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La bioeconomía no salvará al Amazonas

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La bioeconomía no salvará al Amazonas

La selva amazónica, uno de los recursos naturales más vitales del mundo, desempeña un papel crucial a la hora de mantener la estabilidad climática y salvaguardar la biodiversidad. En tanto el calentamiento global y la deforestación empujan al Amazonas hacia un punto de inflexión catastrófico, el interrogante en la mente de todos es cómo preservarlo.

El consenso emergente parece ser que la mejor manera de proteger al Amazonas es desarrollar la “bioeconomía”. En los últimos años, esta idea ha sido respaldada por los conservacionistas y por diversas organizaciones, entre ellas el gobierno de Brasil, filantropías privadas como la Fundación Moore, donantes bilaterales como la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, instituciones multilaterales como el Banco Interamericano de Desarrollo y organizaciones prominentes como el Foro Económico Mundial y el Instituto de Recursos Mundiales.

El marco de la bioeconomía apunta a fomentar el uso sustentable de los recursos forestales y promover el bienestar de las comunidades locales. Esto incluye, por ejemplo, cosechar productos forestales no madereros como las nueces de Brasil, las bayas de açai y el caucho, así como producir y comercializar cremas y perfumes bajo la etiqueta Amazonia 4.0. La esperanza es que una mayor investigación descubra más aplicaciones valiosas, lo que les permitirá a los conservacionistas contrarrestar las prácticas destructivas que contribuyen a la deforestación, como la cría de ganado.

A pesar de sus buenas intenciones, es probable que esta estrategia sea contraproducente. Los beneficios de la bioeconomía han sido sobreestimados y muchas veces se malinterpreta su impacto real. En primer lugar, a pesar de estar de moda, las bayas de açai y las nueces de Brasil representan mercados muy pequeños, valuados en apenas unos 1.000 millones de dólares, o aproximadamente el 0,05% del PIB de Brasil. Un mercado tan estrecho no puede ser sustento para los 30 millones de habitantes de la Amazonia brasileña.

En segundo lugar, aun si el mercado de productos sustentables provenientes del Amazonas se expandiera, a los agricultores locales les costaría competir con granjas que producen sus cultivos de manera masiva a través de métodos menos amigables con el medio ambiente. Por otra parte, si hubiera un incremento significativo de la demanda de açai, aparecerían granjas monocultivadoras para ocuparse de ella, lo que a su vez terminaría acelerando la deforestación y conduciría a una pérdida importante de biodiversidad.

En tercer lugar, desarrollar la bioeconomía del Amazonas exigirá infraestructura, destrezas humanas, carreteras, vivienda, servicios sociales, derechos de propiedad y recursos financieros que no existen en gran parte de la región. Introducirlos aumentará el valor de la tierra, lo que incentivará la deforestación. Una investigación reciente de Marek Hanusch del Banco Mundial encuentra una correlación sorprendente entre la deforestación y shocks exógenos, como el tipo de cambio y las fluctuaciones de los precios de las materias primas, que afectan la rentabilidad de las actividades agrícolas. Por el contrario, las alzas de productividad en sectores no vinculados a las materias primas tienden a hacer que la tierra se vuelva menos atractiva, reduciendo así la deforestación.

De la misma manera, un estudio de 2023 de la Amazonia colombiana del Laboratorio de Crecimiento de Harvard resalta la conexión entre la deforestación y la infraestructura vial, y revela que más del 80% de la deforestación se produce a menos de 7,2 kilómetros de carreteras secundarias. La construcción de esos caminos frecuentemente cae bajo la esfera de los alcaldes locales, que muchas veces los construyen para mejorar sus chances de ser reelectos.

El estudio de Harvard también subraya la importancia vital de los derechos de propiedad y demuestra que la deforestación es significativamente menos probable en parques nacionales y reservas indígenas que en zonas regidas por el régimen de derechos de propiedad para los llamados “baldíos nacionales”. Al ofrecer una vía para la titularidad privada de tierras ocupadas, este régimen aumenta la rentabilidad de la toma de tierras y de la deforestación.

Una mejor manera de proteger la Amazonia sería impulsar la productividad de los centros urbanos de la región y de las zonas no forestadas circundantes. Dado que la mayoría de la gente prefiere las comodidades de la vida urbana a las penurias de la vida en la selva, esta estrategia traslada a los individuos en busca de empleos estables y de calidad de los bosques a las ciudades.

Esto es evidente en Brasil y Colombia. La población rural de Brasil ha caído más de 15 millones de habitantes desde comienzos de los años 1970, mientras que la de Colombia ha caído en más de 800.000 personas desde 2000. La disminución de la población rural implica que la cantidad de tierra arable por persona aumenta. Cuando se lo combina con una mayor productividad por hectárea, este cambio demográfico debería bastar para mejorar el bienestar de quienes viven de la tierra sin perturbar la selva. Sin embargo, las tasas de deforestación siguen siendo altas, lo que sugiere que la deforestación no está impulsada por la presión demográfica.

Asimismo, la urbanización y el desarrollo están estrechamente asociados. Al incentivar la especialización y el intercambio de conocimiento, las ciudades facilitan la colaboración entre personas con capacidades diferentes, impulsando así la productividad. A los gobiernos les resulta más fácil ofrecer infraestructura, servicios públicos y seguridad a zonas urbanas densamente pobladas que a comunidades rurales dispersas. Buena parte de las cadenas de valor agrícolas también se han trasladado mayormente a las ciudades, donde se producen las herramientas y agroquímicos, la logística, los servicios de apoyo, el agro-procesamiento y la distribución.

Pero cuando las comodidades urbanas son inadecuadas, como es el caso de los numerosos pueblos y ciudades en toda la Amazonia, más gente decide renunciar a las comodidades de la vida urbana. En Colombia, por ejemplo, los habitantes rurales prefieren vivir en lugares cercanos a instalaciones de procesamiento y servicios de apoyo locales.

En regiones con altas tasas de deforestación como Guaviare y Caquetá en Colombia, la mayor parte de la población ya vive en zonas urbanas. Sin embargo, estas ciudades necesitan caminos principales y secundarios que las conecten con el resto del país. También precisan más vivienda pública y programas de desarrollo urbano, así como estrategias para impulsar su competitividad. En ciudades amazónicas más exitosas, como Manaos (Brasil) e Iquitos (Perú), la población urbana tiene acceso a oportunidades de empleo más atractivas que la agricultura. En consecuencia, las tasas de deforestación en estas regiones son extremadamente bajas.

Una producción urbana compleja es crucial para reducir la pobreza. En el Amazonas, existiría el beneficio adicional de proteger la selva tropical. Desarrollar una bioeconomía, por otro lado, atraería recursos y personas a la selva en lugar de alejarlos. Si bien es poco probable que la bioeconomía genere bienestar, debido a su limitado alcance y la competencia externa feroz, escalarlo llevará, inadvertidamente, a una mayor deforestación.

Ricardo Hausmann, exministro de Planificación de Venezuela y execonomista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, es profesor en la Escuela Kennedy de Harvard y director del Laboratorio de Crecimiento de Harvard.

Ricardo Hausmann / Project Syndicate –

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