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La disciplina del silencio

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La disciplina del silencio

Nadie sabe a ciencia cierta dónde está, cómo está y si finalmente tiene conciencia suficiente como para gobernar al país. A su alrededor se ha construido una inmensa pared de eufemismos que ocultan mucho más de lo que dicen, que lo protege del escrutinio público y que permite a sus fideicomisarios el hacer y deshacer invocando su nombre y mostrando pruebas espurias de su supuesta conformidad con lo que están decidiendo.

 

Es lo que los expertos militares llamarían una sofisticada operación psicológica que tiene como objetivos el contrarrestar cualquier posibilidad de saber la verdad, que solo ellos conocen, y el distraer la atención social para evitar que los verdaderos problemas del país sean apropiadamente considerados.

 

América Latina es el continente de las telenovelas dramáticas y de esos programas televisivos en los que la miseria humana se exhibe frente a un panel que supuestamente administra esa justicia que en la vida real y cotidiana de las gentes no existe o no es accesible.

 

Por estos lares estamos acostumbrados a compensar buena parte de nuestras carencias sociales con lo que ocurre en la pantalla sin pensar que la realidad tiene mayores condiciones y profundidad que lo que puede mostrar una cámara.

 

A veces no nos percatamos que esa falsa realidad no es otra cosa que una puesta en escena en la que la simplicidad y la banalidad se entretejen para hacer creíble una contienda en la que los villanos son de temer y los buenos siempre se muestran ingenuos y desvalidos, aunque al final sean estos los que terminen ganando. Por eso es fácil montar una operación psicológica.

 

Es muy fácil partir de una mentira y comenzar a desgranar falsas evidencias allí donde se quiere colocar la atención del público. Una foto, por ejemplo, confunde a la audiencia y la pone a discutir sobre su validez, mientras que en ese mismo instante están devaluando la moneda y perdiendo el control sobre el costo de la vida.

 

La trama continúa cuando alguien deja colar que una enfermera lo vio caminando a la entrada del hospital. Nuevamente el colectivo concentra todas sus disquisiciones en determinar si entró caminando o corriendo y cuál chaqueta y de qué color estaba usando en ese momento.

 

Y como está concentrado en esas lides olvidan que esa semana ingresaron a las morgues de nuestras ciudades poco más de trescientos sesenta víctimas de la violencia. Al rato un mandatario suramericano anuncia que viene al país a ver a su amigo el presidente, y entonces la gente olvida que alguna vez tuvo dudas sobre si efectivamente llegó.

 

Todos pendientes de si Evo va o no va al hospital militar mientras que en otros centros asistenciales médicos, paramédicos y enfermos salen a las calles para protestar un servicio envilecido por las carencias, los salarios escuálidos y la inseguridad desbordada.

 

La cámara entonces da cuenta de una nueva solicitud al TSJ para nombrar una Junta Médica. De inmediato sale un jerarca del régimen y deja colar que en la próxima sesión de la Asamblea Nacional van a desenmascarar las sinvergüencerías de la oposición y a mostrar a esos empresarios corruptos que han dejado al país sin azúcar y papel higiénico.

 

De nuevo la gente se olvida de lo principal y vuelve sus miradas a la continuación del circo, esta vez en la parte procaz, cuando los payasos incapacitados de provocar siquiera una sonrisa, comienzan a desnudarse para mostrar sus cuerpos deformes por los rigores de una mala vida.

 

Mientras eso transcurre los presos políticos lucen olvidados y dejados a su propia suerte y la gente no cae en cuenta que las empresas de Guayana siguen hundiéndose en una crisis sin fin que le cuesta al fisco millardos de dólares que para colmo no tenemos.

 

De repente alguien comienza a referirse en tiempo pasado cuando alude al comandante. Un pequeño error en el guión, un salto emocional que puede tener consecuencias que de inmediato son contrarrestadas con una buena ráfaga de artillería populista. Sale Maduro inaugurando la era digital desde Casalta III y deja colar que Globovisión no tiene cabida en la nueva época de la televisión venezolana.

 

Y de nuevo la gente se olvida que la pregunta originaria es otra. Todas las noches, con disciplina militante se produce una cadena oficial en la que poco a poco se van fundiendo las voces y mensajes de Hugo y su supuesto sucesor, dejando la impresión que son una sola entidad y que por lo tanto la revolución continúa campante a pesar de la ausencia presidencial.

 

Como ocurre con todas las operaciones de contrainteligencia, también en esta oportunidad se ha impuesto con tenacidad y violencia la disciplina del silencio. Nadie habla al respecto. Todos están resumidos al guión, a repetir miles de veces el mismo argumento y a intentar salvarse una vez más de una realidad que sin embargo se muestra implacable en el esfuerzo de señalarles que ellos, fuera de las cámaras, son responsables de un país destrozado, corrompido, envilecido y confiscado./DO

 

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

Fuente: Víctor Maldonado

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