vacunación masiva no habrá confinamiento ni cuarentena radical que evite lo inevitable: que miles de venezolanos pasen a engrosar la lista de víctimas.

 

 

 

 Brian Fincheltub

@BrianFincheltub

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